LONDRES — Se suponía que la historia no tomaría este rumbo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los victoriosos países de Occidente forjaron instituciones —la OTAN, la Unión Europea y la Organización Mundial del Comercio— que tenían como objetivo mantener la paz por medio del poderío militar colectivo y la prosperidad compartida. Promovieron los ideales democráticos y el comercio internacional al mismo tiempo que invirtieron en la noción de que las coaliciones eran el antídoto para el nacionalismo destructivo.
Sin embargo, en la actualidad, el modelo que ha dominado las relaciones geopolíticas durante más de setenta años parece ser cada vez más frágil. Un arrebato nacionalista está desafiando sus principios y algunas de las mismas potencias que lo construyeron lo están atacando —en particular, Estados Unidos bajo el mandato del presidente Donald Trump—.
En lugar de tener estrategias comunes para resolver problemas sociales —desde disputas comerciales, pasando por la seguridad, hasta el cambio climático—, los intereses nacionales se han vuelto una prioridad. El idioma de la cooperación multilateral se ha ahogado en llamados enfurecidos de solidaridad tribal, tendencias que han intensificado las ansiedades económicas.
“Hemos presenciado un tipo de respuesta negativa a la democracia liberal”, comentó Amandine Crespy, una politóloga de la Universidad Libre de Bruselas (ULB) en Bélgica. “Las masas de gente sienten que la democracia liberal no las ha representado de manera apropiada”.
Dentro de una Casa Blanca turbia de tanto alboroto, en semanas recientes ha quedado demostrado que los nacionalistas han arrebatado el control de sus pocos pares globalistas. Gary Cohn, el egresado de Goldman Sachs que asesoró a Trump sobre política económica, se ha ido. Peter Navarro, el asesor comercial que se opone con estridencia a China, ha ganado influencia. Desde entonces, Trump ha provocado antagonismo entre aliados cruciales por medio de los aranceles al acero y al aluminio mientras aumentan las posibilidades de una guerra comercial con China.
No obstante, Estados Unidos está lejos de ser la única potencia que está atacando los cimientos del orden mundial de la posguerra.
El Reino Unido está abandonando la Unión Europea, con lo cual da la espalda al proyecto cuya existencia misma es una expresión de fe en que la integración disuade las hostilidades. Italia acaba de encumbrar dos partidos políticos populistas que alimentan un resentimiento histórico en contra del bloque.
Polonia y Hungría, países que en algún momento eran percibidos como triunfos de la democracia que florecían en el terruño postsoviético, han encadenado a los medios, han reprimido reuniones públicas y han atacado la independencia de sus sistemas judiciales.
Este resurgimiento de los arrebatos autoritarios ha debilitado un impulso central de política europea que no se veía desde el fin de la Guerra Fría. Se suponía que expandir la OTAN y la UE mediante la aceptación de naciones de Europa del Este iba a provocar que los recién llegados adoptaran los valores de la democracia liberal de sus socios miembro. Las cosas sucedieron de otra manera.
China ha utilizado su poder económico —el cual se acentuó con su ingreso a la OMC en 2011— para reforzar la autoridad de un Estado que sigue bajo control del Partido Comunista. Esto también ha frustrado las esperanzas de que la integración de China a la economía global provocara su democratización.
Además, Rusia, que entró a la organización de comercio en 2012, ha intensificado una política extranjera que se centra en la confrontación.
Para cualquiera que aún crea que la democracia liberal es la consecuencia inevitable del progreso humano —un resultado que estimularon las instituciones de la posguerra—, estos sucesos han demostrado ser una respuesta aleccionadora.
“Estamos regresando a la política del gran poderío”, afirmó Derek Shearer, quien fue embajador de Estados Unidos en Finlandia durante el gobierno de Clinton y director del McKinnon Center for Global Affairs de la Universidad Occidental College en Los Ángeles.
Las causas de este giro varían de país en país, pero el elemento común es la desconfianza pública en las instituciones en medio de una sensación de que las masas han quedado de lado.
