Era un fin de semana más para Kauan Peixoto en casa de su padre, a quien visitaba cada 15 días en la favela de Chatuba (región metropolitana de Río de Janeiro). La noche del sábado 16 de marzo, el muchacho, de 12 años, salió de casa para comprar algo de comer. Estaba con su hermanastro pequeño cuando apareció un coche patrulla con policías militares.
El más pequeño, asustado, echó a correr. Kauan, no. “Mi hijo dijo ‘no he hecho nada, no soy un ladrón’. Y se quedó apoyado en la pared”, cuenta la madre del crío, Luciana Pimenta. Horas más tarde, los médicos le dieron la noticia de que su hijo había fallecido tras recibir tres tiros.
La Policía Militar de Río afirma que Kauan fue alcanzado por varios disparos cuando los agentes “sufrieron un ataque por parte de unos delincuentes, lo que provocó un enfrentamiento sin heridos ni muertos” —a excepción del menor—.
Cuando le avisaron de que Kauan había sido herido de bala y los policías se lo habían llevado, Pimenta pensó que habría ocurrido lo que sostiene la versión policial: que había sido alcanzado por una bala perdida.
“Pero una bala perdida es solo un tiro. No tres”.
La mañana siguiente, la mujer corrió hasta Chatuba para informarse y examinar el lugar donde abordaron a su hijo. “Había unas 20 personas en el bar, y lo vieron todo. Todas cuentan lo mismo: en cuanto se apoyó en la pared, le pegaron un tiro en la barriga. Él decía ‘no soy un ladrón, vivo aquí’. Pero le dispararon en la pierna, lo arrastraron y esposaron y lo lanzaron al furgón”, añade la madre. Otro pariente, que habló bajo condición de anonimato para la televisora Globo en Río, apostilla:
“Lo tomaron de las bermudas y lo arrojaron al [Chevrolet] Blazer. Los demás policías estaban recogiendo todos los casquillos.
No dejaron ni uno. No hubo ningún tiroteo”.