* El autor es periodista salvadoreño, investigador de la Fundación InSight Crime y codirector de la Revista Factum de El Salvador.
Antonio Saca Gonzáles fue presidente de El Salvador entre 2004 y 2009. Uno muy popular, que concentró a su alrededor el poder de la derecha política local. El 9 de agosto pasado, vestido con una camiseta y pantaloneta blancas, el uniforme de los presos salvadoreños, el ex presidente se c0nvirtió en el primer presidente latinoamericano que confesó ante un tribunal colegiado que condujo desde el poder un sistema de corrupción y lavado de dinero.
Y acto seguido explicó, con detalle, como había robado millones de dólares del erario para beneficiarse él, a su familia, a sus íntimos y a su partido político, la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), que gobernó el país durante 20 años.
Saca detalló como perfeccionó un esquema para esconder dineros provenientes de varios ministerios en una cuenta reservada de la Casa Presidencial, conocida como partida secreta, la cual por ley no era susceptible de auditorías externas y se supone estaba destinada a pagar por el Organismo de Inteligencia del Estado (OIE).
Explicó como ordenó a su secretario privado crear cuentas subsidiarias de la casa de gobierno para desde ellas sacar dinero a cuentas personales, pero también como con esos fondos financiaba sus propias empresas radiales, pagaba sobornos a periodistas y, a la postre, se construyó viviendas pantagruélicas en San Salvador y en playas del país.
También aceptó el ex mandatario que desvío fondos públicos para financiar a su partido una campaña electoral, la legislativa y municipal de 2006.
Saca utilizó dinero “sobrante” de carteras como Salud, Educación, Seguridad y otras para pagarse lujos y financiar a su partido político. Todo en un país que, mientras él gobernó, sentó las bases para convertirse una década después en uno de los más violentos del mundo debido a sus índices de homicidio (en 2015 la tasa llego arriba de los 100 por cada 100.000 habitantes); y uno de los que más migrantes centroamericanos salen hacia los Estados Unidos en busca de mejores derroteros.
Saca está preso desde el 30 de octubre de 2016. Aquella noche, un contingente de policías y fiscales lo fueron a buscar a la boda de su hijo. De ahí se llevaron al ex presidente, y a tres ex funcionarios que habían sido secretarios de la Casa Presidencial. Saca negaba todas las acusaciones. Decía que se trataba de una “persecución política”.
En noviembre, la Fiscalía salvadoreña acusó formalmente a Saca y a varios de sus colaboradores cercanos de desviar ilegalmente unos 116 millones de dólares desde la presidencia a cuentas propias o de terceros. Con el tiempo, los investigadores aumentaron la cifra a unos 275 millones de dólares y encontraron indicios de un esquema masivo de lavado de dinero.
Saca está preso desde el 30 de octubre de 2016. Aquella noche, un contingente de policías y fiscales lo fueron a buscar a la boda de su hijo
Después de pedir prórrogas para ampliar la investigación, y de acercarse a los años de plazo que la ley salvadoreña da para la culminación de un proceso penal, la Fiscalía prefirió evitar llegar hasta un juicio y optó por hacer un trato con Saca. El saldo final es un acuerdo en el que el ex presidente recibe penas mínimas (5 años), confiesa su culpa y se compromete a devolver 25 millones de dólares, una décima parte de lo que la Fiscalía dice que se robó.
A cambio, Saca ha prometido al Estado que no apelará una eventual condena por corrupción, pero esa condena aún no existe porque un juez no la ha dictado todavía.
Un príncipe de la derecha venido a menos
Elías Antonio Saca González nació el 9 de marzo de 1965 en Usulután, un departamento de vocación agrícola y cafetalera en el oriente salvadoreño. Hijo de comerciantes descendientes de palestinos, Saca se mudó a San Salvador, la capital, a estudiar periodismo en la Universidad de El Salvador (estatal). Nunca se graduó, pero sí incursionó con éxito en el mundo radiofónico local.
Saca ya era un locutor famoso en los 80, cuando narraba partidos de mundiales de fútbol para el canal 4 de la Telecorporación Salvadoreña (TCS), la principal cadena televisiva del país. En aquellos años, el joven Saca empezó a construir una empresa de radiodifusión junto a su esposa, Ana Ligia Mixco, a la que llamaron Samix.
Para 1993, Samix era ya dueña de varias estaciones y la carrera empresarial de “Tony”, como se le conocía, iba en ascenso. En la década siguiente, Saca llegó a ser presidente de la Asociación de Radiodifusores (AIR) y de la poderosa Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), la gremial que reúne a los lobbies más influyentes de la derecha local. Fue desde esas cumbres que el hombre de radio empezó a acariciar la idea de ser presidente el país.
En 2007, a la mitad de su mandato, las radios de Samix facturaban a todo tren, en buena medida gracias a dinero que llegaba desviada ilegalmente desde la presidencia de la república. En 2003, Samix reportó ganancias por 203.000 dólares; en 2007 la cifra había subido a 3,2 millones de dólares.
