Conocí políticos estadounidenses que, cándidamente, me dijeron en señal de empatía: “Don’t you worry. We’re gonna push for statehood” [“No te preocupes, vamos a presionar a favor de la estadidad”]. Les sonreí. No tienen idea. No se les ocurre que exista el deseo de elegir nuestro destino. En la actualidad, la estadidad es una opción que puede alcanzar mayoría, pero por más de cien años no ha sido así. Al colonizado se le mira desde la infancia de su ser político y aquí estamos otra vez, queriendo un puesto igual de negociación en la mesa y recibiendo como dádiva un rollo de papel secante. Quien no lo agradezca será un paria en su propia tierra. Para muestra, una alcaldesa.
Han pasado más de cincuenta días desde que pasó el huracán y aún más de la mitad de la isla no tiene electricidad. Los que sí, la tienen de manera intermitente; no puedo imaginarme un suburbio estadounidense sin electricidad por cincuenta días. El jueves, quienes la habían recuperado volvieron a perderla en otro apagón general. Aún hay desaparecidos y la ambigüedad respecto a la cifra de muertos no se aclara. Nadie acepta lo evidente. Son demasiados y muchos pudieron haberse salvado. El 25 por ciento de la población sigue sin agua potable y florecen las epidemias porque vivimos entre escombros y basura acumulada.
Entonces en el debate público se insiste en la eterna comparación que nos quiere poner a antagonizar con Cuba, pero no se logra. Por un lado, la izquierda celebra la eficiencia de la recuperación cubana tras el paso del huracán Irma y por el otro, la derecha advierte que la escasez que experimentamos es lo que se vivirá si la isla se independiza. Pero nuestra relación con los cubanos es como la de un par de primos que por líos familiares no han podido crecer juntos y cada vez que se reencuentran lo agarran donde lo dejaron. Somos familia y, a su vez, un espejo de la imagen distorsionada del Caribe, esa gran placa de Petri de los proyectos políticos. De ser la isla del encanto, llena de dólares y progreso —la contraparte perfecta del proyecto cubano— ahora somos la isla quebrada que vive su éxodo. Después de todo, del paraíso, lo único que hay que hacer es huir.
19 de octubre de 2017: El primer meme
Parece que ya podemos empezar a reírnos —con timidez y algo de vergüenza— de lo que nos pasó. Hoy me reí de un meme que advierte que este año, en el pesebre navideño, José será padre soltero. María está castigada. Se lo cuento a mi mamá y se pone seria, triste. Olvidé que es el mes del rosario y ella es católica. Luego me cuenta un amigo que en su condominio, legiones de mujeres van en procesión de pasillo en pasillo rezando los rosarios a la Virgen María. La devoción intacta. Tengo en casa el rosario de mi abuela y lo he colocado en la mesita de noche. Ya he conocido el rostro de María. Es aterrador.
5 de noviembre de 2017: Tiburones y peces blancos
Ricardo Ramos, el director de la Autoridad de Energía Eléctrica no acudió a declarar ante la comisión legislativa que se ocupa de los asuntos de Puerto Rico. Debía explicar bajo qué criterios firmó un contrato por 300 millones de dólares para restablecer el sistema eléctrico con Whitefish, una firma desconocida, que al momento de ser contratada tenía sólo dos empleados a tiempo completo. Ha sido largo el desfile: por un lado, nuestro gobernador, en un fallido intento de diplomacia y servilismo, bajó la cabeza y le otorgó un 10 al President Trump por su atropellada labor, y ha recibido como recompensa la humillación de un préstamo a un país quebrado. Por el otro, Ramos, jaquetón, ahora se esconde y calla los cuestionamientos válidos a sus ineficientes gestiones. Ninguno de los dos ganará nada para el país.
11 de noviembre de 2017: La revelación de María
Puerto Rico saldrá de este escenario únicamente como puede hacerlo: con una economía y una población muy reducidas y con las entrañas expuestas, inodoro al aire. Esa era la gran revelación que nos trajo María: por fin sabemos que país teníamos, una colonia pobre que por más de sesenta años vivió un espejismo.