Entre 1896 y 1901 los británicos construyeron el Ferrocarril de Uganda, una línea de tren que unió el puerto de Mombasa con Kisumu, a la orilla del Lago Victoria, ambas en la actual Kenia. Bautizado como Lunatic Express por la opinión pública británica, debido a su elevado coste y a su aparentemente baja rentabilidad, las dificultades en su construcción empezaron casi desde su inicio: terreno difícil, falta de mano de obra (los obreros tuvieron que traerse de la India), motines de los trabajadores, conflictos con las etnias locales como los masái, o enfermedades como la malaria y la disentería.
Pero ninguno de estos problemas fue tan inesperado como los ataques de dos leones que durante nueve meses mataron y devoraron a su antojo a empleados del ferrocarril y llevaron de cabeza a uno de sus ingenieros, el coronel John Henry Patterson, hasta que logró cazarlos.
Patterson, ingeniero militar nacido en Irlanda, narraría su historia en Los devoradores de hombres de Tsavo (1907), “el relato más notable del que podamos tener constancia”, en palabras del presidente americano Theodore Roosevelt, cazador aficionado. El coronel fue contratado por la compañía del Ferrocarril de Uganda en 1898 para construir un puente sobre el río Tsavo, y su llegada, en marzo, coincidió con los primeros ataques de los felinos. “Uno o dos culis [trabajadores indios] desaparecieron misteriosamente –relató– y me dijeron que habían sido sacados por la noche de sus tiendas y devorados por los leones“. Patterson cifró el total de muertes en 28 indios, “sin contar los desgraciados nativos africanos sobre los que no se tiene registro oficial alguno”.
Demonios nocturnos
La osadía de estos animales para conseguir sus presas era inusitada, con una total falta de miedo a las personas, al fuego o a las armas. Su método de caza no difería del primer ataque descrito por Patterson: acechaban en mitad de la noche, atravesaban las bomas –cercos de matorrales espinosos que protegían los campamentos– y arrastraban afuera a sus víctimas para devorarlas.
El coronel construyó trampas con cebo y muchas noches montó guardia en lo alto de los árboles. En una ocasión incluso prohibió levantar el cadáver de un trabajador y se situó cerca esperando que los leones volvieran para reanudar su festín. Todo en vano. Apostado en su mirador, tan sólo podía esperar a oír, “más pronto que tarde, los gritos agonizantes” de la próxima víctima. Los leones “parecían tener una extraordinaria y misteriosa facultad de averiguar nuestros planes”. Si Patterson se ubicaba cerca de un campamento, el siguiente ataque acaecía en otro refugio más alejado.
Fuera cual fuera la causa, los dos leones se convirtieron durante meses en una pesadilla para el Ferrocarril de Uganda y en el motivo del retraso en su construcción
Varias teorías han intentado explicar la predilección de los leones de Tsavo por la carne humana: una peste bovina que había reducido el número de sus presas usuales, la costumbre de atacar antiguas caravanas de esclavos, unos dientes infectados que dificultaban la caza… Fuera cual fuera la causa, los dos leones se convirtieron durante meses en una pesadilla para el Ferrocarril de Uganda y en el motivo del retraso en su construcción, según explicó en el Parlamento el primer ministro británico, lord Salisbury. Tras meses de pánico, el 1 de diciembre centenares de trabajadores huyeron en tropel en un tren de carga, dejando los trabajos paralizados durante tres semanas.
La suerte cambió el 9 de diciembre, cuando Patterson, desde una frágil atalaya construida sobre el cadáver de un asno al que habían atacado al amanecer, cazó al primer león. El felino resultó ser un gigante de 2,95 metros del hocico a la punta de la cola, y se necesitaron ocho hombres para llevarlo al campamento. El coronel mató al segundo león al cabo de 20 días, después de atraerlo hasta los cadáveres de unas cabras. Necesitó nueve balazos.
Patterson conservó las pieles de los dos animales hasta 1924, cuando en una de sus giras por Estados Unidos dando conferencias las vendió al Museo Field de Chicago, que las montó en un diorama. Cuando uno visita el museo y los ve ante sí entiende por qué los trabajadores creían que se trataban de demonios en forma de león, “espíritus coléricos de dos jefes nativos fallecidos que protestaban contra la construcción del ferrocarril a través de sus tierras”: a pesar de los ojos de cristal, los leones de Tsavo, incluso muertos, aún dan miedo.