La próxima vez que Francia comparezca sobre un terreno de juego lo hará con una segunda estrella cosida en el pecho. Una estrella ganada con autoridad y seguramente también con justicia. No ha habido mejor equipo en el Mundial de Rusia que el combinado que dirige Deschamps. Tampoco la prometedora Croacia fue capaz de detener el rodillo galo en una final regada de goles, con protagonismo también para el VAR.
El fútbol es capaz de igualar las fuerzas incluso en los enfrentamientos más desiguales. No es difícil imaginar a David, con su honda, apuntando a Goliat sobre un tapete verde. Una gran potencia mundial en todos los sentidos se medía a un pequeño y joven país cuya mera presencia en la final cabe describir como un milagro. Pequeños manjares que siempre ofrece un Mundial.
La eficacia de Francia destrozó la ilusión de Croacia
Una vez pitó el árbitro, todas esas diferencias desaparecieron por completo, y el tópico de once futbolistas jugando contra otros once futbolistas se tornó más real que nunca. Los croatas, lejos de acusar la presión de un debut en una cita de esta altura, no se escondieron, asumiendo el control del choque y del balón sin rubor.
Francia, que recuerda a esos edificios de pisos del antiguo bloque soviético, no muy bonitos pero tan robustos como el que más, tampoco intentó disfrazarse de trilero y vivió cómodamente en la destrucción, esperando su oportunidad en una contra o a balón parado.
Croacia reclamó el VAR en el primer gol de Francia
La final tuvo, sin embargo, un invitado sorpresa, como el primo al que nunca ves y que de repente toca el timbre de tu casa. Nunca trae buenas noticias. Olvidado por los colegiados desde octavos de final, el VAR regresó para rescatar a Francia y perjudicar a Croacia en dos acciones que resultaron decisivas.
Los dos equipos ya se habían tomado las medidas y el partido estaba empezando a coger forma cuando Griezmann subió al estrado y simuló una falta de manera tan descarada que ni siquiera Pitana se dio cuenta. Molière se revolvía en su tumba. El propio Griezmann centró el balón que Mandzukic peinó sin querer a su portería. Pogba apareció a su espalda viniendo de fuera de juego. El VAR seguía en la playa, con un mojito, disfrutando de sus vacaciones anticipadas.
La reacción croata no se hizo esperar. El alma de luchadores de los hombres de Dalic es una de las grandes herencias de este Mundial. En las circunstancias más adversas son capaces de encontrar el camino hacia la salida. La maniobra de Perisic dentro del área y su disparo con la izquierda perdurará en el museo de las finales.
La igualdad en el marcador se antojaba un pequeño guiño a la justicia futbolística, muchas veces ausente de los terrenos de juego. Pero el VAR recibió un telegrama urgente que leyó sobre la misma arena. Se habían acabado las vacaciones, había que hacer la maleta y subirse a un avión rumbo a Moscú.
Otra vez Perisic se convirtió en protagonista, aunque esta vez en clave negativa. Desvió con el brazo derecho el balón tras un córner y el árbitro se vio obligado a consultarlo por televisión. La acción no admitía demasiadas dudas y el penalti lo transformó Griezmann con pasmosa facilidad.
Otra cosa no, pero la segunda parte prometía emociones fuertes. Después de un par de giros de 180 grados, la montaña rusa encaraba el tramo final del recorrido. A pesar de los golpes, Croacia seguía en pie aunque Francia no daba la más mínima señal de relajación, imponentes los de Deschampsdurante todo el torneo.
La buena puesta en escena tras el descanso de los croatas la trituraron los galos con una autoridad que incluso asustó. Primero Pogba, con un gran disparo desde la frontar, y minutos después Mbappé, con un disparo que sorprendió a un desafortunado Subasic, parecían sentenciar la gran final.
El siempre señalado Lloris decidió alimentar el sueño croata, el sueño de todo un país pendiente de un balón, con uno de los fallos más garrafales de la historia de las finales del Mundial, entregando con guante blanco y en bandeja de plata el gol a Mandzukic. Croacia descontaba pero alcanzar a Francia en el marcador se antojaba más que un milagro.
Se marchó Giroud del terreno de juego, abandonando Rusia el delantero del campeón sin marcar un solo gol, emulando a su compañero Guivarch, que firmó la misma gesta en 1998. No le hicieron falta a Francia sus goles, con su trabajo le alcanzó para ganar el segundo Mundial de su historia. Un título con todas las de la ley. No demostró fisuras en ningún momento.