Jamás me acostumbraré a la aceptada corrupción de nuestras instituciones públicas; a vivir en el desprestigio que tan noble vocación de servicio tiene para aquél que la ocupa, presenciando las luchas que se generan cada cuatrienio, por los cargos que más beneficios les puedan dejar a su incúmbete.
Jamás me acostumbraré a la impunidad del enriquecimiento con las arcas de nuestra mal trecha economía; a seguir consintiendo, que funcionarios del Estado Dominicano, en nombre de la patria, se burlen de la desesperanza de todo un pueblo, utilizando como propios los recursos que les confiamos. Los que al parecer, entienden y tratan como si no pertenecieran a nadie, cuando en realidad nos pertenecen a todos.
Jamás me acostumbraré a ver cómo cada partido político mayoritario, tiene su matricula de millonarios a costa del erario público. Y a ver cómo a pesar de acusaciones formales, ninguno de estos partidos, durante sus gestiones, ha hecho cumplir cabalmente una condena ni ha expropiado los bienes de esos deshonestos dirigentes. A pesar de saber la importancia de los mismos para la nación, aun así se mantienen en las manos de los corruptos.
Jamás me acostumbraré a que la honestidad y humanismo no sean compatibles con la famosa “ ley “ que permite a un servidor público apropiarse del diez por ciento de las compras de la institución que preside; o a que un Ministro, un General de Brigada, o un Congresista, tomando como base su salario, logre acumular posesiones o fortunas materiales millonarias, en total discordancia con sus ingresos; a menos que se admita que en la aceptación del puesto prevalece la malévola intención de manejar, en su favor, el presupuesto asignado a su despacho.
Lamentablemente, los dominicanos nos hemos adaptado a aceptar estos actos delincuenciales. Lo que dramáticamente se manifiesta en todos los estamentos de la vida nacional y en particular en los sectores más desprotegidos. De ahí, el hurto en las obras infraestructurales del Estado, llámese parques, escuelas, hospitales, monumentos, puentes, ó edificios violados sin reparos por nuestros ciudadanos en acciones vandálicas.
Como consecuencia de este manejo deficiente y mezquino de la cosa pública, se nos ha acostumbrado, también, a la miseria y sus secuelas. A la carencia constante de lo más elemental en esas ruinas mal llamadas hospitales. A la desigualdad educativa, al estado vergonzoso de nuestras infraestructuras, a la escasez de agua potable, a la falta de energía eléctrica, a la inseguridad ciudadana, al depredador uso de nuestras riquezas naturales, al abismo existente entre el rico y el pobre.
No, jamás todos estos descalabros deben seguir siendo una costumbre, pues con ello somos cómplices de esta vergonzosa situación, causa primaria de nuestro limitado desarrollo intelectual, cultural, moral, científico e infraestructural.
Que sean oídas las voces que claman por un real y verdadero cambio de lo que hasta hoy se conoce como servicio público. Le debemos esto a nuestros héroes, a su sacrificio, su desinterés personal, su amor a la patria; se lo debemos a su determinación, su valentía, su sangre derramada en aras de la libertad y desarrollo anhelado.
Sin prisas pero sin pausas habremos de llegar.
Victor Garrido Peralta