PARÍS.- Con frecuencia, los mejores proyectos terminan siendo un estrepitoso fracaso. En este caso, la víctima podría ser China y su ambicioso proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, para el cual Pekín desplegó una política de seducción con los países en desarrollo, otorgándoles consistentes créditos. Préstamos, cuya gran parte nunca serán reembolsados, según los expertos.
Para hacer frente a ese peligro, “la reacción del régimen chino podría agravar aún más la situación y desencadenar crisis de la deuda soberana a escala mundial”, advierte la economista Carmen Reinhart, considerada una de las especialistas más importante del endeudamiento.
Los trabajos de esa profesora de Harvard y de su colega Kenneth Rogoff influenciaron considerablemente el debate público durante la crisis del euro. Y si Reinhart lanza hoy una advertencia sobre un eventual desequilibrio del sistema financiero es para que los gobiernos del planeta presten mucha atención.
Pero esta vez no se trata de la zona euro sino de China. Reinhart, con otros investigadores, constató que el 60% de los créditos acordados por Pekín al extranjero se encuentran bajo la amenaza de un default, situación que bien podría poner en dificultad los bancos chinos. Esas conclusiones han sido establecidas recientemente en un informe por la economista y otros expertos del Banco Mundial, del Kiel Institut für Weltwirtschaft y del grupo de investigación AidData.
China jamás da información sobre sus créditos. Pero los investigadores parten del principio de que los acreedores chinos han prestado centenares de miles de millones de dólares a los países pobres durante los últimos 20 años. Según sus estimaciones, el monto de los créditos alcanzaría un billón de dólares destinados principalmente a financiar proyectos de infraestructura.
Esas operaciones financieras forman parte de la iniciativa conocida como la Nueva Ruta de la Seda con la cual China intenta establecer fuertes lazos logísticos y económicos con los países en desarrollo y emergentes. La nueva infraestructura financiada por Pekín tiene como objetivo asegurarse el aprovisionamiento de materias primas provenientes de África y América del Sur, y permitir a las fábricas chinas llegar más fácilmente a sus clientes en el exterior.
Pero esa estrategia no parece funcionar como lo esperaban los dirigentes chinos. Ciertos deudores ya han conocido derrumbes espectaculares. Sri Lanka, por ejemplo, debió declararse insolvente en abril del año pasado y se encuentra en la incapacidad de rembolsar unos 50.000 millones de dólares de deuda externa.
Según la sociedad de análisis Rhodium Group, solo en 2020 y 2021, los bancos chinos tuvieron que refinanciar cerca de 52.000 millones de dólares de créditos acordados a los países pobres, principalmente debido a la crisis del coronavirus. Después de esa pandemia, el fuerte aumento de las tasas de interés colocó a los países emergentes y en desarrollo fuertemente endeudados bajo enorme presión. Pero, después de la renegociación de las deudas, ahora se cierne la amenaza de un default.
Reinhart y sus colegas comprobaron que, en estos últimos años, China comenzó a otorgar en forma sistemática créditos de rescate para evitar esos defaults. Hasta fines de 2021, Pekín habría acordado ese tipo de préstamos por un valor total de 240.000 millones de dólares a fin de preservar la liquidez de los deudores y proteger a los bancos chinos.
Para llegar a esa conclusión, los autores del estudio analizaron los flujos de pago de los bancos centrales y otras instituciones.
“Naturalmente, China trata de salvar sus propios bancos. Por eso se ha lanzado en la riesgosa operación de otorgar créditos de salvataje a los países deudores”, explica Reinhart.
Pero esos créditos chinos podrían al mismo tiempo reforzar a largo plazo las dificultades de pago de los países concernidos, ya que la tasa de interés promedio de esos préstamos (5%) es altísima. Es enorme cuando se sabe que un crédito de salvataje del Fondo Monetario Internacional (FMI) suele ser del 2%.
“Los créditos de rescate de Pekín podrían resolver los problemas de liquidez de los deudores. Pero no los problemas financieros a largo plazo”, analiza el economista Philippe Dessertine.
Lo que también preocupa a los economistas es que, tanto esos créditos de salvataje chinos como la magnitud de los problemas son difícilmente analizables para los observadores externos. En total, 170.000 millones de dólares, es decir la mayor parte de los créditos impagos, habrían sido otorgados a través del Banco Central, operaciones particularmente opacas para las agencias de notación y otros observadores internacionales. A esa cifra habría que sumar unos 70.000 millones de dólares provenientes de bancos públicos chinos y otras empresas del Estado.
“La actitud de China tiene evidentes repercusiones en el sistema financiero y monetario mundial que, según nuestras estimaciones, se vuelve menos institucionalizado, menos transparente y más fragmentado”, advierte Christoph Trebesch, coautor del Kiel Institut für Weltwirtschaft. Y esto podría convertirse en un serio problema si los países deudores encuentran dificultades financieras a largo plazo.
“La resolución de las crisis de la deuda soberana generalmente necesita un cierto grado de coordinación entre los acreedores”, explica por su parte Brad Parks, de AidData. Algo que, a su juicio, la disimulación de los créditos chinos hace cada vez más difícil.
Hasta ahora, China acordó créditos de rescate a 22 países. Entre ellos a Egipto, la Argentina, Ecuador, Laos, Mongolia, Pakistán, Surinam, Sri Lanka, Turquía, Ucrania, Venezuela y Bielorrusia.
Otros especialistas prefieren advertir a los gobiernos la costumbre china de imponer cláusulas leoninas en cada uno de esos contratos.
En Europa nadie olvida el episodio vivido hace dos años por Montenegro que, víctima de uno de esos contratos, estuvo al borde de tener que rembolsar a Pekín los mil millones de dólares de un préstamo solicitado para construir una autopista por una empresa china -que nunca hizo su trabajo-, cediendo al gigante asiático parte de su territorio. Para evitarlo, ese pequeño país de 600.000 habitantes, que no es miembro de la Unión Europea, pudo concluir in extremis un costoso acuerdo con dos bancos europeos y dos estadounidenses.
Sri Lanka no tuvo la misma suerte. Cuando Colombo fue incapaz de rembolsar su deuda asociada a la construcción del gigantesco puerto de Hambantota, Pekín tomó el control del puerto durante 99 años.