“La marihuana hace que la gente oscura piense que es tan buena como los blancos”. La frase se atribuye a Harry Anslinger, el primer comisionado de la Oficina Federal de Narcóticos de Estados Unidos: un funcionario ambicioso, racista, padre fundador de la guerra contra las drogas, que modeló la imagen del consumo de cannabis que ha dominado el continente —y parte del mundo— durante más de 80 años. En los años 30, al mando de la oficina que luego se convertiría en la DEA, Anslinger montó una campaña masiva para asociar el consumo de marihuana con la violencia, los hispanos, los afroamericanos y el jazz. Reunió y difundió casos de violación y asesinato —incluso de familias enteras— cometidos supuestamente bajo el influjo del cannabis, impulsó una ley que dio origen a su prohibición y declaró ante el Congreso cosas como esta: “Se dice que los líderes musulmanes, oponiéndose a los cruzados, utilizaron los servicios de personas adictas al hachís para asesinatos secretos”.
Los historiadores de la prohibición coinciden en que instalar un relato sensacionalista del consumo de marihuana hubiera sido imposible sin la complicidad del magnate de los medios William Hearst, que usó su imperio de prensa amarillista para explotar el miedo y el racismo del público con historias que ligaban el cannabis al crimen, la depravación y las personas de color. Algunos de los mitos y estigmas fundados entonces (“fúmate un porro y es probable que mates a tu hermano”; “es peligrosa porque libera todas las inhibiciones”; “da lugar a una adicción con graves consecuencias sociales”; tres frases más atribuidas a Anslinger) todavía pueden escucharse hoy en los debates públicos por la regulación de la marihuana en América Latina y afectan la vida de millones de personas que consumen habitualmente.
“Me tuve que cortar el pelo para que me dejaran en paz: para sus estereotipos racistas yo era un potencial fumador de marihuana”, le dijo a EL PAÍS un joven cocinero afroparaguayo que nunca fuma en las calles de Asunción, porque suele ser blanco de la policía. Su historia es uno de los diez testimonios de consumo cotidiano de marihuana que integran este especial que nace en Paraguay, el principal productor América del Sur, y se extiende a los países adonde llega su producción ilegal (estimada entre 15.000 y 30.000 toneladas anuales, según una investigación de El Surti): Brasil, Argentina, Chile y Uruguay. Es la historia de una realidad cotidiana que no encuentra un lugar natural en los medios, porque el uso rutinario de cannabis sigue dominado por las narrativas fundadas en la prohibición. Un jubilado, una odontóloga, un cocinero, una publicista, un autónomo, una periodista, un empresario, una profesora de yoga: la mayoría de los nombres utilizados por los consumidores que dieron su testimonio para este especial no son los verdaderos. Ninguno ha matado a su familia después de fumar, y todos usan la marihuana con fines recreativos desde hace años, pero son conscientes de los prejuicios y el estigma que siguen pesando sobre el uso del cannabis.
Sus historias son, también, una forma de narrar la vigencia de un doble discurso y una ironía histórica: mientras en Estados Unidos ya hay 15 Estados que han legalizado el uso recreativo de la marihuana y las corporaciones se disputan un negocio millonario; en Paraguay, donde unas 20.000 personas viven de la producción ilegal de cannabis, tener una planta o llevar encima más de 10 gramos puede castigarse con hasta 20 años de prisión. Según el último Informe Mundial sobre las Drogas de Naciones Unidas, América del Sur es hoy la región donde se incauta más marihuana en todo el mundo. El país con más toneladas incautadas a nivel global es Paraguay, que tiene siete millones de habitantes. Después viene Estados Unidos, que tiene más de 300.
“Desde joven me enfrenté a los prejuicios”
Aldo, fotógrafo jubilado, 56 años. Vive en Asunción
Había pasado un mes de cuarentena y Aldo, jubilado desde hacía poco, no aguantaba un día más en casa. Discutía con su esposa a cada rato. No se soportaba ni a sí mismo y se había quedado sin marihuana. No había nada: la pandemia y las restricciones de movilidad hacían imposible conseguir. Entonces empezó a tomar cerveza, una tras otra, como no hacía desde su última depresión. Hasta que ocurrió algo “milagroso”, dice.Leer MásEn Paraguay, el tráfico de marihuana genera unos 700 millones de dólares por año y ha convertido la frontera con Brasil en una de las más letales del mundo. La mayor parte de la renta que genera la producción ilegal de cannabis, según estimaciones oficiales, queda en manos de la corrupción policial e institucional.
“Soy profesional y madre. Se puede llevar una vida normal de familia consumiendo”
Andrea, 38 años, odontóloga. Vive en Montevideo
Cuando terminó Odontología a los 24 años, Andrea empezó a consumir marihuana con el “ladrillo apretado” paraguayo. “La verdad es una porquería”, dice. “Para lo que se consigue en la región, es lo más berreta y lo más barato”. Después, con más independencia económica, pasó a comprar a cultivadores privados y a fumar más seguido, “un poco más tranquila” de saber que las flores eran de mejor calidad.Leer MásEn Uruguay se producen aproximadamente unas 10 toneladas de cannabis de forma legal, entre las dos empresas que producen para el Estado, los clubes cannábicos y las personas con registro para autocultivo. Eso equivale a unas 20 avionetas menos que llegan de Paraguay con marihuana ilegal.
