“¿Puede el capitalismo sobrevivir?”, se preguntó Joseph Schumpeter. “No, no creo que pueda”, fue su respuesta.
Su reflexión la plasmó en una de sus principales obras: “Capitalismo, Socialismo y Democracia”, de 1942.
Pero el gran economista austriaco no creía en la dictadura del proletariado ni en la revolución de Marx. De hecho, rechazaba lo que entendía como los elementos ideológicos del análisis marxista.
Para él, lo que llevaría al fin del capitalismo sería su propio éxito.
“Considero que Schumpeter es el analista del capitalismo más penetrante que jamás haya existido. Él vio cosas que otras personas no vieron“, señaló Thomas K. McCraw, quien fue profesor emérito de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, a Working Knowledge, sitio web de ese centro de estudios.
Schumpeter “fue para el capitalismo lo que Freud fue para la mente: alguien cuyas ideas se han vuelto tan ubicuas y arraigadas que no podemos separar sus pensamientos fundamentales de los nuestros”, señaló el académico.
Para Steven Pearlstein, profesor de la Universidad George Mason en Estados Unidos, Schumpeter “fue para la economía lo que Charles Darwin fue para la biología“.
Lo han llamado uno de los mejores economistas del siglo XX, un genio, un profeta reivindicado por los vaivenes de la economía de las últimas dos décadas.
De hecho, para varios economistas, el siglo XXI va a ser “el siglo de Schumpeter”.
La tragedia
Schumpeter nació en 1883 en una localidad de la República Checa, que en esa época formaba parte del imperio austrohúngaro.
Fue hijo único y perdió a su padre cuando tenía 4 años. Su crianza quedó en manos de su madre y de su nueva pareja que tenía vínculos aristocráticos.
Aunque estudió Derecho, la Economía sería lo que lo atraería y se convertiría en uno de los pupilos más destacados de la Escuela Austriaca de Economía.
“Schumpeter era un estudiante sobresaliente, lector infatigable, mente vivaz y curiosa, dominador de varios idiomas”, escribió Gabriel Tortella, catedrático emérito de Historia e Instituciones Económicas en la Universidad de Alcalá, en el artículo “Un profeta de la socialdemocracia”, publicado en Revista de Libros.
Tenía una personalidad carismática, era mujeriego y aficionado a los caballos.
Vivió un tiempo en Inglaterra, donde tuvo una relación con una mujer de clase alta 12 años mayor que él.
Sylvia Nasar, en su libro “Grand Pursuit. The Story of Economic Genius” (“La gran búsqueda. La historia del pensamiento económico”), cuenta que se casaron, pero que con el tiempo reconocieron que había sido un error. En 1913 se separaron y años después se divorciaron.
Schumpeter se volvió a casar en 1925, en esta oportunidad con una mujer varios años menor que él.
Pero un año después, la tragedia sacudiría su vida: su esposa murió cuando daba a luz y su hijo falleció poco tiempo después. Ese mismo año, su madre también moriría.
Entre el lujo y la academia
Schumpeter vivió en Viena durante los devastadores años posteriores a la Primera Guerra Mundial y a la caída del imperio austrohúngaro.
Fue ministro de Economía en el gobierno socialista que gobernó a Austria en 1919.
Llegó a vivir en siete países, en algunos de los cuales fue profesor, y trabajó como banquero de inversiones, lo cual le permitió hacer una fortuna que después vería esfumarse.
Antes de su segundo matrimonio, hubo una época en la que Schumpeter llevó una vida de muchos lujos y parecía no importarle que lo vieran en público con prostitutas, cuenta Nasar.
“Schumpeter fue un académico brillante que fracasó rotundamente como ministro de finanzas de Austria”, escribió Pearlstein, ganador del Premio Pulitzer, en una reseña sobre el libro de Nasar publicada en The Washington Post.
El economista se radicó en Estados Unidos en 1932, donde enseñó en la Universidad de Harvard por el resto de su vida.
