Jorge Sampaoli está en el ojo de la tormenta. El técnico arde en el infierno por la dura derrota a manos de Croacia que compromete seriamente el futuro de la Selección argentina, más allá de que aún esté en condiciones de cobijarse en la esperanza que le otorga una combinación favorable de resultados que puede evitar una bochornosa y temprana despedida del Mundial. El 3-0 a manos de Croacia dejó expuesta con brutal claridad la inconsistencia de su propuesta futbolística, situación que se agiganta por la tendencia del entrenador a pronunciar discursos épicos, ricos en una carga emotiva que contrastan notoriamente con la pobreza del rendimiento del equipo nacional. A las palabras se las lleva el viento y lo único que permanece inalterable es la lista de pecados que el DT ha cometido en su cruzada por demostrar que podía conducir al conjunto albiceleste hacia un destino mejor.
1 – No haber definido un estilo de juego.
Desde que tomó las riendas del Seleccionado, Sampa se pronunció insistentemente a favor de darle vida a un proyecto en el que se notara a qué jugaba el equipo. Amagó con implementar una línea de tres defensores, la desestimó ante la oposición de los futbolistas y la desempolvó contra los croatas, en una arriesgada apuesta que bien puede entenderse como el intento final de morir con la suya. Fervoroso adherente a la llamada presión alta, la Selección jamás mostró esa disposición para apretar al adversario bien lejos del arco propio. Aunque apostó por un mediocampo con un volante central de marca y otro de juego, terminó siendo conservador y empleando un doble 5 con Javier Mascherano y Lucas Biglia, de probada ineficacia en el pasado reciente. Y cuando modificó esa idea inútil aplicada en el debut frente a Islandia, contra Croacia trató de rodear a Masche con Enzo Pérez y Maximiliano Meza, pero tampoco tuvo el control de la pelota. Nunca logró que fuera posible apreciar las características del ataque albiceleste. Todo se terminó reduciendo a lo que pudiera hacer Lionel Messi. Con Sergio Agüero -su 9 favorito- o Gonzalo Higuaín, la Selección dependió pura y exclusivamente de La Pulga. Y si el rosarino cae -como contra los balcánicos- en los profundos abismos anímicos que suelen afectarlo en los instantes de tensión, ya no existe posibilidad de evitar que la ofensiva se vuelta tan débil como inexistente.
2 – No haber encontrado el equipo. A lo largo de un breve pero intenso ciclo que comprende 13 partidos, a las órdenes del casildense nunca se plantó dos veces la misma formación. Cambios y más cambios que hicieron imposible establecer la alineación titular. La Selección se transformó en presa de la inseguridad que deriva del hecho de que los jugadores no saben si les toca actuar o no. Eso, al mismo tiempo, conspira contra el surgimiento de hábitos comunes entre los futbolistas, quienes deben adaptarse permanentemente al nuevo compañero que tienen al lado.
3 – La conformación del plantel. Argentina no llegó a Rusia con el mejor plantel posible. Sampaoli fue esclavo de su propia confusión. Diseñó una lista de 23 mundialistas con hombres pensados en puestos que no les son habituales ni naturales, producto de su afán por darle una constante vuelta de tuerca a un deporte que es mucho más sencillo que lo que el DT cree. Además de haber incluido a jugadores lejos de su plenitud física, era evidente que faltaban opciones para varios puestos. Cuando se lesionó Manuel Lanzini subsanó parte de ese problema con la convocatoria de Enzo Pérez, quien pasó de número 24 a titular. La pretendida polifuncionalidad que el entrenador observa en ciertos miembros del plantel es más teórica que real y, a la vez, limita sus posibilidades en caso de necesitar variantes en determinados tramos de los partidos.
4 – No respetar el momento de los jugadores. A la hora de escoger a los 23, el presente de Mauro Icardi era muy superior al de Agüero o Higuaín, pero en Rusia están el Kun y el Pipita, dos centrodelanteros de jerarquía internacional pero que no rinden en la Selección en los momentos calientes. Aunque Franco Armani es el mejor arquero del país, queda relegado a un incomprensible segundo plano porque no tiene la capacidad de Wilfredo Caballero para jugar con los pies. Frente a los balcánicos quedó evidenciado que esa supuesta cualidad de Willy puede desembocar en catástrofes cuando el equipo se empecina en arriesgar innecesariamente con el toque atrás. El arquero tiene que atajar. Lo demás, es accesorio. Mascherano hace rato que no es el prócer de Brasil 2014, pero sigue en su lugar. Tampoco Biglia asoma como un mediocampista central de primer nivel. Esas circunstancias no fueron advertidas por del DT, quien a pesar de tantos ensayos, no buscó cubrir ese puesto con otros jugadores. Cristian Pavón se abre paso como una fuente de desequilibrio individual que nadie aporta en el elenco albiceleste, pero siempre corre de atrás o entra cuando todo está perdido.
