Después de una década de desgracias, la mayoría de los rusos estaba pensando en otra cosa aquella Nochevieja de 1999. En un teatral golpe de efecto, coincidiendo con el fin de siglo, un debilitado e impopular Borís Yeltsin dimitió como presidente de Rusia, convocó elecciones para tres meses después y nombró como presidente interino a su primer ministro. Comenzaba así la era del presidente Vladímir Putin, un excoronel del KGB semidesconocido al que muchos habían augurado el mismo destino que los otros primeros ministros con los que Yeltsin había probado suerte. Pero ese hombre tranquilo, formado como político en el ayuntamiento de San Petersburgo, tenía algo que los otros nunca demostraron: decisión.

 

 

Hoy, 20 años después, Putin no sólo es el presidente que ha reconcentrado todo el poder en el Kremlin, que ha encogido el sistema democrático y liberal de los noventa, dejando una oposición apenas visible, sino que ha dado a Rusia un nuevo lugar en el mundo. Tras dos décadas se ha convertido en un símbolo (tal vez el más destacable) de la Rusia actual.

De primer ministro al Kremlin

Boris Yeltsin dimitió en la Nochevieja de 1999y lo dejó todo en manos de un semidesconocido

Yeltsin se fijó en un hombre serio y taciturno que había llegado de San Petersburgo y en 1998 le nombró jefe del FSB, heredero del KGB. En agosto de 1999, le puso al frente del Gobierno tras prescindir del último cadáver político que pasó por ese puesto, Serguéi Stepashin. El estallido de la segunda guerra de Chechenia hizo que Rusia y el mundo conociera el nombre de Vladímir Putin. El conflicto y la forma decidida en que lo afrontó dispararon su popularidad. Yeltsin y su círculo parecían haber encontrado al hombre fuerte que necesitaban para dejar el poder y no temer represalias por los pecados pasados.

En otro golpe de efecto, más espectacular que el de Yeltsin, el mismo día de ser nombrado presidente en funciones Putin viajó con su esposa, Ludmila, a Chechenia. Esa fue la imagen que, como en otros periódicos de todo el mundo, acompañó la crónica de La Vanguardia sobre el traspaso de poder. “Vuestra tarea fundamental es poner fin a la desintegración de Rusia”, dijo Putin a los militares en Gudermés.

Precisamente ese ha sido uno de los objetivos más importantes de Putin desde que llegara al poder. Lo subrayan quienes le aplauden, que comparan la estabilidad de su época, el patriotismo recuperado y el nuevo papel de Moscú en la esfera internacional con la década anterior convulsa, con una Rusia débil y un líder que había perdido la credibilidad.