“Mentid un poco, aprovechaos de alguno por causa de sus palabras, tended trampa a vuestro prójimo; en esto no hay mal; y haced estas cosas, porque mañana moriremos…” (Libro de Mormón)
Mark William Hofmann, el falsario más inescrupuloso de la historia de la literatura, nació en 1954 en Salt Lake City (Utah), capital del credo mormón en el que fue educado; a los 25 años ya había perdido la fe, si es que alguna vez llegó a tenerla. Valiéndose de la que aún conservaban sus coterráneos, Hofmann vendió a la biblioteca de la Universidad de Utah una copia fraguada de la Segunda Ceremonia Ungida, trámite celestial de uso reservado a los más altos mandos de la Iglesia Mormona.
Poco después logró colocar en la Bóveda de la Primera Presidencia –agujero negro donde van a parar todos los documentos que el profeta de turno o sus consejeros consideren comprometedores– una carta supuestamente escrita por su fundador, el polígamo Joseph Smith Jr. (1805-1844), donde quedaba más que un poco insinuado que el primer profeta se había excedido en sus funciones paternales con dos hermanas adolescentes puestas bajo su tutela. La primera operación le reportó a Hofmann 60 dólares y la segunda algún regalo de poca valía, pero el período de modestia pecuniaria quedaría rápidamente atrás.
Cuenta la leyenda que Joseph Smith Jr. recibió del ángel Moroni las planchas doradas en las que Dios había inscripto lo que luego sería el Libro de Mormón, donde se cuenta la leyenda del viaje que realizó Nefi desde Jerusalén al nuevo mundo en tiempos del rey Sedequias.
Nadie nunca vio esas tablas, cuyos caracteres egipcios “reformados” el fundador Smith traducía de memoria con la ayuda de dos piedras mágicas, Urim y Tumim. Lo más cercano al contenido literal de estas tablas –una copia que no coincide con una copia que acaso no exista de una transcripción dudosa hecha por Smith– se encuentra en los archivos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (LSD), rama disidente de Missouri.
En 1980, Hofmann presentó ante el consejo superior de Utah una vieja Biblia adquirida en el pueblo donde fuera asesinado Smith, entre cuyas páginas se hallaba un manuscrito de la tan ansiada transcripción original. El documento más antiguo de Smith (y del mormonismo en general) fue comparado con los rollos del mar muerto; un lingüista temerario arriesgó una traducción. Por el hallazgo, además de una rápida celebridad mediática, Hofmann recibió diversos tesoros mormones por un valor aproximado de 20 mil dólares. Ese mismo año dejó la carrera de medicina para dedicarse de lleno al tráfico de antigüedades.
A principios de 1981 Hofmann pidió un préstamo de 10 mil dólares para comprar (dijo) documentos pertenecientes a un secretario de Smith. En febrero dio a conocer una carta donde se confirmaba que Smith había nombrado como sucesor a su hijo (el que reconoce la Iglesia de Missouri) y no al que siguen los devotos de Utah. Prometió el documento a Missouri (que más tarde lo incorporó a sus escritos sagrados) pero se lo terminó vendiendo a Utah.
En marzo, alegando la misma fuente, produjo varios ejemplares de “billetes blancos”, dinero mormón decimonónico del que hasta entonces no se conocía más que la noticia de que había existido. Vendió cuatro a Utah y trece a Missouri. Ambas operaciones le reportaron un rédito de más de 70 mil dólares, en efectivo o por canje.
De ahí en adelante Hofmann comenzó a vender a mansalva. Lavaba los documentos apócrifos canjeándolos por antigüedades auténticas que revendía o volvía a canjear, y el negocio funcionaba tan bien que podía darse algunos lujos: aceptar menos dinero del que le ofrecían, vender al peor postor, comprar por poco y compartir luego las ganancias si conseguía colocar el ítem por encima de su valor original. Hacia 1985 ya había extendido sus redes a otros rubros, formaba grupos de accionistas para la compra de colecciones y triangulaba material por todo Estados Unidos. Ese año dio el batacazo: dijo haber descubierto la Oath of a freeman (Juramento de un hombre libre), el primer texto impreso en Norteamérica. Valor: 1.5 millones de dólares.
Hofmann había comenzado a gastar por adelantado lo que ganaría por la Oath comprando a crédito una casa de 500 mil dólares. Invirtió también en nuevos negocios, enmarañándose muy pronto en una complicada y riesgosa red de operaciones financieras. Hacia principios de octubre, sus cuentas presentaban un rojo de más de un millón de dólares.
El 15 de octubre de 1985 a las 8 de la mañana una bomba casera acabó con la vida de Steve Christensen, un inversionista asociado a Hofmann. Dos horas más tarde, un paquete similar mató a la esposa del jefe de Christensen. Al otro día, otra bomba explotó en el coche de Hofmann, hiriéndolo gravemente.
Recién en diciembre la policía pudo atar todos los cabos y lograr que Hofmann confesara el resto. Colecciones inexistentes, préstamos dudosos, incongruencias internas en los documentos, errores en la elección del papel, una imprenta de pueblo que había fabricado los supuestos originales, elementos comprometedores en su vivienda tejieron la emboscada en torno al hombre que hizo más de dos millones de dólares vendiendo papeles sin valor (un poema de Emily Dickinson, entre ellos).
En abril de 1986, el hombre que engañó a todos los eruditos del rubro (incluido al especialista que había descubierto la falsedad de los diarios de Hitler) fue acusado de cometer dos homicidios y 26 robos por fraude. En enero de 1988, el hombre que tenía todo lo que se necesita para ser un buen asesino (cara de no serlo), fue condenado a pasar el resto de sus días tras las rejas, donde sigue pagando sus culpas al día de hoy.
“Yo creo –declara Hofmann en los tres tomos de entrevistas que le hicieron luego de la detención– que los documentos que inventé podrían haber sido parte de la historia mormona. Lo que yo me preguntaba al crearlos era ¿qué podría haber sucedido? Yo tenía un concepto sobre la historia de la Iglesia y seguía ese concepto… Escribí los documentos de acuerdo a cómo yo sentía que los acontecimientos habían tenido lugar. La idea era mantener la armonía con lo que yo pensaba que era potencialmente genuino, crear algo así como documentos descubribles… Mi punto de vista cuando falseaba un documento y lo vendía no era que yo estaba engañando a la persona a la que se lo vendía porque nunca se descubriría que el documento era un fraude. Mi ejemplo sería la Iglesia Mormona. Para mí no tiene importancia si Joseph Smith tuvo o no la primera visión, siempre y cuando la gente lo crea. Lo importante es que la gente crea.”