En su nuevo hogar, cuenta Tortella, Schumpeter se enamoró y se casó con una historiadora de la economía llamada Elizabeth Boody, quien era 15 años menor que él.
“Ella fue quien compiló y preparó sus escritos sobre historia del pensamiento económico, que se publicaron póstumamente (los dos murieron antes de publicarse el libro en 1954: él en 1950 y ella en 1953) en la monumental ‘History of Economic Analysis’ (‘Historia del Análisis Económico’)”, indica el autor.
Destrucción creativa
McCraw, ganador del Premio Pulitzer, fue el autor de “Prophet of Innovation: Joseph Schumpeter and Creative Destruction” (“Profeta de la innovación: Joseph Schumpeter y la Destrucción Creativa”).
En una entrevista que le concedió a Working Knowledge, en la Escuela de Negocios de Harvard en 2007, McCraw contó que durante la Gran Depresión de los años 30, “mucha gente inteligente de la época creyó que la tecnología había llegado a su límite y que el capitalismo había alcanzado su punto máximo”.
“Schumpeter creyó exactamente lo opuesto y, por supuesto, tenía razón”.
Uno de los conceptos que el economista popularizó fue el de la destrucción creativa.
Y, de acuerdo con Fernando López, profesor del Pensamiento Económico de la Universidad de Granada, ese planteamiento es una especie de darwinismo social.
“El capitalismo destruye las empresas poco creativas y poco competitivas”, le dice el docente a BBC Mundo.
“El proceso de acumulación de capital las lleva continuamente a competir entre ellas y a innovar y sólo sobreviven las más potentes”.
Un afán constante
Esa dinámica del capitalismo hace que los empresarios nunca pueden relajarse.
“Esta es una lección extremadamente dura de aceptar, particularmente para las personas exitosas. Pero los negocios son un proceso darwinista y Schumpeter con frecuencia lo vinculaba con la evolución“, indicó McCraw.
Constantemente aparecen nuevos productos que desplazan a los antiguos, que se vuelven obsoletos.
“Es un proceso continuo de mejora y esa es la característica número uno del capitalismo”, le dice a BBC Mundo Pep Ignasi Aguiló, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de las Islas Baleares en España.
La dinámica empresarial lleva a que “la única forma de zafarse de la competencia, que es muy dura y que hace que siempre tengas los nervios y los músculos en tensión, es a través de intentos de reducción de costes, lo cual requiere procesos de innovación en la producción, o bien a través del diseño de productos nuevos que sean preferidos por los consumidores en comparación con los anteriores”, indica el doctor en Economía.
El fin del capitalismo y las medias de mujer
Aguiló cuenta que uno de los ejemplos que Schumpeter usó para explicar sus teorías fue el de las medias de mujer.
A principios del siglo XX, solamente las mujeres de clase alta las podían comprar. Pero, después de la Segunda Guerra Mundial se volvieron más accesibles para consumidoras de diferentes grupos sociales.
“El hacer algo accesible para todo el mundo lleva a que la mentalidad socialista poco a poco vaya introduciéndose por los poros del sistema capitalista y frenando su característica esencial que es la competencia entre productores”, señala el profesor.
Al apaciguar la competencia y al querer la igualdad en el acceso a productos, “porque el capitalismo ha llevado a esa igualdad, el capitalismo llegará a su fin”, pensaba el austriaco.
“Incluso le pone fecha“, indica Aguiló. Schumpeter apuntó hacia el final del siglo XX.
“En eso se equivocó. Creía que para entonces las condiciones de divulgación de la producción en masa y de productos entre toda la población haría que la población viviese mejor que el rey de Francia del siglo XVIII y, por lo tanto, el clamor por el socialismo fuese contundente”.
Víctima de su propio éxito
“El capitalismo lleva a la producción en masa, la producción en masa lleva a una riqueza extraordinaria que se difunde entre una parte muy importante de la población y eso hace que el ansia por la igualdad sea mayor”, explica Aguiló.
