ITACURUÇA, Brasil — Algo trágico estaba sucediendo en las aguas turquesas de la bahía de Sepetiba, un puerto en crecimiento ubicado en las afueras de Río de Janeiro. Desde fines del año pasado, los pescadores empezaron a encontrar, hasta cinco veces al día, cadáveres de delfines que lucían muy delgados y además tenían cicatrices.
Desde entonces, los científicos han descubierto más de doscientos cuerpos de delfines costeros (Sotalia guianensis), un cuarto de lo que era la mayor concentración mundial de esa especie. Las muertes, causadas por fallas respiratorias y en el sistema nervioso vinculadas a un virus, han disminuido pero los científicos investigan para aclarar el misterio.
Se preguntan, ¿cómo un virus que normalmente habría causado el fallecimiento de un puñado de delfines llegó a matar a decenas de ellos? Científicos y residentes creen que parte de la respuesta está en la bahía misma que es un símbolo del poder económico de Brasil y representa un enorme riesgo ambiental.
Los delfines son “centinelas”, dijo Mariana Alonso, una bióloga en el Instituto de Biofísica en la Universidad Federal de Río de Janeiro que intenta entender la epidemia. “Cuando algo está mal con ellos, eso indica que todo el ecosistema está fracturado”.
Los botes pesqueros de madera que atraviesan la bahía se mueven alrededor de barcos mercantes cargados con hierro y acero. Aunque la gente todavía nada en sus aguas, cuatro puertos y una constelación de plantas manufactureras, químicas y de acero se han ubicado en sus costas. Uno de los más prominentes productores de mineral de hierro del mundo, Vale, ocupa una nueva terminal en la cercana isla Guaiba.
“Cuando era niño, los búfalos recorrían las granjas alrededor de mi pueblo y teníamos manzanas y cocos”, dijo Cleyton Ferreira Figueiredo, de 28 años, cajero de una tienda de conveniencia que, sin caer en la nostalgia, también considera que el desarrollo tiene ventajas. “Ahora todo es más urbano, con escuelas e instalaciones. Hay más empleos, y me toma quince minutos llegar a casa cuando termino mi jornada”.
La bahía de Sepetiba está en una zona costera estratégica por su cercanía con los estados más desarrollados del país: el industrial São Paulo, el Río de Janeiro abundante en petróleo y el productor de hierro Minas Gerais. Alrededor de 22.000 trabajadores viajan cada día a las fábricas como Gerdau, Ternium y Rolls-Royce en el distrito industrial de Santa Cruz, junto al área portuaria. Una terminal de la marina brasileña, ahora en construcción, pronto albergará submarinos nucleares.
“El número de industrias y empresas a lo largo de la bahía de Sepetiba ha comenzado a crecer exponencialmente en años recientes”, dijo Mariana Alonso, la bióloga. “Lo que eso genera es una mayor concentración de contaminantes en el fondo marino y en la cadena alimentaria”.
Los científicos han atribuido las repentinas muertes de los delfines al morbillivirus, un virus transmitido por el aire de la misma familia que causa el sarampión en los humanos. Ahora buscan entender cómo los delfines se volvieron tan vulnerables al virus, y están examinando el rol de la contaminación y la degradación ambiental.
Los efectos del virus —sarpullido, fiebre, infección respiratoria, desorientación— indica una muerte con una dura agonía. Los delfines agonizantes fueron observados nadando de lado y solos. Algunos cadáveres presentan horribles deformaciones y sangre en sus ojos. Los brotes han sido reportados entre delfines en otras partes del mundo, pero esta es la primera vez que ataca a la especie en el Atlántico sur.
“La realidad es que la muerte masiva causada por el morbillivirus es tan solo la punta del iceberg”, dijo Leonardo Flach, el coordinador científico de Grey Dolphin Institute, un grupo conservacionista que también está involucrado en la investigación.
El delfín costero, una especie que se encuentra desde Centroamérica hasta el sur de Brasil, es considerado como un animal centinela porque, como un depredador y mamífero, es propenso a las enfermedades relacionadas con las aguas contaminadas, dijo Flach. Él ha instado a la creación de un área de conservación marina para estudiar y salvaguardar la bahía.
Sergio Hirochi, de 49 años, un pescador que nació en el área y es propietario de tres pequeños botes, dijo que ha visto el declive ambiental de la bahía que comenzó a mediados de la década de los noventa cuando la compañía minera Ingá Mercantil operó en el área. La empresa cerró en 1998 después de ser investigada por verter contaminantes, pero luego llegó una ola de nuevos desarrollos.
“Desde aquí, miro cuánto desperdicio mineral termina en el océano”, dijo Hirochi, quien vende pescado en una bodega cercana a su hogar en la costa. “La bahía de Sepetiba es un estuario, una guardería de especies. Y cuando la destruyes, destruyes la vida marina”.
Según Hirochi, los pescadores han empezado a utilizar redes más grandes ante la disminución de la oferta de camarones, lubinas y sardinas —una táctica que también puede atrapar a los delfines—.
“Muchos pescadores atraviesan tremendas dificultades para alimentar a sus familias”, dijo.
Mientras reconoce el impacto ambiental en la bahía de Sepetiba, el gobierno municipal en Itaguai, la ciudad cercana de mayor tamaño, señala hacia los beneficios del desarrollo, como la construcción de una autopista moderna y la apertura de terrenos a los emprendedores.
Max Sanches, el gerente de un hotel, dijo que él llegó en 2012, justo a la mitad del auge.
“De hecho, los puertos han generado desarrollo, empleos e inversiones”, dijo Sanches, quien afirmó que su hotel trabajó arduamente para limitar y tratar sus desechos. “Trabajamos con el puerto y la belleza, y queremos que la bahía le aporte bienestar a todos”.
Aun así, Sanches dio un consejo. “Sugerimos a nuestros clientes que no naden en esta playa”, dijo. “El tratamiento de las aguas podría ser mejor”.