“Es lo que me mantiene cuerdo”
Jota, autónomo, 36 años. Vive en la región metropolitana de São Paulo
Jota, un trabajador autónomo de 36 años, dice que dos cosas le han salvado la vida: la prisión y la marihuana. Comenzó a fumar prensado —la forma en que los consumidores llaman al cannabis paraguayo que abastece la mayor parte de Brasil— a los 13 años con amigos de la escuela, primero de manera esporádica.Leer MásBrasil es el tercer país con mayor cantidad de presos en el mundo: alrededor de 750.000 presos, de acuerdo con los datos del Consejo Nacional de Justicia brasileño para 2019. El delito que encabeza el ranking de los detenidos es el de “tráfico de drogas”: representan el 21% de la población carcelaria del país.
“No tengo problema en que mis hijas sepan que fumo y ellas tampoco”
Jaime, empresario, 55 años. Vive en Santiago
Jaime está casado, tiene tres hijas (25, 22 y 17) y adora la marihuana. Tanto, que la guarda en una caja fuerte. “Si fuera por mí, fumaría todos los días”, dice. Pero lo hace solo cuatro o cinco veces a la semana, casi siempre cuando termina su estresante jornada laboral, a eso de las siete de la tarde, y jamás mientras trabaja (porque se desconcentra).Leer Más
“Fumar porro lo asociábamos a alguien sin futuro”
Susana, publicista, 34 años. Vive en Buenos Aires
Cuando Susana iba a la universidad en Caracas, miraba con miedo y desconfianza a quienes fumaban marihuana. “Allá la percepción es muy diferente de la que existe en la cultura argentina o europea. Fumar porro lo asociábamos a alguien sin futuro, a una persona dañada, adicta. No tenía ni remota idea de para qué servía y, si me enteraba de que alguien fumaba, me alejaba”, recuerda.Leer Más
“La policía me ha perseguido mucho, por eso mi consumo de marihuana es privado”
Juan José, 32 años, cocinero y emprendedor. Vive en Asunción
Al final de cada jornada, después de recorrer unos 30 kilómetros en bicicleta para repartir los 45 sándwiches que ha cocinado —unos veganos de hummus y otros con bondiola asada y salsa de mostaza agridulce—, Juan José se sienta con sus dos gatos en el sofá y prende un fino cigarrillo de marihuana sin nada, ni tabaco ni filtro, y se relaja antes de dormir.Leer Más
“Hay señoras hechas y derechas como yo que no tienen problema en fumar a la vista de todo el mundo”
Adriana Trinidad, 55 años, periodista independiente. Vive en Montevideo
Adriana Trinidad lleva más de dos décadas fumando marihuana y está encantada con la “salida del clóset” que significó la legalización del cannabis para la sociedad uruguaya. Ella empezó “hace 25 ó 30 años” en reuniones con amigos, luego de la dictadura militar, y después pasó a hacerlo diariamente para tranquilizarse tras largas jornadas en redacciones de diarios.Leer Más
“En la pandemia hubo una explosión de delivery canábico”
Valentina, instructora de yoga, 47 años. Vive en Santiago
A lo largo de su vida, Valentina ha pasado por altos y bajos en el consumo de marihuana. La probó por primera vez en los años noventa —paraguaya, según recuerda—, pero no tuvo una buena experiencia. Por años no podía ni oler la planta y le hacía pésimo. Hasta que a comienzos de los 2000 se fue a Argentina a trabajar, estuvo de novia con un muchacho que cultivaba y se enganchó.Leer Más
“Fumar para mí es como decir ‘ya está, estoy en casa de vuelta’”
Ernesto, Musicoterapeuta, 37 años. Vive en Buenos Aires
Ernesto probó la marihuana a los 16 años, con una amiga, en una plaza de Buenos Aires. Pero esa vez no le hizo nada. “La primera vez que me pegó fue después, en mi casa”, cuenta. “Me acuerdo que bajé a lavarme los dientes y en el espejo vi cómo mi boca estaba quieta y todo mi cuerpo se movía con el cepillo de dientes. Esa noche me dormí escuchando a Goyeneche y Edmundo Rivero en el walkman”.Leer Más
“¿Quién aguanta este país en medio de esta historia de terror?”
Luciana, periodista, 42 años. Vive en la región central de São Paulo
Luciana empezó a fumar marihuana con un novio en la universidad, cuando tenía 21 años. Dice que siempre fue muy “recta” durante la adolescencia, pero sentía que le faltaban nuevas experiencias y en la universidad descubrió que la marihuana era algo mucho más ligero de lo que le habían enseñado. “Solía bromear que fumaba solo para probarlo, y nos reíamos porque fumaba mucho, pero era casi cierto”, cuenta.Leer Más