El método de protesta de sonar una cacerola y una cuchara tiene un valor histórico significativo en la lucha de los pueblos empobrecidos y oprimidos. América Latina fue pionera en manifestaciones de este tipo y se remontan a hace más de 50 años.
Los cacerolazos nacieron primero en Chile, durante el gobierno de Salvador Allende, entre 1970-1973; debido a los graves problemas de desabastecimiento que vivía la población en esa época. Surgió primero en los barrios más acomodados de Santiago de Chile, con las personas saliendo a sus balcones a sonar sus cacerolas. En el año 1971, una marcha de mujeres también llevaban tapas, cacerolas y las sonaban mientras caminaban.
En Argentina los cacerolazos comenzaron en el 1982, y fueron determinantes en la finalización del gobierno de Fernando de la Rúa. También durante el gobierno de Raúl Alfonsín entre 1983 y 1989 fue una forma de protesta muy utilizada por los argentinos.
No obstante, el caso más cercano al dominicano se dio en Panamá en 1989, durante la dictadura de Manuel Noriega. El tirano buscaba continuar controlando el país a través de su candidato, pero al ver que este perdía las elecciones, Noriega decidió suspenderlas. Inmediatamente marchas y cacerolazos se hicieron presente contra la dictadura. La represión de los paramilitares y militares fue brutal. Dos años más tarde el gobierno estadounidense decidió intervenir y arrestar a Noriega, quien murió en una prisión norteamericana a los 83 años, en el 2017.
También hubo cacerolazos durante el caracazo venezolano en el año 89 y posteriormente durante el gobierno socialista de Hugo Chávez, a finales del 2001. Las cacerolas volvieron a sonar en esa nación luego del fraude electoral del 2013 ejecutado por el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro.
En Colombia, Ecuador, Honduras y Brasil también se han manifestado de esta manera en América Latina. Pero el método se ha extendido hacia países como Islandia, Canadá, Puerto Rico y España.
Y es que esta forma de protesta se ha vuelto muy común, pero además con el auge de las redes sociales la exposición y viralización de la protesta viaja más rápido. En fin, es una forma muy efectiva en la que una población expresa su descontento con una situación política o contra el gobierno de turno.