Vladimir Putin apenas prestó atención a Fiona Hill, una destacada experta estadounidense en Rusia, cuando se sentó junto a él en las cenas. La gente de Putin la colocó allí a propósito, eligiendo a una “mujer anodina”, como lo expresó ella, para que no le hiciera sombra al presidente ruso.
Como hablaba con fluidez el ruso, a menudo escuchaba con cautela las conversaciones de hombres que parecían olvidar que estaba allí y lo anotaba todo después, según recordó en una entrevista con The Associated Press. “Oye, si yo fuera un hombre, no hablarías así delante de mí”, recuerda haber pensado. “Pero continúa. Te escucho”.
Hill esperaba no ser igual de invisible cuando más tarde fue a trabajar para otro líder mundial, Donald Trump, como asesora sobre Rusia en la Casa Blanca. Podía meterse en la cabeza de Putin, había coescrito un aclamado libro sobre él, pero Trump tampoco quería su asesoramiento. La ignoró en una reunión tras otra y una vez la confundió con una secretaria y la llamó “querida”.
Vladimir Putin y Donald Trump en 2017 en Hamburgo. Foto AP
Pero nuevamente ella le escuchaba. Leía a Trump como había leído a Putin.
El resultado es There Is Nothing for You Here (No hay nada para ti aquí), el libro que escribió y salió a la venta la semana pasada. A diferencia de otros autores de la administración Trump que cuentan todo, ella no está obsesionada con lo escandaloso.
Al igual que su medido pero fascinante testimonio en el primer juicio político a Trump, el libro ofrece un retrato más sobrio y, por lo tanto, quizás más alarmante del 45º presidente.
Si bien el tono de Hill es mesurado, también es condenatorio por mil razones. Expone cómo una carrera dedicada a entender y gestionar la amenaza rusa se estrelló contra su revelación de que la mayor amenaza para Estados Unidos proviene de dentro.
Como si hubiese sido una mosca en la pared, describe a un presidente con un apetito voraz por los elogios y poco o ningún gusto por gobernar, un hombre tan obsesionado con lo que otros decían de él que las relaciones de Estados Unidos con otros países subían o bajaban según lo halagadores que fueran los líderes extranjeros en sus comentarios.
La personalidad de Trump
“De su personal y de todos los que entraran en su órbita, Trump exigía atención y adulación constantes“, escribe. Especialmente en los asuntos internacionales, “la vanidad y la frágil autoestima del presidente eran un punto de aguda vulnerabilidad”.
Hill describe cómo Putin manipulaba a Trump al ofrecerle o negarle cumplidos, maniobra que, según ella, era más eficaz con este presidente de lo que hubiera sido obtener trapos sucios y chantajearlo.
En la conferencia de prensa que dieron conjuntamente en Finlandia, cuando Trump parecía ponerse del lado de Putin por sobre la opinión de sus propios organismos de inteligencia en lo referido a la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses de 2016, Hill estuvo a punto de perder los estribos.
“Quería ponerle fin a todo eso“, escribe. “Contemplé la posibilidad de fingir que me daba un ataque o de que tenía convulsiones y lanzarme hacia atrás contra la fila de periodistas que había detrás de mí. Pero eso sólo se habría sumado al humillante espectáculo”.
Sin embargo, vio en Trump un talento poco común, aunque finalmente desperdiciado.
Donald Trump admiraba a Vladimir Putin. Foto AFP
Hablaba el lenguaje de muchas personas corrientes, despreciaba las mismas cosas, operaba sin filtro, le gustaba la misma comida y destrozaba alegremente las tediosas normas de la élite. Mientras Hillary Clinton bebía champán con los donantes, Trump se dedicaba a hablar de puestos de trabajo en el sector del carbón y el acero, al menos esa era la impresión.
“Está claro que sabía lo que quería la gente”, le dijo Hill a AP. “Podía hablar su idioma aunque no pudiera vivir sus mismas experiencias. Pero entendía”.
Sin embargo, en su opinión, esa habilidad se desaprovechó. Cuando podría haberse utilizado para movilizar a la gente para el bien, se utilizó en cambio sólo al servicio de él: “Yo, el pueblo”, como dice el título de un capítulo.
