COVID-19, la vida en Hong Kong no dejó de ser un simulacro de normalidad. La ciudad mantuvo uno de los controles de fronteras más estrictos del mundo, e impuso una cuarentena de hasta tres semanas en hoteles para los viajeros de llegada. Las pequeñas olas de casos se detuvieron rápidamente con un exhaustivo rastreo de los contactos, un riguroso aislamiento en los hospitales y cuarentenas supervisadas en centros específicos. Hubo normas de obligatoriedad de cubrebocas, pero apenas hicieron falta: en su mayor parte, la población general empezó a utilizarlas espontáneamente a principios de enero de 2020. Esta frenética ciudad de 7,5 millones de habitantes nunca fue confinada.
Pero ahora Hong Kong está en apuros ante la variante ómicron. Una vez que esta variante dio con el modo de cruzar los controles fronterizos de la ciudad en enero, se dio por hecho que, dada su alta contagiosidad, habría una transmisión general.
La situación en Hong Kong es muy elocuente, porque la ciudad tenía muchas ventajas: dinero, una campaña de vacunación masiva y gratuita y bastante tiempo para prepararse para las exigencias de los brotes locales. Sin embargo, cuando el segmento más vulnerable de la población sigue sin vacunarse y se ignoran los datos científicos sobre la efectividad de la vacuna, nada es suficiente.
Hong Kong tiene una de las mayores densidades demográficas del mundo, y el espacio para vivir es escaso. El hacinamiento en las viviendas puede haber contribuido al contagio de familias enteras. Este vertiginoso ritmo de contagio sobrepasó los esfuerzos de rastreo de contactos y a los centros de aislamiento. En un estudio de modelización se calcula que hubo 3,7 millones de contagios locales en cuestión de semanas.
Aunque la ómicron provocó un brusco aumento de los casos en todo el mundo, Hong Kong destaca tristemente por su tasa de muertes por COVID-19. La cifra de muertes por covid en la ciudad se sitúa entre las más altas registradas en un solo momento determinado durante la pandemia. Las salas de urgencias están desbordadas, los hospitales están saturados y los centros de cuidados se enfrentan a unos devastadores brotes. Como médico que ha trabajado en Hong Kong durante más de una década, me resulta desolador presenciar esto. ¿Cómo acabó llegando a esto una de las ciudades más ricas del mundo, más de dos años después del comienzo de la pandemia?
El factor más importante que subyace a esta turbadora cifra de muertes es la lenta penetración de la vacunación entre la población de mayor edad de Hong Kong. Desde principios de 2021, a los habitantes de Hong Kong se les ha dado a elegir entre dos opciones: una vacuna de ARNm (Comirnaty, fabricada por BioNTech y Fosun Pharma) y una vacuna inactivada (CoronaVac, fabricada por la compañía china Sinovac). Casi nada más empezar la campaña, comenzó en las redes sociales un continuo martilleo de desinformación sobre la vacuna.
Un pequeño número de muertes producidas en 14 días de vacunación —y cuya relación con la vacuna fue descartada tras las investigaciones— se utilizó desaforadamente como supuesta prueba de que las nuevas vacunas no eran seguras, sobre todo para las personas mayores, que, irónicamente, eran las que más las necesitaban.
Además, debido a la política de “covid cero”, hasta este año había habido muy pocos casos en las comunidades. Es probable que esto haya contribuido a generar más vacilación ante la vacuna, ya que la COVID-19 no se percibía como una amenaza creíble. La campaña de vacunación pública no logró corregir esta distorsionada percepción del riesgo, y los incentivos para vacunarse llegaron demasiado tarde. No se implementó el pasaporte de vacunación para los restaurantes y las actividades de interior sino hasta febrero de 2022. En consecuencia, la penetración de la vacunación entre las personas de 70 años o más a comienzos de este año era inferior al 50 por ciento.
La mayoría de hongkoneses no habían contraído el virus con anterioridad, lo que significa que la vacunación era la única forma eficaz de construir un muro de protección contra una COVID-19 grave. Todo esto convirtió Hong Kong en una bomba de relojería que ahora está explotando a cámara lenta.
El caso de Hong Kong no tiene que ver con una disyuntiva entre vacunas de ARNm y vacunas inactivadas. Aunque tres dosis de la versión de ARNm son más efectivas contra la ómicron, ambos tipos brindan cierto grado de protección contra una enfermedad grave. Aun si todas las personas mayores de Hong Kong hubiesen optado por la vacuna inactivada, la situación no sería tan mala como es ahora.
Las cifras hablan por sí solas: alrededor del 90 por ciento de los fallecidos en la quinta ola de Hong Kong no habían recibido las dos dosis de la vacuna. Para una persona no vacunada con más de 80 años, la tasa de letalidad en Hong Kong es enorme: el 12 por ciento. Esta tasa se reduce al 3 por ciento para quienes han recibido dos dosis de cualquier vacuna contra la COVID-19.
Hubo otros factores que contribuyeron a esta debacle. La infraestructura del muy asequible sistema de salud, subvencionado con dinero público, ha sufrido una permanente escasez de espacio y personal durante mucho tiempo, lo que dejó vulnerables los hospitales cuando se disparó la demanda. La ómicron ha dejado brutalmente al descubierto estas grietas. Un virus más contagioso que afectó a una población mayor que, en su inmensa mayoría, no estaba debidamente vacunada hizo que una multitud de pacientes se apiñaran en las salas de emergencias. Hubo que instalar estaciones de triaje temporales delante de los hospitales, donde a menudo la gente tuvo que esperar mucho tiempo bajo el frío para ser hospitalizada en centros que, a su vez, se saturaron enseguida. Se pidió a muchos profesionales sanitarios que se aislaran, porque se contagiaban y exacerbaban el problema.
Ahora estamos viendo una descentralización de la atención médica a los centros de cuidados y a clínicas comunitarias específicas. Por fin se están poniendo antivirales orales a disposición de las personas vulnerables no vacunadas de las comunidades. Hong Kong se está viendo obligada por las circunstancias a abandonar una inútil estrategia de contención y a intentar mitigar los efectos más graves de la epidemia local. Sin embargo, es demasiado tarde para las más de 4000 personas fallecidas, muchas de las cuales eran mayores que residían en centros de cuidados.
A Hong Kong le podría haber ido mejor en su lucha contra la ómicron si las tasas de vacunación hubiesen sido mucho más altas. La experiencia de la ciudad desmiente el relato simplista de la levedad de la ómicron. Su gravedad es en gran medida contextual. Y, en el contexto de Hong Kong, la ómicron desató una tormenta perfecta.
Siddharth Sridhar (@sid8998) es virólogo clínico en el departamento de Microbiología de la Universidad de Hong Kong.