Lógicamente, en el país de billonarios magnates agroindustriales y mano de obra esclava, las decenas de miles de incendios que arrasan las degradadas selvas brasileñas tiene mucho que ver con la extrema desigualdad.
Los pirómanos, por un lado, son los más ricos: grandes hacenderos que deforestan las selvas –amazónicas y otras– para dar entrada a millones de cabezas de ganado, materia prima para las multinacionales cárnicas más grandes del mundo.
Y, por otro lado, son los pobres: pequeños agricultores sin tierra que deforestan o queman el bosque para cultivar unos frijoles. Otros que sacan la madera. O mineros pobres conocidos como ga-rimpeiros, como los 20.000 que han entrado este año en la reserva indígena de yanomani quemando y talando arboles en su búsqueda desesperada de oro. Se suele atacar a estas actividades extractivas –a veces bajo el control de la delincuencia organizada–, pero son el resultado de la pobreza.
Unos deforestan o queman para cultivar frijoles, sacar madera u oro; otros, para el monocultivo de soja