En Estados Unidos y el Reino Unido, la clase trabajadora ha padecido el desempleo y un declive en la calidad de vida mientras los líderes del gobierno han formulado políticas para enriquecer a las élites: más acuerdos comerciales, menos restricciones a los banqueros. Las economías de estos países se han apuntalado gracias al comercio, pero no ha habido una filtración suficiente de las ganancias hacia la clase trabajadora.
Aunque China ha violado las reglas comerciales, al subsidiar empresas que son propiedad del Estado y robar innovaciones de inversionistas extranjeros, el comercio a lo largo del Pacífico ha levantado la economía estadounidense. Sin embargo, los líderes de Estados Unidos no han logrado proporcionar capacitación para los empleos ni brindar otros programas que podrían haber amortiguado el golpe que recibieron las comunidades perjudicadas con las importaciones.
“Mucha gente en Europa y Estados Unidos no se ha beneficiado mucho del crecimiento económico generalizado durante las últimas décadas y es normal que sean escépticos de las políticas y los líderes del momento”, comentó Douglas W. Elmendorf, decano de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard. “Pero la solución no es desechar el orden liberal. Es complementarlo con políticas gubernamentales que permitan a la gente recibir una parte de los beneficios”.
En Europa, la disposición de Trump a despreciar las reglas comerciales se ha combinado con su denuncia del Acuerdo de París y su apoyo ambiguo a la OTAN, lo cual ha generado cuestionamientos sobre la fiabilidad de Estados Unidos.
“Estados Unidos siempre se percibió como una fuerza estabilizadora dentro del orden mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial”, señaló Crespy de la ULB. “Desde una perspectiva europea, el impacto llega porque Estados Unidos ahora se percibe como una fuerza desestabilizadora, igual que Rusia, y la ironía es que China parece más moderada gracias a esa situación”.
Las instituciones que se crearon después de la Segunda Guerra Mundial nunca han dejado de ser criticadas y siempre ha habido momentos en que no han estado a la altura de la retórica idealista.
Desde hace mucho tiempo, el Fondo Monetario Internacional ha provocado críticas por complacer a la clase inversionista mientras impone austeridad a la gente común y corriente en países afectados por las crisis. Los acuerdos comerciales se han diseñado para fomentar los intereses especiales de grupos con conexiones políticas. Las agrupaciones sindicales han acusado a la Unión Europea de haber tenido una obsesión insalubre por evitar déficits presupuestales a costa de empleos. Las convicciones democráticas no han evitado que Occidente deje de apoyar regímenes autoritarios en beneficios de sus propios objetivos estratégicos.
No obstante, si la justicia del orden liberal ha sido polémica, ahora pareciera haber cuestionamientos sobre su resistencia básica.
A inicios de la década de los noventa, poco tiempo después de la caída del Muro de Berlín y de que Occidente se declarara victorioso en la Guerra Fría, Francis Fukuyama, politólogo de la Universidad de Stanford, dijo célebremente que la organización del poder a nivel mundial había llegado a su conclusión.
“Podríamos ser testigos no solo del fin de la Guerra Fría o de la conclusión de un periodo particular de la historia de la posguerra, sino del fin de la historia”, escribió Fukuyama en un libro que tomó esa frase provocadora como título. “Es decir, sería el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal de Occidente como la última forma de gobierno humano”.
Los pensadores a lo largo y ancho del espectro ideológico vituperaron a Fukuyama por haber escrito un obituario prematuro de la historia. Algunos lo acusaron de evangelizar el poderío estadounidense. Otros podrían decir que no fue capaz de concebir la amenaza del terrorismo radical islámico, el resurgimiento de Rusia ni el ascenso de China.
El año pasado, después de que Trump asumió el cargo, el Reino Unido decidió la salida de la Unión Europea y los nacionalistas se pusieron en marcha, Fukuyama sugirió que tal vez se necesitaba un nuevo obituario para el “orden mundial liberal”.