El sonido de las cuerdas se eleva el viernes por la mañana desde un pequeño triángulo verde en el centro del distrito de Brooklyn, proviene de los instrumentos de los músicos de la Orquesta Filarmónica de Nueva York, lejos de su habitual sede en el Lincoln Center de Manhattan.
Con la temporada de otoño cancelada y la sala cerrada debido a la pandemia de coronavirus, Quan Ge, Cong Wu y sus violines actúan frente a la furgoneta de la orquesta, que acertadamente se llama Bandwagon, un juego de palabras entre “tren en marcha” y “vehículo de la orquesta”.
La filarmónica eligió ese nuevo formato, que presenta tres veces al día los viernes, sábados y domingos, hasta mediados de octubre, para encontrarse con los neoyorquinos en las calles.
Algunos pasan sin ver, pero otros se detienen a escuchar estas melodías que se mezclan con los ruidos de la ciudad, como la bocina de un camión cuyo tono coincide milagrosamente con la canción.
En este momento, “es como si la ciudad fuera nuestra orquesta y que nosotros fuéramos los solistas”, se maravilla Anthony Roth Costanzo, cantante de ópera y productor de esta serie de mini-conciertos “pop-up”, que se apoderan de los cuatro rincones de la metrópoli estadounidense sin anunciarse de antemano.
“En este periodo de pandemia de Covid-19, de cambio social, estamos explorando nuevas formas para entrar en contacto con la gente”, explica el contratenor. “Tenemos que reinventar las formas de ir a los conciertos”, expresa.
“No se trata sólo de que la gente venga a nuestra casa, a nuestro local, se trata de presentarnos al mundo y mostrar lo que la música puede hacer”, añade.
Además del lugar, la orquesta filarmónica más antigua de Estados Unidos, con 178 años de edad, también ha ampliado su repertorio para atraer a los espectadores.
En el pequeño jardín público de Brooklyn, a pocos metros de la Academia de Música de Brooklyn, los músicos, utilizando tapabocas y separados como mandan los protocolos sanitarios, terminan con la balada Somewhere del musical West Side Story. Los miembros de la banda cambiaron su sobria indumentaria de la sala de conciertos por camisetas y gafas de sol y animan al público a acercarse e incluso a bailar.
Anthony Roth Costanzo está a cargo de la animación entre canciones, con un micrófono en mano desde la parte trasera de la camioneta.
Los conductores bajan las ventanillas para escuchar algunas notas de un arreglo de cuerdas del himno tributo de Nueva York Empire State of Mind (Part II) de la cantante pop Alicia Keys.
NECESITAMOS UN ESCENARIO
“¡Te amo!” grita Lorri, una mujer con lágrimas en los ojos después de la seria interpretación de Lachrimae Pavan. “Me conmovió”, dice poco después, emocionada por este concierto que para ella es “un regalo del cielo”.
Desde el comienzo de la pandemia y el cierre de la mayoría de las salas de espectáculos en Estados Unidos, los conciertos virtuales se han multiplicado en un intento por llenar el vacío.
Pero “no es lo mismo”, según Cong Wu. “La música es la comunicación y necesitamos un escenario”, precisa.
La Filarmónica de Nueva York mantiene en secreto la ubicación de estas actuaciones al aire libre para evitar las multitudes y crear condiciones para una propagación del coronavirus.
Pero incluso frente a unas pocas docenas de espectadores elegidos al azar, no todos ellos amantes de la música clásica, con la debida distancia social “es agradable sentir la energía de la gente”, se regocija el violinista.
“Hubo un momento al final, cuando los violines se callaron, en el que hubo un silencio perfecto, del tipo que se escucha en una sala de conciertos”, comenta Anthony Roth Costanzo.
“Podía sentir que la gente se ponía en contacto”, afirma. “No sólo entre ellos y nosotros, sino también entre nosotros. Es tan importante en el mundo de hoy”, subraya el intérprete.