UEVA YORK.- Millones de personas han visto en YouTube los informes de Lee y Oli Barrett desde China, donde padre e hijo visitan hoteles en locaciones exóticas, recorren aldeas que están fuera de los circuitos turísticos tradicionales, prueban las exquisiteces de los mercados populares y hasta se someten al tradicional lavado de oído.

“Hoy estamos en las afueras de Shanghái, en el hotel más increíble que jamás hayamos visitado”, dice Oli en un video, y en ese momento el dron empieza a elevarse y con su cámara muestra el lujosísimo complejo edilicio del Intercontinental Shanghai Wonderland, construido sobre las paredes de una gigantesca cantera de piedra.

Los Barrett son parte de una nueva camada de figuras de las redes sociales que pintan una imagen dorada de la vida como extranjeros en China, y de paso sirven como contrataque para las críticas hacia Pekín por su gobierno autoritario, su política hacia las minorías étnicas, y su manejo de la pandemia.

Los videos de los Barrett son informales y tienen un aire casero. Sin embargo, detrás de cámara hay una enorme estructura de organizadores del gobierno, medios de comunicación estatales y otros propagadores de la agenda oficialista que participan de una abarcadora campaña del gobierno para sacarle lustra a la imagen de China alrededor del mundo.

Los medios de comunicación estatales y los gobiernos locales han organizado y financiado los viajes de influencers pro-Pekín, según se desprende de documentos oficiales y de los propios creadores de videos. Esas organizaciones han pagado u ofrecido pagar a los influencers y les han garantizado un lucrativo tráfico a sus videos, al compartirlos con millones de usuarios en las redes sociales.

Con el respaldo de los medios de comunicación oficiales, esos videastas aficionados pueden visitar y filmar en lugares de China que suelen estar vedados a los periodistas extranjeros.

La mayoría de esos YouTubers viven en China desde hace años y dicen que su objetivo es contrarrestar la percepción cada vez más negativa que Occidente tiene de ese país. Y aseguran que son ellos, y no el Partido Comunista, quien decide lo que se incluye en sus videos.

Pero aunque esos creadores no se ven a sí mismos como herramientas de propaganda, Pekín los utiliza de esa manera. Los diplomáticos y representantes chinos han proyectado esos videos en conferencias de prensa y han promocionado sus creaciones en las redes sociales. En conjunto, seis de los influencers más populares han cosechado más de 130 millones de visitas en YouTube y más de 1,1 millones de suscriptores.

Pekín quiere marcar las reglas del debate mundial sobre China y las voces extranjeras afines son parte de esa campaña cada vez más ambiciosa. El Partido Comunista ha encolumnado a diplomáticos y medios de comunicación estatales para que transmitan su relato y ahoguen las críticas, a menudo con la ayuda de ejércitos de usuarios fantasmas que replican sus publicaciones.

De hecho, Pekín ahora utiliza plataformas como Twitter y YouTube, que dentro de China están bloqueadas para evitar la difusión sin controles de información, como megáfonos de propaganda para el resto del mundo.

“China es el nuevo súper-abusador de las redes sociales globales”, dice Eric Liu, exmoderador de contenido de las redes sociales chinas. “El objetivo no es ganar, sino causar caos y sospecha hasta que no haya una verdad real”.

El estado detrás de la cámara

Raz Gal-Or es un joven israelí que empezó a hacer videos divertidos cuando era estudiante universitario en Pekín y ahora tiene millones de suscriptores que siguen sus entrevistas con personas comunes u otros expatriados sobre sus vidas en China.

En un video de esta primavera, Gal-Or visita los campos de algodón de Xinjiang para contrarrestar las denuncias de trabajo esclavo en esa región.

“Acá todo es absolutamente normal”, declara tras disfrutar de unos kebabs con unos trabajadores. “La gente es amable, trabaja, hace su vida.”

Sus videos nada dicen de los documentos internos del gobierno, los testimonios de primera mano y las visitas de periodistas, que revelan que las autoridades han retenido a cientos de miles de musulmanes de Xinjiang en campos de reeducación.

También omiten mencionar los lazos comerciales de él y su familia con el Estado chino.

El presidente de YChina, la productora de los videos de Gal-Or, es su padre Amir, un inversionista cuyo fondo de inversión está respaldado por el Banco de Desarrollo de China, administrado por el gobierno.

En respuesta a la consulta de The New York Times, Raz Gal-Or respondió por email que YChina no tenía “contratos comerciales” con agencias de noticias estatales chinas y que ningún organismo estatal le pagó ni lo guió en su estadía en Xinjiang.

Raz Gal-Or agregó que su serie de videos de Xinjiang eran sobre “la vida, el bienestar y los sueños de las personas”, y que cualquiera que vea en ellos una intencionalidad política “es porque tiene su propia agenda de intereses”.

“Es mi trabajo”

Otros reconocen haber aceptado financiamiento estatal, pero retrucan que eso no los convierte en voceros de Pekín.

Kirk Apesland, un canadiense que vive en China, tiene un canal de YouTube llamado Gweilo 60 (en cantonés, “gweilo” es la expresión coloquial para “extranjero”). Apesland desmiente los informes sobre represión en Xinjiang y cuenta su propia experiencia positiva y feliz como respuesta a quienes dicen que el pueblo chino está oprimido.

Tras recibir la consulta del diario neoyorquino, el youtuber canadiense posteó un video titulado “New York Times vs Gweilo 60″, donde reconoce aceptar estadías en hotel y honorarios de las autoridades municipales y provinciales, y compara su función con la del un promotor del turismo local.

“¿Tiene una tarifa lo que hago?”, se pregunta en el video. “¡Por supuesto! Es mi trabajo: llevarles esas imágenes a cientos de miles de personas.”

Cómo conseguir likes e influir en las personas

Nadie sabe cuánto ganan exactamente los videastas influencers por ese trabajo, pero además de dinero, el gobierno chino les garantiza algo igualmente valioso para las personalidades de las redes sociales: un intenso y sostenido tráfico digital.

Con los ingresos por publicidad, YouTube les paga a los influencers según la cantidad de personas que ven sus videos. Además, esos cientos de miles de ojos también los ayudan a conseguir acuerdos de patrocinio y canjes con grandes marcas, como han hecho varios de los youyubers pro-China.

Gal-Or subió a YouTube su video sobre las granjas de algodón de Xinjiang el 8 de abril, poco después de que Nike, H&M y otras marcas fueran criticadas en China por expresar su preocupación por los informes que hablaban de trabajo esclavo.

En pocos de días, su video fue publicado con subtítulos en italiano por la página de Facebook de la Embajada de China en Italia, que tiene casi 180.000 seguidores.

En las semanas siguientes, el video, junto con otros clips de Gal-Or en Xinjiang, fueron compartidos en Facebook y Twitter por al menos 35 cuentas de embajadas chinas y medios oficiales de noticias. En total, esas cuentas suman más de 400 millones de seguidores.

P. Mozur, R. Zhong y A. Kroliko

The New York Times