No hay en todos los océanos del mundo pez más espléndido que el atún rojo. Puede alcanzar 3,65 metros de largo y 680 kilos de peso, y vivir hasta 30 años. Pese a sus dimensiones, posee un modelo hidrodinámico de diseño exquisito, capaz de surcar el agua a 40 kilómetros por hora y sumergirse a casi 1.000 metros de profundidad. A diferencia de la mayoría de los otros peces, tiene un sistema circulatorio de sangre caliente que le permite vagar desde el Ártico hasta los trópicos.

En el pasado, millones de atunes rojos migraban a través del Atlántico y el Mediterráneo, y su carne era tan importante que los pueblos de la antigüedad pintaron su imagen en las cuevas y la inmortalizaron en sus monedas. Además, el atún rojo posee otro atributo extraordinario, que podría acarrearle la ruina: su codiciada ventresca, veteada con generosas capas de grasa, sirve para preparar el mejor sushi del mundo. A lo largo del último decenio, una flota dotada de la más avanzada tecnología y guiada a menudo por aviones de detección, ha perseguido a estos animales de un extremo a otro del mar Mediterráneo, capturando cada año decenas de miles de ejemplares, muchos de ellos de forma ilegal.

Precisamente esta importancia comercial está consiguiendo que cada vez existan menos ejemplares debido a la sobrepesca. Según datos de la Comisión Internacional de Conservación de los Atunes Atlánticos (ICCAT) en 2009 el stock de atún rojo descendió dramáticamente hasta el 72 % en la costa atlántica oriental y hasta un 82 % en la costa occidental.