En Europa y Estados Unidos, muchos jóvenes profesionales que escaparon de las grandes ciudades durante la pandemia están dando un impulso impensado para el real estate orientado a la vivienda comunal.
Muchos de los que se fueron buscaban aire fresco, más espacio y estar lejos de los focos de contagio, pero a la vez consideraban la perspectiva de estar aislados en el campo poco alentadora. Entonces, han estado buscando compañía en espacios remotos de co-living en los que alquilan habitaciones amuebladas en casas compartidas de grandes proporciones. Casas de veraneo, granjas u hoteles convertidos, tienen espacios de oficina compartidos y lugar para dormir para quienes quieran hospedaje temporario.
Los millennials europeos han estado al frente de esta tendencia. Coconat -diminutivo para “comunidad y concentración en la naturaleza”- está en un pueblo en las afueras de Berlín. La propiedad de dos hectáreas es una antigua finca que incluye oficinas, sauna, una pequeña laguna para nadar, un estudio de yoga y 20 habitaciones para inquilinos que tienen incluidas tres comidas al día y pagan menos que un alquiler en Berlín. “Están todos los cuartos ocupados, lo que es sorprendente”, dice Julianne Becker, cofundadora del proyecto. “La gente realmente se quiere ir de las ciudades”.
Coconat está buscando el equilibrio entre la socialización y evitar los riesgos del Covid-19. Se les pide a los residentes que mantengan el distanciamiento social y usen barbijos, y los empleados airean las habitaciones regularmente. Hasta el momento no hubo contagiados, dice Becker, aunque otros operadores de co-living reconocen que las posibilidades existen.
“Si estás considerando ir a una casa grande con otra gente, asumís que en algún punto existe la posibilidad de que alguien se contagie”, dice Eduardo Diego, que maneja el co-living Sun and Co., en Jávea, un pueblo de 27.000 habitantes en la costa mediterránea de España.
Estas preocupaciones no impidieron que Bettina Kamps, berlinesa de treintilargos que se mudó a Coconat en noviembre pasado. Dice que ver las estrellas a la noche y salir a caminar al bosque la ayuda a lidiar con la ansiedad de la pandemia.
Además, en Berlin extrañaba la sensación de estar con gente. Vivía sola en un monoambiente, que obviamente funcionaba también como oficina durante el encierro. “Era muy solitario”, dice Kamps, que trabaja como gerente de proyectos para una editorial e inicialmente planeaba quedarse en Coconat por dos semanas. Dos meses después, subalquiló su departamento en Berlín y no tiene planes de volver.
El co-living rural o de pueblos chicos también se ha popularizado en los Estados Unidos. A mediados del año pasado, cuando Google le dijo a sus empleados que no volverían a la oficina antes de mediados del 2021, Sofia Taboada rescindió el alquiler de su studio en Brooklyn. Hoy, vive en un co-living en un pueblo de playa cerca de San Diego, Encinitas, que maneja la empresa Outsite.
En su locación de Lake Tahoe (California), Outsite tenía la mitad de las camas ocupadas antes de la pandemia. Hoy tiene el 90% reservado, dice el fundador, Emmanuel Guisset.
Una de las clientas más recientes, Hannah Ludlow, pasó buena parte del 2020 en un departamento de Manchester (Reino Unido), luchando contra la soledad del aislamiento a través de clases de yoga por Zoom. En septiembre, esta mujer de 29 años pasó un mes viviendo en un co-living en Tenerife. Después, se mudó al Sun and Co. de Jávea.
Ludlow ahora alquila su departamento y está pensando en instalarse en Jávea de forma permanente. “Me siento tanto mejor cuando paso tiempo afuera…”, dice.