El automóvil, por ejemplo, pasó de ser un producto que sólo podía adquirir una élite a que estuviera al alcance de millones de personas.
“El precio se hunde, las cantidades se disparan y eso pasa una y otra vez con todos los productos”, dice el docente.
Esa circulación masiva de los productos hace que el nivel de vida de los consumidores suba, “que haya un reclamo de más igualdad por su propio éxito y que se acabe poniendo trabas a lo que es la esencia del sistema: la competencia”, explica el doctor.
“Ese propio éxito de la abundancia compartida, porque está alcance de todos, es lo que llevaría al fin del capitalismo”.
Virtud y peligro
Siguiendo esa lógica, la competencia se convierte al mismo tiempo tanto en una virtud como en un problema para las empresas.
De acuerdo con López, Schumpeter creía que “el proceso de acumulación incesante de capital iba a llevar en algún momento a lo que Marx de alguna manera había anunciado como la tendencia decreciente de la tasa del beneficio”.
“El capitalismo es un sistema que productivamente no tiene parangón, es un sistema que a nivel productivo -vuelvo a usar a Marx- es el más progresivo de la historia pero que tiene el problema de que la acumulación incesante de capital lo lleva a competir también de manera incesante“.
“Esa competencia obliga a las empresas a tener una guerra constante por innovar, por obtener nuevos mercados, nuevos productos. Y ahí está el peligro”.
Harry Landreth y David C. Colander en su libro “Historia del pensamiento económico” explican que “donde Marx había predicho que la decadencia del capitalismo procedería de sus contradicciones, Schumpeter especulaba que su fin sería producto de su propio éxito”.
Su idea de sociedad socialista
En su obra “Capitalismo, Socialismo y Democracia”, Schumpeter proyectó un tipo de sociedad socialista que emergería después de que el capitalismo pereciera.
Guillermo Rocafort, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad Europea, ubica al pensador austriaco dentro de un grupo de economistas pesimistas o fatalistas que estaban desencantados con el capitalismo de su época.
Mientras Marx veía una lucha de clases entre la burguesía y la clase trabajadora, Schumpeter percibió una gran tensión entre un grupo de emprendedores, los que provocan “vendavales capitalistas que dan lugar a un gran crecimiento económico” y otro conformado por emprendedores “que implementan un capitalismo no tan pionero, sino más bien calculador, más conservador”, le dice el doctor a BBC Mundo.
La sociedad que imaginaba Schumpeter era una en la que la distribución de la riqueza fuese más equitativa y en la que no se rechazaba al mercado.
Es una sociedad en la que el valor de la igualdad está por encima de todo -reflexiona Aguiló- “en la que se llegue a un estatus quo en el que la innovación se va deteniendo y, por lo tanto, el peso del mercado a la hora de distribuir los recursos es menor y el peso del Estado, del conjunto de lo común de la sociedad, cada vez es mayor”.
Landreth y Colander citan a Schumpeter: “Los verdaderos promotores del socialismo no eran los intelectuales o agitadores que lo predicaban sino los Vanderbilts, Carnegies y Rockefellers”.
Ciclos económicos
Rocafort explica que Schumpeter reforzó la teoría de los ciclos económicos como una forma en la que el capitalismo evoluciona.
“Como si se tratara de una montaña rusa, de subir y bajar, (…) Schumpeter se refiere a ciclos económicos que tienen su origen en innovaciones tanto tecnológicas como financieras que provocan momentos de gran auge, después de estabilización y luego puede producirse una depresión o recesión”, señala el docente.
El experto pone como ejemplos el crack de 1929 y la crisis financiera de 2008.
Schumpeter nos hace ver el capitalismo como “un proceso histórico y económico que no tiene un crecimiento continuo, que sería lo deseable, sino un crecimiento bastante volátil y eso al final tiene consecuencias en la sociedad en términos, por ejemplo, de desempleo y pensiones”.
