El filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662) es considerado una de las mentes más lúcidas y brillantes que alguna vez hayan existido en el mundo occidental. A los 19 años inventó la primera calculadora conocida –una ingeniosa y pequeña máquina que sería bautizada como la “Pascalina”, que podía hacer sumas y restas con el simple movimiento de unas ruedas- y años más tarde formuló revolucionarios principios en el campo de las matemáticas y las ciencias, como la teoría matemática de la probabilidad, de gran valor para el estudio de las estadísticas; el teorema geométrico de Pascal y el llamado “Principio de Pascal”, que establece que los líquidos transmiten presiones con la misma intensidad en todas las direcciones.
En el tomo III de sus “Pensamientos”, Pascal formularía su célebre “Apuesta de Dios”, un argumento esencialmente matemático con cuatro variables -formulado como una elección bajo incertidumbre- en el que Pascal sostenía que para el ser humano era mucho más “rentable” creer en Dios que no creer en él.
Pascal explicó del siguiente modo su célebre “Apuesta de Dios”: “Estudiemos las posibilidades: “Dios existe” o “Dios no existe”. Yo le doy a usted la oportunidad de tener un 50 % de posibilidades de tener razón y usted me concede a mí que tengo la razón, o sea que estoy en lo cierto, en otro porcentaje igual. ¿Cuál nos ofrece mayores garantías de acertar? Veamos. Si después de una vida más o menos prolongada ambos morimos y somos enterrados en el mismo cementerio, supongamos que el día de la resurrección se descubre que Dios es real. Yo he ganado y usted ha perdido nada menos que la eternidad feliz. Ahora: Supongamos que no hay resurrección y Dios no existe. Usted ha ganado, pero no le sirve de nada, porque nos espera la nada: en esta opción usted también lo ha perdido todo y yo no he perdido nada. Por este sencillo cálculo de probabilidades, si apuestas por Dios lo ganas todo y si apuestas por la no existencia de Dios o nada ganas o lo pierdes todo… Por ello, apueste a que existe Dios sin dudar”.
El argumento de Pascal sobre la “Apuesta de Dios”, entonces, presenta cuatro claras variables:
-La persona puede creer en Dios: si existe, entonces ganará la Eternidad (Ganancia total)
-La persona puede creer en Dios: si no existe, entonces no ganará nada (la persona tampoco pierde nada)
-La persona puede no creer en Dios: si no existe, entonces ni ganará ni perderá nada (no sucede nada)
-La persona puede no creer en Dios: si Dios existe, entonces lo perderá todo (Pérdida total)
De ese modo, los costos de la apuesta de Pascal pueden resumirse en la siguiente frase: “Si Dios no existe, uno no pierde nada al creer en él, mientras que si existe, uno pierde todo por no creer”.
La “Apuesta de Dios” de Pascal, por descontado, sería analizada y discutida durante siglos por filósofos, científicos y teólogos, quienes se enfrentaron en acervas polémicas y controversias. Y no fueron pocos los sabios que decidieron creer en Dios, siguiendo el razonamiento del genial filósofo y matemático francés. Se cuenta por ejemplo que John Von Neumann, un célebre matemático estadounidense ateo de origen húngaro, cuyo visionario trabajo matemático inspiró la lógica computacional y el diseño de las primeras computadoras electrónicas, antes de fallecer en 1957 debido a un cáncer de páncreas, se convirtió al catolicismo –ante el estupor de sus amigos y conocidos- tras estudiar y analizar detenidamente la “Apuesta de Dios” formulada por Blaise Pascal.
Algunos teólogos, en todo caso, criticaron la “Apuesta de Dios” de Pascal afirmando que no era moralmente aceptable persuadir a las personas a optar por una fe salvadora en Dios y Jesucristo a través de un cínico análisis de coste-beneficio, pues esta visión de riesgo y recompensa no se condecía con una relación de una verdadera fe salvadora en el Supremo Creador.