El siglo XXI es de la ciudad global y tecnológica. Vivir en una urbe o en el campo no debería ser distintivo de nada, pero hay diferencias. Donald Trump no ganó en las grandes ciudades de Estados Unidos en las presidenciales de 2016. Su victoria se fraguó en el campo y en los suburbios. El Brexit sólo triunfó en tres de las diez ciudades más pobladas de Reino Unido, y en dos de ellas por un estrecho margen.
Y es que si el 54% de la población mundial vivía en ciudades en 2016, según el Banco Mundial, y casi la mitad de ellos en áreas urbanas de menos de medio millón de habitantes, según el Informe Perspectivas Mundiales de Urbanización de las Naciones Unidas de 2014, la ONU estima que en 2050 lo harán dos terceras partes de los habitantes del planeta, un 66%. En 1960 lo hacía sólo una tercera parte. Por eso no es de extrañar que cada vez haya más voces, más altas y con más relevancia que reclamen más peso para las ciudades en la organización de la sociedad y la cuestión pública.
Los mayores incrementos de población urbana se producirán en India, China y Nigeria, que en su conjunto representarán el 37% del aumento previsto entre 2014 y 2050, según las previsiones de la ONU. Ello se debe, según relata, al aumento de la natalidad y a la persistencia en las preferencias de la gente por el entorno urbano, aunque se dé la paradoja de que hoy, con internet, se pueda trabajar de forma telemática.
En 1990 había en la tierra diez “megaciudades” -núcleos urbanos con más de diez millones de habitantes-, mientras que en 2014 ya eran 28. En 2030 se espera que haya 41. Por su parte, para el año 2030 se prevé que haya 1.000 millones de habitantes más en la tierra y que en 2050 haya en el globo 9.800 millones de personas, cuando en el año 2000 había (sólo) 6.000 millones. Las cifras no dejan de aumentar. Sin embargo, si observamos el mapa, como sucede a menudo, África y parte de Asia se desenvuelven en claro contraste con Occidente y los países desarrollados.
Además, la CIA, en un vídeo que se filtró a The Intercept el año pasado, añadía matices a ese futuro. Lo auguraba complicado a nivel de seguridad con megaciudades anárquicas donde proliferarán sindicatos criminales, jóvenes salvajes, bandas de hackers… No había coches voladores ni ciudades espaciales.
Una realidad más que poliédrica
Porque la urbanización también es otra cara de la desigualdad.
El desarrollo económico va acompañado de un alto grado de urbanización, sin excepciones, según los datos del Banco Mundial. Hay más población rural en los lugares donde hay más pobreza, más fragilidad y donde la esperanza de vida es más baja. Y también es donde la población vivía en organizaciones tribales hasta que se produjo la colonización. De hecho, en los estados más frágiles y donde hay situaciones de conflicto el índice de población urbana es del 41%; en los países más pobres y endeudados del 35%; en los menos desarrollados, un 32%.
Los desafíos para las ciudades en el futuro son los mismos que ahora: un desarrollo sostenible en lo medioambiental, la lucha contra la desigualdad o la integración de la sociedad y sus periferias. Y que las personas que vivan en las ciudades del futuro, en las de hoy, tengan acceso a servicios básicos, vivienda y satisfacer sus necesidades a nivel de infraestructuras y transporte.