Un día de la primavera de 1732, una gran multitud, que incluía varias de las principales figuras de la ciudad y sus alrededores, se congregó en el Palazzo Pubblico, la residencia del jefe del Senado de la ciudad de Bolonia. La cita era con la Ciencia.
El centro de atención ese 17 de abril era Laura Bassi quien, a sus 21 años de edad, se enfrentaba a siete examinadores para defender 49 elaboradas respuestas que había dado a preguntas de intelectuales sobre física, metafísica y la naturaleza del cuerpo y el alma.
De tener éxito, recibiría los símbolos de la licenciatura: un libro, un anillo, una corona de laureles de plata y un manto de armiño.
La candidata era excepcional, pues no sólo no era noble, sino que además era mujer. Pero también era conocida -y admirada- por su destreza intelectual y amplios conocimientos.
La gente solía acudir a su casa para escucharla discutir sobre la historia de la filosofía y la física con los principales profesores y académicos de la ciudad.
Uno de los que la visitó personalmente para confirmar que su fama era merecida fue el arzobispo de Bolonia, Prospero Lambertini, futuro papa Benedicto XIV, quien quedó tan encantado que desde entonces fue su patrocinador.
Bassi no decepcionó a los asistentes al evento: deslumbró con sus respuestas y se convirtió en la segunda mujer de la historia en recibir un doctorado.
La primera doctora
En 1678, más de 20.000 espectadores acudieron a Padua a ver a la noble veneciana Elena Cornaro Piscopia obtener un doctorado en Filosofía.
Inmediatamente después, los rectores de la Universidad de Padua acordaron no admitir más mujeres en su centro de estudios.
Cuando Piscopia murió, seis años después, fue celebrada por haber sido la primera y la última graduada de esa universidad.
Pese a todo, Italia estaba siglos por delante del resto del mundo en este tipo de reconocimientos.
En Alemania, el primer título de doctorado para una mujer fue otorgado en 1787; en Estados Unidos, en 1877 y en Francia, en 1903.
El paraíso…
En cualquier caso, a Bassi le fue mucho mejor que a Piscopia. No sólo le concedieron el doctorado y se acuñaron medallas conmemorativas en plata y peltre, y se publicaron tres volúmenes de poesía en su honor, sino que consiguió un nombramiento como profesora, con un estipendio anual de 500 liras.
Y eso sí que era inaudito.
A pesar de que Bolonia era conocido como un “paraíso para las mujeres” debido a su hábito de celebrar el éxito femenino, el que una tuviera una carrera profesional en el mundo de la ciencia era notable.
En la década de 1700, se consideraba inmodesto e indecente que una mujer joven estuviera “siempre en medio de reuniones de hombres”, debatiendo los secretos de la naturaleza con ellos.
En los círculos intelectuales de fines del siglo XVII y principios del XVIII se escribían polémicas y hasta se celebraban debates públicos sobre el tema.
En un extremo estaban quienes creían firmemente que las mujeres eran intelectual y moralmente inferiores, que su educación más allá de los deberes del hogar era inútil, y que los padres y los esposos debían confinarlas a su esfera adecuada.
Para fortuna de Bassi, su padre y los otros hombres que la rodearon desde su niñez eran de los que creían que la esfera adecuada para una mujer era aquella que se ajustaba a sus ideales y capacidades intelectuales.
Y, la Universidad de Bolonia, la más antigua del mundo, dio ese moderno paso: la nombró catedrática en 1732.
En contraste, Estados Unidos nombró a su primera profesora universitaria en 1871; Reino Unido lo hizo en 1904, Francia en 1906 y Alemania en 1923.
No sólo eso: Bassi se convirtió ese mismo año en la primera mujer miembro de la Academia de Ciencias del Instituto de Bolonia.
La Academia Nacional de Ciencias con sede en Estados Unidos admitió su primer miembro femenino en 1925, seguido por la Royal Society en Reino Unido en 1945 y la Academia de Ciencias de Francia en 1979.
…perdido
A pesar de la emoción que provocó la confirmación de que esta hija de Bolonia era una mujer excepcional, existía también la preocupación de sentar un precedente.
Así, sus puestos se empezaron a considerar honorarios: se esperaba que Bassi no participara en los asuntos cotidianos de la academia, mientras que, aunque la cátedra universitaria se creó específicamente para ella, no se le permitió enseñar públicamente.
La idea era que se dedicara más bien a la literatura y a escribir versos para ocasiones especiales, algo más afín con la naturaleza femenina.
Pero el arzobispo Lambertini, fiel a su convicción de que el talento de las mujeres merecía ser reconocido, logró que a Bassi se le permitiera dar conferencias -previa invitación de sus empleadores- en ocasiones como la visita de algún personaje distinguido o en los famosos debates públicos que se hacían durante el carnaval.
Bassi, por su parte, encontró maneras para sortear esos obstáculos.
En 1738, se había casado con el científico Giuseppe Veratti y eso le permitía participar en reuniones científicas “de hombres”.
En 1745, Lambertini, quien se había convertido en el papa Benedicto XIV, creó un grupo de élite de 24 científicos en Bolonia llamado Bennedetina. Bassi lo persuadió de que la nombrara como el miembro número 25 -aunque sin los mismos derechos-, lo que estableció su posición como científica y le permitió centrarse en la investigación y la enseñanza.
Y, como no le permitían dictar cátedra en la universidad, ella y Veratti abrieron en 1749 una “escuela doméstica” en su propia casa.
Su curso de 8 meses ofrecía una instrucción más completa que la Universidad o el Instituto de Bolonia.
Los estudiantes acudían de toda Italia y de otras partes de Europa para estudiar con ella, ya que su habilidad para combinar los aspectos teóricos y experimentales de la física era conocida internacionalmente.
Bassi y Veratti incluso lograron montar, poco a poco, uno de los mejores laboratorios del país.
En 1760, comenzó a trabajar con su esposo en posibles aplicaciones de la electricidad a la medicina, lo que finalmente la llevó a ser nombrada presidenta de Física Experimental en la Universidad de Bolonia en 1776, un puesto que finalmente le permitió impartir clases.
Dos años más tarde, la Signora Dottoressa Laura Bassi, la científica más famosa del siglo, murió.
En las décadas posteriores a su muerte, las universidades italianas, particularmente la de Bolonia, se “modernizaron” y les cerraron las puertas a las mujeres.
Las descendientes de Bassi y las otras científicas italianas de su tiempo —la matemática Maria Gaetana Agnesi, la artista y anatomista Anna Morandi Manzolini y la física Cristina Roccati— debieron esperar hasta 1874 para que se volvieran a entreabrir.