China conjura imágenes de superpoblación, de muchedumbres interminables. Sin embargo, el abismo demográfico al que se acerca tiene poco que ver con sus 1.400 millones de habitantes. El problema al que se va a tener que enfrentar no es de exceso, sino de escasez. Porque en el gigante asiático no nacen suficientes chinos. No es broma. Según estimaciones de varios demógrafos mencionados por la prensa local, en 2018 el número de nacimientos cayó por debajo de los 15 millones.
Si se confirma la cifra, supondría una reducción de dos millones con respecto al año anterior y el tercer número más bajo desde la creación de la República Popular en 1949. Solo en 1961 —momento culminante de la gran hambruna provocada por las fatídicas políticas económicas y agrícolas de Mao Zedong— se registraron menos nacimientos. Ahora, sin embargo, las razones de que la natalidad haya caído por debajo de la tasa de reemplazo —los 2,1 hijos por mujer que se consideran el mínimo para evitar que la población se reduzca— son muy diferentes.
“Yo no quiero tener hijos. Ahora, seguro que no. Y puede que en el futuro tampoco”. Tong Yifei se expresa con rotundidad. Tiene 26 años, reside en Shanghái, y acaba de concluir un máster en comercio internacional. “La mayoría de mis amigas tampoco quiere ser madre, por lo menos hasta bien entrada la treintena”, añade. “En primer lugar, porque queremos disfrutar de nuestra vida mientras somos jóvenes, no ser esclavas del trabajo y de la familia; en segundo lugar, porque es muy caro mantener a un hijo y proporcionarle una buena educación; y, finalmente, porque para nosotras eso supone renunciar en parte a nuestro desarrollo profesional”, explica.
Hu Yen sí que ha traído dos criaturas al mundo. De hecho, la más pequeña, que este año cumplirá siete, fue protagonista de una de las historias que Planeta Futuro contó en el especial Mis primeros mil días y llegó con una multa debajo del brazo. Porque, cuando Hu dio a luz, la política del hijo único estaba aún en vigor y el Gobierno penalizaba a quienes tuviesen dos descendientes en la mayoría de casos. Aunque Hu asegura que no se arrepiente de su decisión, reconoce que ahora no seguiría los mismos pasos. Y eso que, si hubiese retrasado el segundo nacimiento, no tendría que pagar ninguna multa.
La Asociación China de la Seguridad Social estima que, en 2035, la población de más de 60 años pasará de los 240 millones actuales a 400 millones
“La China de hoy no es como la de nuestros abuelos. Entonces, las mujeres se dedicaban a la casa y tenían muchos hijos porque hacía falta mano de obra en el campo y porque muchos morían. Era también una política que se propiciaba desde el Gobierno, y daba igual si luego no había con qué alimentarlos o dónde educarlos”, cuenta esta empresaria treintañera, residente en la localidad de Liyang, en la provincia oriental de Jiangsu. “Pero, ahora, los padres competimos para ofrecer lo mejor a nuestros hijos. Queremos que sean los primeros de la clase para que tengan éxito en un mundo tan competitivo. Eso requiere mucho esfuerzo, tanto personal como económico. Demasiado”, sentencia Hu.
La actitud de Hu y de Tong es cada vez más habitual entre la población china, sobre todo la urbana. El acceso de la mujer al mundo laboral y el desarrollo económico que ha desembocado la erradicación casi total de la pobreza y en la explosión de una vibrante clase media han provocado que el interés por convertirse en padres y madres haya caído en picado. Y, además, lo ha hecho de forma inversamente proporcional a la esperanza de vida, que en los últimos ocho años ha pasado de los 74,83 años a 76,5.
Así, la Asociación China de la Seguridad Social estima que, en 2035, la población de más de 60 años pasará de los 240 millones actuales a 400 millones. Teniendo en cuenta que la población en edad de trabajar también es cada vez menor, la tasa de dependencia —que mide el número de ancianos que dependen de cada habitante en edad de trabajar— puede terminar siendo insostenible. Actualmente ya se acerca al 0,15, una cifra muy superior a la de países con una renta per cápita similar, sobre todo en América Latina o India, y podría alcanzar el 0,4 en 2050. Eso quiere decir que habrá un pensionista por cada dos personas trabajando. Es un problema que también afecta a España, pero que en China se da en una fase de desarrollo inferior.