on 14.439 miembros, 200 universidades, 850 colegios y miles de obras sociales, culturales y religiosas repartidas por 127 países, la Compañía de Jesús es, hasta en enero de 2022, la orden religiosa más grande del catolicismo. Un sitial que se vio reforzado con la elección, hace una década, de uno de los suyos: el argentino Jorge Mario Bergoglio, el actual papa Francisco, como la cabeza del Vaticano.
Sin embargo, hace 250 años la congregación fundada por San Ignacio de Loyola estuvo a punto de desaparecer de la faz de la Tierra y por decisión de aquel a quien juraron obedecer: el Papa. El 21 de julio de 1773 Clemente XIV firmó un breve -o documento papal redactado en forma menos solemne que las bulas- titulado Dominus ac Redemptor, mediante el cual eliminó a los jesuitas de la estructura de la Iglesia y los despojó de todos sus bienes.
¿Cuáles fueron los motivos por los que Roma decretó la supresión de los jesuitas, como se conoce popularmente a los miembros de la orden? La medida no se produjo de la noche a la mañana, sino que estuvo precedida por una campaña de desprestigio y de persecución contra los miembros de esta orden que se inició 15 años antes, con su expulsión de Portugal y de sus dominios de ultramar.
Todo empezó en Paraguay
“Las noticias de la época afirmaban que en las misiones que la Compañía tenía en Paraguay había minas de oro y el rey portugués las quería. Así que, tras firmar un acuerdo con España, eliminó las misiones”, explicó a BBC Mundo Andrés Martínez Esteban.
Martínez, quien es catedrático de Historia de la Iglesia de la Universidad de San Dámaso (España), indicó que la decisión desencadenó una revuelta de los indígenas guaraníes que vivían en las misiones y las autoridades lusitanas acusaron a los jesuitas del alzamiento.
Estos hechos fueron recreados, con licencias históricas, en la galardonada película La Misión de 1986, que protagonizaron el estadounidense Robert De Niro y el británico Jeremy Iron. “Al poco tiempo se produjeron dos hechos que profundizaron la desconfianza de la corona portuguesa hacia la congregación: el terremoto de Lisboa de 1755, del que algunos jesuitas afirmaron que era un castigo divino, por la decisión del rey de quitarles las misiones paraguayas. Y el intento de asesinato del rey José I en 1758, un complot que las autoridades atribuyeron a los jesuitas”, afirmó el experto.
Una combinación de motivos económicos, teológicos y sobre todo políticos provocaron, en los años siguientes, que los monarcas de Francia, de España y de Nápoles y de Parma siguieran los pasos de su par luso.
Por sus ideas
“La Compañía de Jesús era una entidad con mucho acceso a las distintas monarquías, muchos jesuitas eran confesores o directores espirituales de reyes y de reinas. Sin embargo, sus ideas políticas molestaban enormemente tanto a los monarcas absolutistas como a los ilustrados”, afirmó el jesuita venezolano Arturo Peraza, rector de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas (UCAB).
“La Compañía asumió el tomismo, el cual no acompaña la idea del absolutismo regio, sino que creía que el rey debía rendir cuentas a Dios y al pueblo también”, agregó el abogado y doctor en Ciencias Políticas.“
El tomismo es una doctrina filosófica y teológica desarrollada por Santo Tomás de Aquino que, entre otras cosas, considera lícito que los gobernados se rebelen en contra de sus gobernantes cuando estos últimos se comportan como tiranos, siempre que se hubieran agotado las alternativas para resolver la situación.
La forma como los miembros de la orden fundada por San Ignacio de Loyola realizaron su labor evangelizadora alrededor del mundo también sirvió para atacarlos. “La Compañía consideró que las culturas a las que llegaba tenían un conjunto de elementos positivos que podían ser integrados en el ritual católico (…) esto generó una suerte de histeria por parte de grupos conservadores, algo parecido a lo que ha ocurrido recientemente con la postura del papa Francisco sobre el uso del latín”, expuso el jesuita venezolano Peraza.
Demasiado independientes
Martínez, por su parte, aportó otro motivo para la animadversión de los soberanos, en particular del español: la manera como están organizados los jesuitas, lo cual les impedía controlarlos como al resto de la jerarquía católica. “Los reyes tenían derecho sobre la Iglesia y eran los que proponían los obispos al papa, pero esto no ocurría con los jesuitas. Esta falta de control no gustaba a los reyes y a sus asesores”, apuntó.
En similares términos se pronunció el catedrático de Historia de la Universidad de Navarra, Jesús Mari Usunáriz: “La Compañía no depende de los estados y si por algo las monarquías y los estados tienen sospechas sobre ella es por su cuarto voto: el voto de obediencia al Papa, que los coloca fuera de la jurisdicción estatal”, dijo.