5 – Sumisión a los jugadores. Sampaoli no puede evitar rendirse al influjo de ciertos futbolistas. Los respeta, los venera. En el caso de Messi se antoja más lógico porque es el mejor. Pero la influencia del capitán y su aparente mayor comodidad al estar rodeado por algunos compañeros llevó al DT a apelar a muchos que hace rato debieron haber sido parte del pasado de la Selección. Ever Banega, Angel Di María, Mascherano, Biglia, Nahuel Guzmán, Agüero e Higuaín son hombres de peso a los que Sampa -ni sus antecesores- se animaron a excluir. Sin tener en cuenta si sus actualidades avalan la permanencia en el conjunto nacional, siempre están.
6 – Empecinamiento con algunos futbolistas. Todos los entrenadores tienen su jugador fetiche. El de Sampa es Eduardo Salvio. Lo inventó como lateral por la derecha en un experimento ridículo que, en su momento, condenó para siempre a Lautaro Acosta. Al técnico le fascina un tipo de jugador que no existe en esa posición. Invención pura del casildense. Cuando contra Islandia quedó claro que esa prueba estaba condenada al fracaso, corrió al Toto a un sector más adecuado a sus reales condiciones. Lo mismo pasó con Caballero, a quien un partido amistoso contra Italia catapultó a una repentina buena consideración. Hizo falta que Sergio Romero debiera someterse a una intervención quirúrgica para que el DT encontrara cómo hacerle un hueco al arquero del que se había enamorado perdidamente.
7 – Ensayos en plena competencia. En su cruzada por encontrar una alineación base que nunca terminó de armar, probó tanto en las eliminatorias como en la Copa del Mundo. Antes parecía más comprensible porque asumió el cargo con poco tiempo para darle forma a su proyecto y obligado a sacar puntos para no quedar al margen del Mundial. Pero en plena Copa del Mundo resulta insólita esa búsqueda de soluciones mágicas que disimulen la falta de identidad del equipo.
8 – Jugadores que van y vienen. En medio de tantas pruebas, Sampaoli fue abriéndoles las puertas a muchos hombres que en un abrir y cerrar de ojos pasaron de posibles respuestas a los múltiples interrogantes que planteaba la necesidad a ser flores de un día. Durante la estancia en Barcelona, incluso en el amistoso contra Haití en la cancha de Boca, Giovani Lo Celso fue apuntado como el acompañante ideal del volante de marca para dotar de juego a la Selección. Esa alternativa que se presumía válida, quedó en la nada y privó a los albicelestes de un socio más que calificado para que Messi no tuviera que retroceder tanto para encontrar la pelota. En varias prácticas también Pavón apareció entre los titulares, pero a última hora se eligió a Marcos Acuña, quien siempre estuvo a la altura de los desafíos, aunque había llegado a Rusia más como suplente de Nicolás Tagliafico que de Di María. Mascherano era central, de pronto volvió a ser número 5, estuvo a punto de quedar al margen del Mundial, regresó al fondo y terminó en la posición en la que surgió. En los cálculos previos, Paulo Dybala sólo podía tener protagonismo si faltaba Messi. Desdeñando su talento, se lo veía apenas como el suplente de La Pulga. Nunca se lo tomó en otro plano, hasta que cuando se quemaban los papeles entró para hacer lo que pudiera cuando ya nadie estaba en condiciones de cambiar la historia.
9 – Optimismo sin sustento. Amante de los discursos farragosos con virulenta carga emotiva, Sampa exhibía una visión que tenía pocos puntos de contacto con lo que se percibía de la realidad del Seleccionado. Su entusiasmo parecía más una sensación personal de alegría por estar al frente del conjunto nacional que algo que estuviera cerca de contagiar a quienes estuvieran fuera del círculo cerrado del equipo. El DT se ilusionaba con una imagen que sólo existía en sus planes o en sus sueños, pero que no se veía en la cancha.
10 Dogmatismo light. Precisamente por su propensión a plantear un juego pretendidamente revolucionario, Sampaoli brindó innumerables conceptos tácticos y estratégicos para puntualizar lo que esperaba de la Selección. Fijó con llamativa convicción su ideario futbolero y se pronunció encendidamente respecto de la disposición a respetar un estilo, una metodología de trabajo, una identidad. Terminó cediendo ante la resistencia al cambio de los jugadores y a su propia incapcaidad para establecer una estructura firme y la Selección fue más lo que salió que lo que el entrenador decía buscar.
Esta última falta se notó inexorablemente en la conferencia de prensa posterior al partido contra los croatas. Sampaoli no evitó asumir su responsabilidad en el fracaso y dejó traslucir que su ciclo está terminado. El casildense es una víctima de sus propios pecados.