La vanidad de Trump también echó a perder la reunión que tuvo en Helsinki con Putin y cualquier posibilidad de un codiciado acuerdo de control de armas con Rusia.
Putin, el manipulador
Las preguntas que se hicieron en la conferencia de prensa “fueron directo al corazón de sus inseguridades”, escribe Hill. Si Trump hubiera aceptado que Rusia había interferido en las elecciones a favor de él, a su modo de ver bien podría haber dicho “soy ilegítimo”.
Putin tenía claro que la reacción resultante socavaría incluso los vagos compromisos que él y Trump habían asumido. “Al salir de la conferencia”, escribe Hill, “le dijo a su secretario de prensa, al alcance del oído de nuestro intérprete, que la conferencia de prensa era una ‘boludez‘”.
Trump admiraba a Putin por su riqueza, su poder y su fama, y lo veía, según las palabras de Hill, como el “máximo exponente de lo macho”. En el transcurso de su presidencia, Trump llegaría a parecerse al autocrático líder ruso más de lo que se parecía a cualquier presidente estadounidense reciente, escribe Hill, y “a veces hasta yo me asombraba de lo evidentes que eran las similitudes”.
La capacidad de Putin de manipular el sistema político ruso para mantenerse en el poder potencialmente de forma indefinida también lo impresionaba. “Trump ve eso y dice: ¿qué puede no gustar de ese tipo de situación?” le dijo Hill a AP.
Trump fue sometido a juicio político a fines de 2019 por tratar de utilizar su influencia en Ucrania para debilitar a Joe Biden, su eventual rival demócrata, uno de sus primeros esfuerzos para mantenerse en el cargo por medios no convencionales, que comprenden la insurrección del 6 de enero en el Capitolio por parte de una turba a la que él le había dicho que “luchara con todo”.
Hill había sido oficial nacional de inteligencia para Rusia desde comienzos de 2006 hasta fines de 2009 y era muy respetada en los círculos de Washington, pero fue sólo durante las audiencias de juicio político cuando la conoció el país.
Se convirtió en uno de los testigos más perjudiciales para el presidente al que había servido, debilitando su defensa al declarar que él había despachado a sus enviados a Ucrania con un “recado político interno” que no tenía nada que ver con la política de seguridad nacional.
Comenzó su testimonio describiendo su insólita trayectoria como hija de un minero del carbón desde un pueblo pobre del noreste de Inglaterra hasta la Casa Blanca. También habló de su deseo de servir a un país que “me ha ofrecido oportunidades que nunca habría tenido en Inglaterra”.
Gran parte de su nuevo libro se explaya sobre ese viaje personal, historia que cuenta con humor autocrítico y amabilidad. Entretanto, la becaria de la Brookings Institution entreteje un estudio de las sociedades cambiantes de las que fue testigo a lo largo de las décadas como niña en Gran Bretaña, estudiante e investigadora en Rusia y finalmente ciudadana de los Estados Unidos.
Los cambios en los tres países son sorprendentemente similares, debido en parte a la destrucción de la industria pesada. El resultado es lo que ella llama una “crisis de oportunidades” y el ascenso de líderes populistas como Putin, Trump y el primer ministro británico Boris Johnson, capaces de sacar partido de los miedos y los reclamos de quienes se sienten abandonados.
Dijo que entró a la Casa Blanca preocupada por lo que estaba haciendo Rusia y “salió, habiéndome dado cuenta, al ver claramente todo esto, de que en realidad el problema era Estados Unidos… y que los rusos sólo se estaban aprovechando de todo”.
Hill califica a Rusia como un cuento con moraleja, “el fantasma de la Navidad futura de Estados Unidos”, si éste no es capaz de restañar sus divisiones políticas.
Como proviene de una forma más civilizada de hacer política, el presidente Joe Biden está tratando de unir al país y potenciar su prestigio en el extranjero, dijo, pero “es, en cierto modo, un hombre que está solo y la gente no está apoyándolo”.
Agencia AP