En sólo un mes Boris Johnson ha hecho historia y conseguido lo que ninguno de sus predecesores como primer ministro británico, ni tan siquiera Neville Chamberlain, tristemente célebre por llegar a un acuerdo con Hitler: ha puesto a la vieja y noble democracia inglesa contra las cuerdas, ha suspendido el Parlamento por razones políticas de partido, y ha sido denunciado por la oposición como un dictador. No El gran dictador de Chaplin, sino en ­todo caso un oportunista rubio sin demasiados escrúpulos.

En Londres, Birmingham, Manchester, Edimburgo, Milton Keynes, Chester, Bristol, Cambridge, Durham, Brighton y Cardiff, delante de las estaciones de tren o los ayuntamientos, frente a estatuas de héroes locales o en centros comerciales, se improvisaron ayer por la tarde manifestaciones contra la suspensión de la Cámara de los Comunes , con paraguas en solidaridad con los estudiantes de Hong Kong y pancartas que decían “manos fuera” y “defendamos nuestra democracia”, sólo horas después de que Johnson provocara un terremoto político de nueve puntos en la escala Richter, en una de las jornadas más dramáticas que se han vivido en Westminster en mucho tiempo.