Peraza coincidió en que la independencia de la orden fue otro de los motivos que llevó a su supresión. “Los ilustrados querían lograr la independencia de los estados nacionales frente a la pretensión del Vaticano de ejercer una suerte de control moral sobre ellos y veían a los jesuitas como una presencia ultramontana y los persiguieron como unos espías de Roma”, aseveró.
El llamado motín de Esquilache que en 1766 se produjo en España fue aprovechado por los críticos de la orden, tanto conservadores como liberales, para convencer al rey Carlos III de que detrás de estos hechos estuvieron los seguidores de San Ignacio.
La revuelta fue provocada por la polémica decisión de un ministro (Leopoldo de Gregorio y Masnata, marqués de Esquilache) de prohibir las capas largas y otras vestimentas tradicionales para combatir el crimen. La impopular medida, junto a la carestía de la época, desataron unas virulentas protestas que obligaron al monarca a dejar temporalmente Madrid.
“A Carlos III lo convencieron de que los jesuitas orquestaron los disturbios, en los que llegó a temer por su vida. Y, por eso, no solo los expulsa de España y las colonias, sino que hace un pacto de familia por el que se alían las coronas de borbónicas (España, Francia, Nápoles y Parma) para que al morir Clemente XIII sea electo un Papa que se comprometa a suprimir a la Compañía de Jesús”, explicó Martínez.
Salvados por la periferia
Tras amenazar con romper con Roma, la alianza de las monarquías borbónicas logró su objetivo y el nuevo pontífice, Clemente XIV, disolvió a la congregación.
Sin embargo, a juicio de los expertos, el Papa no estaba convencido de la medida y como prueba destacaron que el instrumento jurídico con el que él suprimió a la orden dejó las puertas abiertas para su reinstauración, algo que ocurrió 41 años después.
“Para que el breve tuviera fuerza de ley debía ser refrendado por los distintos monarcas donde se iba a aplicar”, explicó Revuelta González. La negativa de Federico II de Prusia y de Catalina de Rusia a avalar la decisión papal permitió a los jesuitas seguir operando como si nada en esos territorios.
Alrededor de 200, de los cerca de 22.000 jesuitas que se estima había para la época, hallaron refugio bajo el manto de soberanos protestantes y ortodoxos. “La zarina Catalina quería que los jesuitas siguieran administrando sus colegios y educando a la nueva clase gobernante rusa, para así poder competir con el resto de potencias europeas”, explicó Peraza.
Tanto los expertos como la bibliografía consultada por la BBC dieron cuenta de que los frailes, monjes y sacerdotes de la Compañía de Jesús asumieron las medidas en su contra sin ofrecer resistencia. Esto, a pesar de que durante las expulsiones de las colonias americanas se estima que cientos perdieron la vida.
El hecho de que el entonces superior general, Lorenzo Ricci, fuera detenido y muriera en los calabozos del Castillo de Sant’Angelo, adyacente al Vaticano, es evidencia de su sometimiento a la voluntad del Pontífice.
Durante el tiempo en el que la orden estuvo suprimida se sucedieron la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas y el inicio de las guerras de independencia latinoamericanas. La resaca de estos acontecimientos terminaría facilitando su regreso en 1814, con el visto de Pío VII.
“La Compañía renació en un ambiente político y religioso marcado por la restauración (…) Se restablecieron las dinastías destronadas y las fronteras antiguas (…)El espíritu racionalista parecía batirse en retirada ante la recuperación del espíritu religioso”, escribió el jesuita e historiador español Manuel Revuelta González.
En similares términos se pronunció, el profesor Usunáriz, quien afirmó: “La supresión de la Compañía supuso una pérdida de poder para la Iglesia, en mi opinión. Y con su restauración la Iglesia intentó recuperar un instrumento de influencia social, política y cultural”.
Sin embargo, Martínez ofreció otros motivos. “La supresión fue una injusticia, una decisión que no tenía motivos canónicos ni magisteriales, sino políticos”, dijo. Al momento de la restauración de la orden, apenas había unos 2500 religiosos, la mayoría de ellos ancianos.
Lidiando con el mito
Pese a su restauración los jesuitas siguen cargando una especie de estigma que ha quedado reflejado en expresiones como “si vas con los jesuitas no vas con Jesús”. ¿A qué se debe esto? “A que es desconocida y eso ha permitido que se pose una nube de leyenda sobre ella”, afirmó el historiador español.
Por su parte, Peraza concedió que la manera en la que los seguidores de San Ignacio realizan sus labores no siempre ha sido comprendida, ni dentro ni fuera de la Iglesia. “Los jesuitas creemos que la salvación no se logra en el convento, sino en la medida en que intentamos transformar la realidad. Por eso si el monarca o el gobernante puede cambiar la realidad, entonces por qué no tratar de influir en él”, explicó.
*Por Juan Francisco Alonso