A Gala Dalí, Gala Éluard o, para empezar, Elena Diakonova, nombre con el que había venido al mundo en 1894 en una ciudad mediana de Rusia, le sucedió lo que a muchas mujeres cuyo perfil resulta tan poliédrico que, a fuerza de ser difícil de aprehender en sus múltiples caras, queda reducido casi a una sola.
En su caso a esposa de y musa para, primero de un poeta y luego de un pintor, ambos de renombre, circunstancia que contribuyó, de manera buscada o no, a oscurecer el suyo. Los últimos años han visto sin embargo como el caleidoscopio formaba una nueva figura, la Gala creadora con un proyecto individual propio. Esta es la visión desde la que el MNAC encara a partir del 6 de julio la exposición Gala Salvador Dalí. Una habitación propia en Púbol: una figura que se mantiene en pie incluso en ausencia de los hombres a los que estuvo ligada. Una relectura a partir de, entre otros aspectos, una lectura, valga la paradoja y la reiteración, de los escritos de Gala, en especial de su Diario pero también de las cartas y papeles en los que dejó constancia de su interés y ambición literaria. De su talento.
Estrella de Diego, comisaria de esta muestra, ya escribió en el prólogo de La vida secreta. Diario inédito, de Gala Dalí, editado el 2011 por Galaxia Gutenberg, que la auténtica biografía de Gala no comienza en Suiza, cuando conoció al que se convertiría en su primer esposo, Paul Éluard, tal como siempre se había establecido. Tampoco se limita a organizar la vida de los artistas con quienes la compartió. En el caso de Dalí el pintor reconoció el papel, definitivo, imprescindible, de Gala en su obra al punto de llegar a firmar sus cuadros como Gala-Salvador Dalí. Dalí pintaba a Gala y dependía emocionalmente de ella, también de su organización material, pero además confiaba en su criterio antes que en cualquier otra cosa: en su autobiografía Dalí explica la reacción de Gala en 1931, cuando vio concluido el cuadro La persistencia de la memoria: “Miraba yo fijamente el rostro de Gala y vi en él la inconfundible contracción de la maravilla y el asombro. Esto me convenció de la eficacia de mi nueva imagen, pues Gala no se equivoca nunca al juzgar la autenticidad de un enigma”.
La exposición Una habitación en Púbol busca desvelar una imagen durante años atisbada en fragmentos y hace referencia en su título a la creación por parte de Gala de un recinto, habitación en un sentido no sólo físico, únicamente para ella: el castillo que le regaló Dalí en 1969 y al que este sólo podía acceder mediante permiso escrito de su compañera. Allí fue enterrada tras su muerte en 1982. Un espacio que a decir de la comisaria en uno de los interesantísimos textos del catálogo es en realidad un gran objeto, como aquellos que ideó o contribuyó a idear con Éluard y los surrealistas. Una habitación también en el sentido empleado por la escritora Virginia Woolf y que adquiere su plena vigencia en el Diario de Gala, cuya primera parte, los años de infancia en Rusia, muestran su crecimiento en una familia nómada y culta que estableció su amor por la literatura. Gracias a la posición económica e intereses del segundo marido de su madre (su padre había muerto), la familia se instaló en Moscú y allí la futura Gala tuvo acceso a una educación esmerada, con la hermana de la poetisa Marina Tsvetaieva como compañera.
Años más tarde, Anastasia Tsvetaieva diría de Gala que “había en ella, quizás más que en mí, una cierta frialdad; una ceja que se levanta y, arruinando de pronto todo el ardor de la reserva, una breve carcajada”. Rusia siempre permanecería en el alma de Gala, quien en su recorrido por la Europa en guerra de 1916 para reunirse en París con Éluard emprendió otro exilio, especialmente doloroso para alguien dotada para las palabras: el de la lengua. En algún momento del periplo Elena dio paso a Gala y el ruso al francés. En ese idioma escribió el citado manuscrito conservado en la Fundació Gala-Salvador Dalí, un texto bien construido, trabajado y, muy relevante, repleto de correcciones: ¿esperaba publicarlo? ¿O iba dirigido sólo a sí misma?
Esos textos son, en todo caso, una de las piezas del caleidoscopio, como lo son también las que, desde las cartas que enviaba a su padrastro incluso ya casada con Dalí, la muestran desde una perspectiva más tradicional: “Yo, como todas nosotras las mujeres rusas, personalmente intento ayudar en todo a mi marido”. De nuevo la nacionalidad agazapada pero viva e imprescindible en su personalidad, como se ve en su habitación de Púbol y también en la exposición, con su biblioteca de autores rusos en ruso, que sólo ella podía leer, sus iconos y objetos. También Picasso había sucumbido al misterio de las mujeres rusas, como lo prueba su matrimonio con Olga Khokhlova.
Pero en la carta a su padre antes mencionada, de 1943, continúa Gala: “Con frecuencia le sirvo de modelo, hago de secretaria en todo lo que se refiere a la parte práctica de nuestra vida, porque él, como ves, está totalmente sumergido en el mundo creativo, en el trabajo. No es capaz de ocuparse de estas tonterías. Yo tampoco soy muy brillante, pero vivimos como todos los artistas, trabajamos para lo que es más importante: la posibilidad para un talento de expresarse”. ¿Había renunciado Gala a su propia carrera para construirse en la de su compañero? ¿Hasta qué punto encontramos a Gala en Dalí? ¿Cuánto de Dalí es obra de Gala? La exposición plantea esta y otras muchas cuestiones a través de 180 obras y objetos, muchos de ellos presentados por primera vez. Las fotografías ilustran su papel central en el surrealismo, los objetos su curiosidad, los vestidos nos hablan de su interés por la moda y el diseño (colaboró en la creación de algunas piezas) pero también del poder económico de la pareja, sobre el que se basó una cierta leyenda negra de Gala como ser manipulador e interesado que tanto circuló durante el siglo pasado y que ahora se cuestiona. Muchas preguntas para responder a quién era Gala. Y qué encontramos en su habitación.
Gala Salvador Dalí. Una habitación propia en Púbol