Francia empezó ayer a salir de su letargo y a recuperar el pulso de una cierta normalidad después de 55 días de confinamiento por culpa de la Covid-19. Hubo reapertura general de comercios, aunque con la excepción de las superficies superiores a los 40.000 metros cuadrados –como las emblemáticas galerías Lafayette y las Printemps, en parisino bulevar Haussmann–, y de una parte de las escuelas, si bien sólo acudieron los maestros para preparar, hoy, la llegada de los alumnos.
Los movimientos de gente no registraron, ni de lejos, la intensidad de antes de las restricciones. Muchos, siguiendo el consejo del Gobierno, continuaron teletrabajando desde sus hogares.
En la capital, los usuarios del transporte público y de los trenes suburbanos fueron sólo en torno al 15% de lo habitual en esta época del año, según informaron la compañías RATP y SNCF. Con todo, se produjeron aglomeraciones puntuales en las que resultó imposible guardar la distancia recomendada. Se hicieron virales las fotos tomadas, a primera hora de la mañana, en la línea 13 del metro, que atraviesa la ciudad de norte a sur. El primer convoy llegó con 40 minutos de retraso debido a las infiltraciones de agua fruto de las fuertes tormentas de la noche y de los últimos días.
Las imágenes puntuales de la línea 13 no reflejaron la tendencia de la jornada. A mediodía los metros iban casi desiertos. En los Campos Elíseos había muy poca gente, pese a la reapertura de las tiendas. Ante el enorme negocio de Louis Vuitton, en la esquina con la avenida George V, la cola en la calle era de tres o cuatro personas. Un guardia de seguridad, con mascarilla, filtraba la entrada. Los clientes debían lavarse las manos en un expendedor de gel hidroalcohólico colocado en la entrada. La misma política se seguía en la tienda de Zara y en las galerías Lafayette recientemente inauguradas en esta zona de la ciudad, de tamaño más reducido que las del bulevar Haussmann.
Los Campos Elíseos sin las terrazas de sus restaurantes y cafeterías –todavía cerradas– dan una impresión desangelada, sin alma, triste. Ayer, además, hacía un tiempo muy ventoso y fresco, después de muchos días de sol y de temperaturas casi veraniegas.
Campos elíseos tristes
“Sin turistas, este año se acabó, no me vale la pena abrir”, se queja un quiosquero
Laurent, el dueño de un kiosko, se quejaba de que, sin los turistas, su negocio no es rentable. “Con los ingresos que tengo, no me compensaba abrir –dijo el quiosquero a La Vanguardia –. Este año está jodido, hasta diciembre. Este año se acabó”. “Y lo peor es que no sabemos la verdad –añadió Laurent–. ¿La sabe usted? Lo único que sé es que, si estuviera en el Gobierno, pararía todo el comercio con China, totalmente, aunque los productos nos costaran más caros”.
A última hora de la tarde, la cadena de noticias BFM-TV emitió imágenes de numerosa gente congregada en las orillas del canal de Saint-Martin, en el noreste de París. Eran en su mayoría jóvenes que, habiendo mejorado el tiempo, se tomaban el final de confinamiento con ánimo festivo. Había grupos superiores a las diez personas permitidas. Al cabo de un rato apareció la policía, con megáfonos, e instó a la gente a abandonar el lugar.
Desde ayer los franceses pueden salir a la calle sin llevar consigo el autocertificado que acreditaba una razón para abandonar su casa. Continúa siendo necesario un documento para desplazarse más allá de cien kilómetros y también para usar los transportes públicos en París en las horas punta.
Las medidas previstas en la prolongación del estado de urgencia sanitaria, que el Gobierno decidió aplicar pese a no recibir el visto bueno expreso del Senado, fueron validadas por el Consejo Constitucional. No obstante, este órgano criticó algunos aspectos referentes al seguimiento de los contactos de las personas que den positivo en el test y también a las condiciones judiciales para imponer su aislamiento.
El Consejo Constitucional pareció ser sensible al sentimiento creciente de incomodidad con las restricciones. Resultaba muy difícil prolongar el confinamiento. Diversos intelectuales han advertido del peligro de congelar libertades fundamentales y han abogado por confiar más en la responsabilidad individual, como han hecho en Alemania o en algunos países escandinavos. De hecho, durante esta crisis los franceses han hecho honor a su fama de rebeldes y han sido mucho más críticos con sus gobernantes. Según una encuesta publicada por el diario Le Figaro , sólo el 34% de la población considera que su Gobierno ha estado a la altura de la situación, 17 puntos menos que la media europea. Los alcaldes, en cambio, obtienen mucha mejor nota. El 75% de los encuestados piensan que han hecho un buen trabajo.
Límites a la sociabilidad
La policía obliga a evacuar el canal de Saint-Martin, tomado por grupos de jóvenes
El nuevo balance de víctimas empeoró de modo claro respecto al fin de semana. En un día hubo 263 fallecimientos, mientras que la cifra del domingo fue de sólo 70 muertos. El dato más alentador fue que los enfermos de la Covid-19 en cuidados intensivos continúan bajando. Son ahora unos 2.700, mientras que en el pico de la pandemia eran más de 7.000.
Un estudio de la región Isla de Francia –la área que engloba la capital– desveló que las desigualdades sociales han hecho incrementar la mortalidad. Ha sido el caso del departamento de Sena-Saint-Denis, en la periferia norte parisina, el más pobre de la Francia metropolitana. En comparación con el mismo periodo del 2019, la mortalidad en este departamento aumentó un 118,4% entre el primero de marzo y el 10 de abril. También creció en otros suburbios parisinos como los Altos del Sena, un 101,5%, y el Valle del Marne, un 94,1%. En el municipio de París falleció un 92,6% más de personas que en el año anterior. Según el estudio, lo más peligroso en tiempos de la Covid-19 es vivir en edificios con múltiples viviendas de pocos metros cuadrados y ocupadas en exceso. Pobreza y densidad han sido un binomio peligroso durante la pandemia.