En el siglo XXI
“Varios economistas, incluyendo Larry Summers y Brad DeLong, han dicho que el siglo XXI va a ser ‘el siglo de Schumpeter’ y estoy de acuerdo”, indicó McCraw.
“La razón es que la innovación y el espíritu emprendedor están floreciendo en todo el mundo de una manera que no tiene precedentes, no sólo en los casos bien conocidos de China e India, sino en todas partes, excepto en áreas que tontamente siguen rechazando el capitalismo”.
“La destrucción creativa puede ocurrir en una compañía innovadora grande (Toyota, GE, Microsoft), pero es mucho más probable que suceda en start-ups, especialmente ahora que tienen mucho acceso a capital de riesgo”, señaló McCraw.
De hecho, de acuerdo con el autor, Schumpeter fue uno de los primeros economistas que usó ese término: lo hizo en un artículo que escribió en 1943, en el que habló de venture capital (capital de riesgo).
Los innovadores de Schumpeter
Schumpeter, sus ideas y sobre todo el concepto de la destrucción creativa ha cobrado especial importancia en las dos últimas décadas.
“Es esencial para entender nuestra economía”, indica Aguiló.
Esa competencia empresarial no siempre se trata de “dominar el mercado con un producto sino con una idea, con un tipo o modelo de negocio”, reflexiona el doctor.
Rocafort destaca de la obra de Schumpeter cómo en esa destrucción creativa, los innovadores y los emprendedores son los grandes protagonistas.
Un ejemplo es cómo la industria tecnológica y sus gigantes como Google y Microsoft han desplazado un sector que en los años 20, 30, 40 y 50 era uno de los principales: el automotriz.
“Si uno ve la cotización bursátil, las empresas tecnológicas son las más importantes y todas son estadounidenses”, acota.
Una advertencia
Expertos como López piden cautela a la hora de pretender explicar la economía actual con las ideas de Schumpeter.
“No es conveniente trasladar categorías históricas porque se trata de sociedades diferentes. Las viejas teorías no nos servirían”, le dice a BBC Mundo.
Schumpeter es producto de una época y “su capitalismo no es el capitalismo actual“, advierte.
La acumulación de capital era diferente y no tenía ni los alcances globales ni el impacto ecológico de hoy.
De acuerdo con el docente, el sistema está traspasando barreras que antes parecían impensables: si se industrializa un país aumenta el empleo, pero se deteriora el medio ambiente.
“Eso no lo tenía Schumpeter en la cabeza, ni John Maynard Keynes. (En su época) la industrialización era el elemento fundamental del desarrollo”.
Pero López reconoce que “aspectos parciales de la obra de Schumpeter (como la destrucción creativa) nos pueden ayudar a entender el sistema”.
¿En transición?
Rocafort se une a la cautela: la obra de Schumpeter es su visión personal de la realidad que le tocó vivir.
“Ahora tenemos un contexto macroeconómico que no existía en esa época: paraísos fiscales, fondos de inversión especulativos, excesivo endeudamiento de las naciones”, explica.
Sin embargo, aclara, ante la situación de incertidumbre que vivimos frente a la economía mundial, es lógico buscar explicaciones en los grandes clásicos de la economía.
“Hay que intentar ver lo positivo que tienen los teóricos porque no puede haber ortodoxia ni dogmatismo en la economía. Hemos idolatrado a Keynes y al final, como hemos estado viendo en los últimos 15 años, está siendo un fracaso”.
El doctor cree que Schumpeter y “sus ciclos económicos y su destrucción creativa” pueden darnos luces.
“Quizás el modelo económico actual esté agotado y necesitamos nuevas innovaciones tanto tecnológicas como financieras”.
“Él habla de destrucción creativa como ese nuevo ciclo que viene provocado por un gran desarrollo tecnológico”.
“Quizás un ciclo está chocando con otro, como unas placas tectónicas“, reflexiona.