2003 fue el año en que las estrellas se alinearon para que Tony Saca se convirtiera en el candidato presidencial de Arena para las elecciones del año siguiente. No era solo por la popularidad del simpático hombre de radio; era también que el opositor Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), la ex guerrilla salvadoreña que se convirtió en partido político en 1992 aparecía como una opción fuerte y había decidido llevar de candidato a Schafick Hándal, un viejo comandante comunista cuyos postulados ponían de punta los nervios del empresariado local.
Arena, además, llegaba a la presidencial de 2004 después del periodo de Francisco Flores (1999-2004), un presidente que terminó siendo bastante impopular y que bajó considerablemente los niveles de votación de la derecha. Saca era el hombre.
La polémica inició muy poco después de que Saca ganó la presidencial: el ex empresario radial decidió concentrar todo el poder e hizo algo que nunca nadie había hecho antes al ejercer en paralelo la presidencia del país y del partido. Eso, lo sabemos hoy, le dio más libertad para desviar dinero.
Al poco de salir de la presidencia, Tony Saca se terminó de construir una casa de 8 millones de dólares construida con fondos públicos, a la que se conoce como El palacio de la corrupción
Durante su mandato, Saca intentó distanciarse de la derecha tradicional salvadoreña, ligada históricamente a escuadrones de la muerte y abusos contra los derechos humanos. Para construirse una imagen de reformista, y de caudillo de la derecha social, el ex locutor también utilizó fondos públicos que canalizó a medios escritos y televisivos a través de periodistas a los que pagaba salarios fijos, según las investigaciones de la Fiscalía.
En 2008, en la previa de la presidencial del año siguiente, Tony Saca se tomó definitivamente su partido e impuso a su candidato, el ex director de la Policía Rodrigo Ávila, a pesar de reclamos sordos de sus colegas. Ávila perdió ante Mauricio Funes, otro popular hombre de televisión que corrió como candidato del FMLN. Parecía que todo estaba dicho para Saca, pero no: el ex presidente supo hacerse un hueco enorme para seguir influyendo a Funes y para seguir apretando las tuercas del poder.
Al poco de salir de la presidencia, Tony Saca se terminó de construir una casa de 8 millones de dólares construida con fondos públicos. La residencia, a la que la Fiscalía llama “palacio de la corrupción”, tiene 15 habitaciones, saunas, bares, canchas de básquetbol y fútbol sala, una sala de cine y un salón de belleza. Saca también salió de la casa de gobierno con 36 frecuencias radiales bajo el brazo.
El cemento de la corrupción
Jorge Hernández es uno de los periodistas a los que Saca dice haber pagado. De Hernández, quien fue vicepresidente de noticieros de la cadena televisiva más grande de El Salvador y también es procesado por lavado de dinero, un testigo ha dicho que creó empresas de cartón para lavar dinero que el presidente le hacía llegar desde las arcas públicas. En su confesión, Saca aceptó esos delitos.
Hernández fue, también, confidente de Funes, el sucesor de Saca, y de acuerdo con las declaraciones judicializadas de otro testigo, gestor de sobornos para otros periodistas.
Otro estrecho colaborador de Tony Saca fue su primo, Herbert Saca, quien entre 2004 y 2009 se convirtió en el principal operador político del Ejecutivo y, cuando el FMLN ganó, en el creador de un nuevo partido político al que los Saca llamaron Gran Alianza de Unidad Nacional (GANA), el cual sigue teniendo una bancada parlamentaria lo suficientemente numerosa como para jugar de bisagra entre la izquierda y la derecha políticas.
El saldo final es un acuerdo en el que el ex presidente recibe penas mínimas (5 años), confiesa su culpa y se compromete a devolver 25 millones de dólares, una décima parte de lo que la Fiscalía dice que se robó
A Herbert Saca lo han investigado agencias estadounidenses por sospechas de vinculación con narcotraficantes locales, algo que publicaciones periodísticas en El Salvador han dado por sentado.
Herbert también se convirtió en uno de los principales asesores de Funes y, de cara a la elección presidencial que El Salvador vivirá en 2019, ha logrado maniobrar en GANA para que ese partido se convierta en vehículo para la candidatura de Nayib Bukele, ex alcalde de la capital y uno de los políticos más populares del país en la actualidad.
El 27 de junio pasado, un juzgado de San Salvador emitió orden de captura contra el ex presidente Funes también por delitos de corrupción: la Fiscalía lo acusa de ser el artífice de otro esquema masivo de desvío de fondos públicos y lavado de dinero por 301 millones de dólares. Funes está asilado en Nicaragua por el régimen de Daniel Ortega.
En su confesión, Tony Saca también dijo que uno de los arquitectos del esquema de corrupción fue un oscuro funcionario llamado Irving Pável Tóchez, quien también fue heredado a la administración de Mauricio Funes.
Entre los dos, Saca y Funes, de fuerzas políticas rivales, desviaron casi 700 millones de dólares de las arcas del Estado. Para hacerse una idea, la cifra es igual al déficit fiscal de El Salvador en 2017.