TRÍPOLI. “Estamos al límite”. Arrestada en una redada policial, como otros miles de migrantes y refugiados en Libia, Halima se escapó de un centro de detención en Trípoli. “Humillada”, no pide más que salir de este país después de una semana de calvario.
“Nos han agredido, humillado, muchos de nosotros hemos sido heridos”, deplora Halima Mokhtar Bshara, una migrante sudanesa originaria de Darfur, una región devastada por la guerra.
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“Todos estamos muy cansados. Pero no tenemos adónde ir, incluso nos echan de las aceras”, cuenta a la joven, de 27 años, con voz triste.
Junto con cientos de personas, asistieron a una sentada frente a la oficina local del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que suspendió temporalmente sus actividades esta semana debido a una presión migratoria creciente.
Frente al edificio del ACNUR, decenas de migrantes y refugiados, entre ellos niños pequeños, duermen en el suelo desde hace varios días, en total indigencia, con la esperanza de que les atiendan.
“Por nuestra seguridad, pedimos que nos evacuen”, dice una de las pancartas. “Libia no es un país seguro para los refugiados”, reza otra.
Un gran número de migrantes, procedentes de Níger, Sudán o Eritrea, han huido de sus países, devastados por los conlictos, la pobreza y la corrupción, para intentar emprender la peligrosa travesía del Mediterráneo, en unas embarcaciones hinchables improvisadas que parten de Libia -centro de la inmigración ilegalrumbo a Europa.
Quienes no logran zarpar, se quedan atrapados en un país sumido en el caos desde 2011. Las ONG suelen llamar la atención por los malos tratos de los que son víctimas migrantes y refugiados.
El fin de semana pasado, las autoridades libias lanzaron una redada en un barrio pobre de la capital, Trípoli, donde viven principalmente migrantes y solicitantes de asilo, causando un muerto y al menos 15 heridos, según la ONU. Varias ONG aseguran que cerca de cinco mil migrantes fueron arrestados y detenidos durante esta operación, realizada oficialmente para luchar contra el tráfico de drogas.
El viernes, unos dos mil migrantes y refugiados se escaparon de ese centro y seis de ellos murieron por disparos de los guardias libios, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que denunció ante las “terribles condiciones de vida” de este lugar superpoblado.
Ayer, el Ministerio del Interior libio desmintió cualquier uso excesivo de la fuerza tras esa evasión, afirmando en un comunicado “respetar los derechos humanos en la cuestión migratoria”.
Pocas horas antes de la fuga colectiva, el ACNUR reiteró su llamamiento a las autoridades libias “para que autoricen la reanudación de los vuelos humanitarios fuera del país, suspendidos desde hace casi un año”.
Las migraciones han estallado después del caos que siguió a la revuelta y que favoreció el desarrollo del tráfico de seres humanos y la multiplicación de las travesías clandestinas.