En la imaginación de la gente, la llegada de la vacuna contra el coronavirus asoma en el horizonte como el brillante final hollywoodiano a una vida cotidiana marcada por la angustiosa incertidumbre de la pandemia.
Pero los expertos en salud pública temen que la esperanza de la vacuna genere expectativas inalcanzables. La confianza que manifiestan los políticos y los laboratorios sobre la inminente e inevitable llegada de una vacuna podría darle a la gente falsas expectativas sobre la vuelta a la normalidad, e incluso generar resistencia contra estrategias simples que pueden reducir los contagios y salvar vidas a corto plazo.
La semana pasada, dos vacunas contra el coronavirus entraron en la fase final de los testeos en humanos, un récord en velocidad de desarrollo que llevó a funcionarios de salud a pronunciar palabras como “histórico” y “asombroso”. En julio, los ejecutivos de las farmacéuticas predijeron ante el Congreso norteamericanos que las vacunas ya estarán disponibles en octubre o antes de fin de año.
Pero cuanto más avanza el argumento de la novela “En busca de la vacuna”, más crecen las expectativas: si la gente puede arreglárselas unos meses más, entonces llegará la vacuna, terminará la pandemia y todos podrán deshacerse de una buena vez de los barbijos. Pero a lo largo de la pandemia, los escenarios más optimistas nunca se materializaron, y los expertos, que creen fervientemente en el poder de las vacunas, prevén un largo camino por delante.
“Me parece muy poco probable que la vacuna funcione como un botón que permita apagar una máquina, volver a prenderla, y que todo vuelva a ser como en la época prepandemia”, dice Yonatan Grad, ayudante de cátedra de enfermedades infectocontagiosas e inmunología en la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de la Universidad de Harvard. “La vacuna no nos llevará al país maravilloso de Alicia”, dice Angela Rasmussen, viróloga en la Universidad de Columbia.
Lograr una vacuna segura y efectiva solo será el comienzo, no el final. Emplear la vacuna con personas en Estados Unidos y en todo el mundo pondrá a prueba y sobrecargará las redes de distribución, la cadena de suministro, el interés público y la cooperación global. Por lo tanto, llevará meses, o con mayor probabilidad, años, hasta que el mundo se vuelva más seguro con una vacuna que llegue a la cantidad suficiente de personas.
Quienes puedan ser vacunados apenas esté disponible la inyección no obtendrán protección inmediata: el sistema inmunitario podría tardar semanas en movilizar los pelotones de anticuerpos que hacen falta para combatir la enfermedad. Y para aumentar las defensas inmunitarias, muchas tecnologías de vacunas necesitarán una segunda dosis unas semanas después de la primera.
La inmunidad podría ser parcial o de corta duración, y necesitar dosis de refuerzo que podrían agotar el suministro de vacunas, o incluso requerir que las personas igualmente mantengan la distancia física y lleven barbijo, a pesar de haber recibido la vacuna. Y si una vacuna funciona peor para algunos grupos de personas, si partes de la población se niegan a aplicarse la vacuna o si no hay vacunas suficientes, algunas personas se enfermarán incluso después de que los científicos canten victoria con la vacuna, lo que podría fomentar la falsa impresión de que la vacuna no funciona.
La aparición de una vacuna válida modificará profundamente la relación del mundo con el nuevo coronavirus, y es la herramienta que para muchos expertos terminará con la pandemia. Para el imaginario colectivo, la vacuna es una especie de santo remedio. Pero la verdad -sobre todo con las primeras vacunas- es que habrá muchos matices. Los expertos de salud pública temen que eso pueda generar decepción y socave la ya delicada confianza, imprescindible para poder vencer al virus.
El intento de desarrollar vacunas suele ser presentado como una carrera, con un país o un laboratorio a la cabeza. La metáfora de la carrera sugiere que lo importante es quién cruza primero la línea de llegada. Pero llegar primero no necesariamente significa ser el mejor, e indudablemente no marca el final de la carrera, que podría durar años.
“El escenario más realista es probablemente mucho más parecido a lo que hemos visto con el VIH/SIDA”, dice Michael S. Kinch, experto en desarrollo e investigación de medicamentos en la Universidad de Washington en San Luis, Misuri. “Si miramos para atrás, con el VIH tuvimos una primera generación de fármacos bastante mediocres. A la gente no le va a gustar esto que digo, pero siempre repito el mismo sermón: tenemos que prepararnos a la idea de que no tendremos una vacuna muy buena. Mi apuesta es que la primera generación de vacunas será mediocre.”
Efectividad
Toda vacuna aprobada debe demostrar ser segura y efectiva, pero eso no significa que todas den los mismos resultados. La vacuna contra el sarampión, por ejemplo, es una de las mejores: 98% de eficacia en prevención de la enfermedad. Pero la vacuna contra la gripe oscila todos los años entre el 40% y el 60% de efectividad. Y algunas vacunas no funcionan tan bien en ciertos grupos poblacionales: los adultos mayores, por ejemplo, tienen un sistema inmunológico más débil y necesitan una dosis especialmente fuerte de la vacuna contra la gripe, o un ingrediente extra llamado “coadyuvante”.
Para la aprobación de cualquier vacuna contra el coronavirus, los organismos reguladores de Estados Unidos exigirán una efectividad de al menos el 50%, y si con una dosis apenas supera esa marca, se necesitarán campañas de información para que la gente sepa cuántos tienen que recibirla hasta que se alcance la inmunidad de rebaño, o sea ese umbral a partir del cual hay tanta gente inmunizada que el virus no tiene a quién contagiar, y por lo tanto queda efectivamente sometido.
“Si la vacuna que aparece llega raspando al mínimo de efectividad exigido, entonces hay pocas chances de lograr inmunidad de rebaño” dice Walter Orenstein, director adjunto del Centro de Vacunas Emory. “Se frenan significativamente los contagios y se reduce el riesgo de exposición al virus, pero no desaparece. De todos modos, un 50% de efectividad es mucho mejor que nada”, señala Orenstein. “Bienvenida sea igual.”
Hasta la palabra “efectividad” debe ser tomada con pinzas y requiere explicaciones de los expertos. El objetivo es una vacuna que impida directamente los contagios. Pero no solo esas son vacunas “exitosas”, sino que también pueden ser consideradas como eficaces las inoculaciones que reducen la severidad de los síntomas que desarrolla un contagiado. Idealmente, una buena vacuna logra ambas cosas. Pero lo que efectivamente ocurre en la vida real terminará definiendo quién recibe la vacuna primero.
Una vacuna que reduzca la severidad del Covid-19 estaría orientada mayormente a los adultos mayores y otros grupos de riesgo con peores evoluciones de la enfermedad. Una que también impida el contagio, pero que tal vez no funcione tanto en ancianos, podría ser destinada a los jóvenes, para que no contagien a los viejos.
La efectividad de la vacuna también influye en la cantidad de gente que tiene que vacunarse hasta que se alcance la inmunidad de rebaño.
“Que nadie piense que dentro de unos meses va a estar sentado en la tribuna de la cancha rodeado de miles de hinchas”, dice Paul A. Offit, director de la Centro de Educación en Vacunas del Hospital de Niños de Filadelfia. “Para eso faltan varios años.”
The Washington Post
(Traducción de Jaime Arrambide)