No solemos celebrar las historias de una pasión que se ha descarrilado, pero basta mirar con cuidado para reconocer que están por doquier. Generalmente la trama es algo así: empiezas una actividad y te nace el amor por ella, así que la haces con más frecuencia. Con el tiempo mejoras y comienzas a tener resultados positivos. Recibes alabanzas, reconocimiento y recompensas. Poco a poco, quizá sin que te des cuenta, te empieza apasionar más la validación externa que la actividad misma.
Los psicólogos distinguen estos dos lados de la pasión, uno es armonioso y el otro obsesivo. En la pasión armoniosa estás absorto en una actividad porque te encanta cómo te hace sentir. Un escritor armoniosamente apasionado escribe porque a él o ella le encanta el arte de escribir. En la pasión obsesiva te enganchas en una actividad debido a las recompensas externas y al reconocimiento. Un escritor obsesivamente apasionado escribe porque quiere vanagloriarse de las historias publicadas y alcanzar un estatus de máximo éxito en ventas.
Algunos estudios muestran que la pasión obsesiva está relacionada con el agotamiento, la ansiedad, la depresión y las conductas poco éticas. Una razón de esto es que las personas obsesivamente apasionadas ligan su valía personal a resultados que muchas veces están más allá de su control. Estar apasionado por —o, mejor dicho, estar esclavizado por— la obtención de un resultado externo que no puedes controlar crea un sentido de identidad volátil y frágil. Las consecuencias suelen ser desastrosas.
Jeff Skilling, de la empresa energética Enron, y Elizabeth Holmes, de la firma de biotecnología Theranos, estuvieron al frente de dos de los fraudes corporativos más grandes en la historia reciente de Estados Unidos. Antes de la escandalosa caída de sus compañías, a ambos se les celebraba por su pasión y determinación obsesiva, algo que Holmes dijo era una virtud muy importante. Alex Rodríguez y Lance Armstrong, dos de los tramposos más infames en el mundo de los deportes, alguna vez fueron dos de los competidores más apasionados. Cuando la revista Forbes le preguntó a A-Rod cuáles eran sus tres mejores consejos profesionales, lo primero que mencionó fue: “Descubre tu pasión”. Lo que todos estos individuos tienen en común es que sus pasiones se descarrilaron debido a un incesante enfoque en los resultados y, cuando estos no cumplieron con sus expectativas excesivamente altas, asumieron un comportamiento poco ético para acortar la brecha entre la realidad y sus ideales.
Incluso si tienes un éxito legítimo, como lo hicieron estos emprendedores y héroes deportivos en un inicio, si ese éxito se deriva de una pasión obsesiva —motivada por un anhelo de alcanzar resultados, reconocimiento y premios externos— los problemas no tardarán en aparecer. Eso es porque generalmente la gente desea más. Más dinero. Más fama. Más medallas. Más seguidores.
Una vez que sientes pasión por la validación externa, la dopamina, el neuroquímico asociado con el impulso a esforzarse y la adicción, inunda tu sistema nervioso y hace que sea casi imposible que sientas satisfacción. Te ves inmerso en un círculo vicioso de siempre tener que esforzarte más y de poner tu bienestar en manos del capricho de tu resultado más reciente. Desde mucho antes que los psicólogos definieran la pasión obsesiva, el Buda la llamaba sufrimiento.
A menos que tengas la genética perfecta, un amplio entrenamiento mental o años de guía espiritual, ser completamente indiferente a los resultados externos no es realista. Todos los atletas sienten emoción al ganar. Todos los escritores se sienten bien cuando sus libros se venden. A todos los vendedores les encanta cerrar un trato. Incluso los usuarios de Facebook y Twitter sienten cosquillitas cuando reciben una nueva solicitud de amigo, un seguidor o un me gusta. La clave es reconocer estas emociones en el momento en que surgen y mantenerlas bajo control, para evitar que se vuelvan fuerzas predominantes detrás de tu pasión.
Cuando te sientes a escribir, siéntate a escribir sin pensar en cuántos libros venderías. Cuando vayas a trabajar, ve para hacer una contribución significativa sin tomar tan en cuenta si por ello te van a ascender o recibirás un bono. Cuando entrenes y compitas, hazlo para mejorar y dominar tu cuerpo, no para ganar premios o tener mejores puntuaciones. Cuando ames —ya sea a una pareja, una amistad, un hijo, una mascota— hazlo para cultivar una relación especial, no porque quieras retratar tu relación en las redes sociales para que todos la vean. En otras palabras, tu pasión no debe provenir del exterior, sino de tu interior.
Este tipo de pasión, la armoniosa, ha sido vinculada con la salud, la felicidad y, en general, la satisfacción con la vida. La pasión armoniosa no llega de manera automática, sobre todo en el mundo actual hiperconectado y con una cultura tan orientada a la comparación con otros. La pasión más bien debe considerarse una práctica continua, como una fuerza que debe ser tratada con cuidado.
Algunos elementos clave de esta práctica pueden ser especialmente útiles:
– No te juzgues ni te compares con los demás. Compárate con versiones anteriores de ti mismo y con el esfuerzo que estás haciendo en la actualidad.
– Sigue la regla de las 24 horas. Después de un gran logro o un fracaso rotundo, date un día para celebrar el éxito o lamentar la derrota; luego vuelve a lo tuyo. Regresar a trabajar esta cuestión ayuda a poner en perspectiva tanto el éxito como el fracaso.
– Concéntrate en el proceso antes que en los resultados. No te evalúes a ti mismo según si lograste una meta externa, sino en cómo realizaste el proceso para alcanzarla. Los resultados son una parte muy pequeña de la vida, casi todo lo demás es el proceso.
– Acepta un ligero revés en favor de las ganancias importantes. Si planeas a futuro y te concentras en toda una vida de progreso en lugar de resultados específicos en un momento en particular, entonces el fracaso deja de ser algo terrible; puede más bien convertirse en una fuente rica de información y una oportunidad para crecer.
– Reflexiona con regularidad sobre tu propósito global. Pensar en por qué empezaste con esa pasión te ayuda a que la motivación intrínseca sea la que guíe tus objetivos.
Digámoslo así: la pasión puede ser un don o una maldición. La buena noticia es que eso depende de ti.