Eran las 9.00 del miércoles 22 de abril en el hospital Enrique Cabrera, al sur de Ciudad de México. Las bocinas comenzaron a alertar a todo volumen de la activación del código negro, un aviso de urgencia para personas agresivas o intentos de fuga. Julio César Montalvo, un joven de 29 años, había sido ingresado días atrás por una insuficiencia respiratoria grave derivada de la covid-19. Su desesperación ante la falta de aire y su estado mental lo llevaron a escaparse de la zona de pacientes con coronavirus. Se dirigió a la azotea del hospital para suicidarse. Fueron 30 minutos de tensión y caos en el que tres policías convencieron al joven de no lanzarse al vacío. Montalvo no murió allí, pero el virus sí se cobró su vida poco después.

El policía Ignacio Camacho estaba en la planta baja del hospital cuando se activó el código negro. Escaleras arriba y a toda velocidad se dirigió al tercer piso. “Covid”, pensó. Al llegar, una de las enfermeras le señaló la cama 329. Estaba vacía. “Un joven se fue por la salida de emergencias hacia la azotea”, le explicó al agente, quien lleva 14 años trabajando en ese hospital de la Secretaría de Salud de Ciudad de México. “Los pacientes están acostados normal, cualquiera puede pararse, ir al baño, regresar. En este caso, el enfermo estaba muy cerquita de la salida de emergencia”, argumenta Camacho quien, como sus compañeros Víctor Valencia e Isabel Montiel, está en casa en cuarentena obligatoria a la espera de los resultados de las pruebas de coronavirus. El hospital respalda la misma versión sobre la huida de Montalvo.

El agente Camacho salió disparado hacia la azotea. Allí estaba Montalvo pegado a la cornisa, a unos 50 metros del piso. Ido, desesperado por la falta de aire.

-Agentes, no se preocupen. Me voy ya, el helicóptero está por recogerme- dijo el paciente.

-¡Aléjese de la orilla, venga, todo va a estar bien! – le respondieron los uniformados.

“Estaba a un paso de irse para abajo”, comenta Camacho. Fueron 15 minutos de tensión y angustia los que duró el diálogo entre los agentes y Montalvo. Los trabajadores del hospital estaban en vilo. La policía acordonó el lugar previendo un desenlace fatídico. “El chavo estaba desorientado y muy débil. Intentamos persuadirle para que volviera a su cama”, asegura.

Montalvo cedió ante el avance de los tres policías, que consiguieron devolverlo a su cama. El joven se asfixiaba. Se tiró al suelo. No podía apenas caminar y entre los tres agentes consiguieron, a trompicones, regresarlo al piso tres. “Yo iba todo el trayecto hacia su sala convenciéndolo de que todo estaría bien, que se tranquilizara”, recuerda por teléfono la agente Isabel Montiel desde su casa.

Los agentes se dirigieron entonces a una zona de aislamiento en el hospital tras el suceso y su exposición al virus. Careta, cubrebocas y guantes a la basura. Los tres, ya vestidos de civiles, comentaron lo sucedido mientras esperaban a que sus uniformes fueran lavados a alta temperatura en la lavandería del centro. Tras un par de horas y una prueba de la covid-19, recibieron la orden de marcharse a casa y esperar algo menos de una semana a los resultados. Mientras, Montalvo, a los pocos minutos de volver a su cama, luchando ante la falta de aire, falleció por un paro bronquio-respiratorio ocasionado por el coronavirus.

¿Por qué no se intubó o sedó a un paciente que estaba asfixiándose, según el relato de quienes le salvaron la vida? El hospital sostiene que Montalvo sí tenía oxígeno de apoyo complementario. “Le permitía incluso deambular por la sala o bañarse”, ha respondido la Secretaría de Salud de Ciudad de México en un cuestionario. El hospital Enrique Cabrera subraya que es poco lo que se conoce sobre la evolución del virus, aunque se ha “encontrado que la covid-19 puede ingresar al cerebro a través del nervio olfatorio, lo que puede provocar una encefalitis viral”. Esta infección puede provocar alucinaciones, convulsiones y debilidad, algo que explicaría el comportamiento errático de Montalvo en sus últimas horas de vida.

La doctora Gloria Llamosa, neuróloga del Instituto Nacional Salvador Zubirán, sostiene que varios estudios ya han demostrado cómo la covid-19 afecta el sistema nervioso de diferentes pacientes. En ocasiones ha provocado trombosis que finalmente desembocan en daño cerebral. “El virus tiene muchas formas de atacarnos, por lo que puede causar muchos problemas neurológicos, pero todavía hay poca información por lo que no se puede ser contundente”, explica con prudencia la especialista, quien no cuenta con el historial clínico de Montalvo. El hospital Enrique Cabrera afirma que el paciente “no padecía depresión” conforme el expediente.

Llamosa destaca la importancia de la atención psicológica para los pacientes con trastornos mentales. “Muchos estudios han demostrado que el aislamiento exacerba las enfermedades psiquiátricas por lo que su atención ahora es imprescindible, especialmente para pacientes internados en el hospital”, afirma. A finales de marzo, la plataforma estadounidense medRxiv realizó un estudio que mostró manifestaciones neurológicas secundarias relacionadas con la covid-19 en al menos el 36% de los pacientes.

El razonamiento del hospital sobre la muerte de Montalvo es que los niveles no óptimos de oxigenación generaron una hipoxia cerebral, algo que provoca episodios súbitos de ansiedad. Esto puede explicar que el paciente se encontrara estable, pero presentara sentimiento de pánico y deseos de fuga. “Dicho esfuerzo y descarga adrenérgica provocó hipoxia y fatiga cardiaca que produjo un paro ventilo-cardiaco que pese a la reanimación, no se pudo revivir”, argumenta el hospital.

El joven era de Cuautepec, un asentamiento al norte de la ciudad, en la alcaldía Gustavo Madero, la segunda con más infectados de la urbe, con 513. Julio César tenía un negocio en un mercado de la capital según los familiares contactados. Montalvo se une a la cifra negra de fallecidos por la covid-19 en Ciudad de México, la entidad más afectada del país. Hasta este miércoles la cifra de defunciones es de 321 con más de 4.000 casos positivos.

Algunos días después del suceso, los pocos enfermeros y médicos que salen a echar un cigarro o a desayunar callan. La zona de urgencias de este hospital, habilitada solo para pacientes con el nuevo coronavirus, luce repleta y con un ambiente lúgubre. Personal de funerarias llega y se va y sus trabajadores se preparan con el traje de protección, gafas y guantes. Familiares de contagiados aguardan fuera del centro. Muchos lloran, otros recogen la bolsita de plástico con los objetos personales de su conocido, cuyo cuerpo será cremado en las próximas horas. Es la nueva realidad de México ante la pandemia, que hasta este miércoles acumula ya 1.732 muertos y 17.799 casos confirmados.