La Alemania de Angela Merkel no podía volver con las manos vacías si la Canciller pretendía salvar su coalición con los socialcristianos de Baviera. La Francia de Emmanuel Macron no podía perder a su socio alemán en su pretensión de tener peso entre sus socios europeos.

La Italia de Giuseppe Conte debía demostrar que las acciones y amenazas de su nuevo gobierno eran oídas en Bruselas. Los ‘disidentes’ del Grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Eslovaquia y República Checa) no podían admitir un cambio de su postura ‘cero inmigrante’ en su territorio. Austria, que asume la Presidencia de la Unión europea (UE) durante los próximos seis meses, se alineaba con sus vecinos centroeuropeos e italianos.

Así las cosas, el único acuerdo firmado en Bruselas no podía ser sino una serie de ideas vagas, sin obligaciones ni compromisos y más tendente a salvar la cara que a solucionar el grave problema.

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El documento menciona la instalación de centros de internamiento para migrantes en territorio europeo. No indica en qué países se implantarían y, además, se haría solo de modo voluntario. Antes de la reunión se había hablado de que Albania podría acoger uno de estos campos de espera, pero su gobierno ha rechazado, de momento, la idea.

En esos centros se haría la selección entre posibles refugiados por razones políticas, de guerra, religión o sexo, y los simples migrantes económicos, que serían devueltos a sus países.

Pero casos como los de Calais en Francia, y tantos otros en Italia, han demostrado ya que muchos de los migrantes viajan sin papeles para evitar ser deportados. Además, si se tiene en cuenta que menos de un diez por ciento de todos los inmigrantes tienen motivos para pedir asilo político, el problema es mucho mayor del que los dirigentes europeos quieren hacer ver a sus conciudadanos.

Las llamadas ‘plataformas de desembarco‘ fuera de Europa, que también harán la distinción entre candidatos al estatus de refugiado y rechazados por migración económica, aparecen en los acuerdos. Pero no se menciona tampoco en qué países se podrían abrir tales campamentos.

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Túnez, Libia o Marruecos se apresuraron a indicar que no será en su territorio, aunque puede tratarse del comienzo de una negociación para elevar el precio a pagar por su aceptación. El único argumento concreto y con peso de la UE es la recompensa financiera.

Italia, la protagonista de la reunión tras su rechazo a acoger más barcos de refugiados sin la ayuda comunitaria, dice, a través de su jefe de Gobierno que, a partir de ahora, “un pie puesto en Italia es un pie en la UE”. Italia, como otros países mediterráneos, sufren los efectos de los acuerdos de Dublín, por los cuales un migrante debe ser fichado en el primer país al que llega (siempre por el sur) y no puede desplazarse hacia otro destino más al norte, como desea la mayoría.

Conte mostraba orgulloso el documento a los fotógrafos, pero no está nada claro que ese reparto de refugiados que lleguen a partir de ahora a las costas italianas vaya a ser organizado de una manera oficial.

España ya cuenta con los llamados Centros de internamiento para Extranjeros (CIE), lo cual es un adelanto de cara a sus vecinos, pero la realidad demuestra que no es tampoco una solución ni para los que llegan, ni para los que pretenden ir hacia el norte de Europa. Los gobiernos españoles ya han llegado a acuerdos en el pasado con países como Marruecos o Mauritania para intentar frenar la salida de migrantes. Esa es otra de las soluciones mencionadas en Bruselas; firmar convenios con los países africanos desde donde parten los candidatos a la emigración o países de tránsito. La Canciller alemana se muestra generosa con Madrid y Rabat, y promete ayuda, es decir, euros contantes y sonantes.