Patricio Fernández, periodista y escritor chileno, responde a esta entrevista desde Caracas, actual foco informativo mundial. Su último libro, Cuba: viaje al fin de la revolución , resultado de años de viajes y coberturas informativas desde la isla, sirve de contexto para reflexionar sobre la la izquierda latinoamericana, tomando como referencia la experiencia cubana.
En el libro afirma: “Cuba es la maravilla que es y lo inaceptable que es por el mismo motivo: porque ha vivido cercada como un sueño del que un ogro implacable le impide despertar”. ¿Qué es lo maravilloso y a la vez lo inaceptable de Cuba?
Lo maravilloso y lo inaceptable es que se ha convertido en un territorio ajeno a la actualidad y ajeno en muchas cosas a la realidad del mundo. Por eso mismo es un espacio de imaginación y a mí, en tanto que escritor, me genera una fascinación. Pero como testigo de las vidas que acontecen ahí también me genera cierto espanto.
En este sentido, ¿destacaría alguna diferencia en la sociedad cubana respecto a cualquier otra de un país capitalista en la que triunfa el sueño neoliberal?
Hay varias diferencias evidentes. Por una parte, y para poner el ámbito negativo, los cubanos viven la renuncia a ser los constructores del mundo comunitario en el que habitan. Es decir, las libertades políticas, las libertades individuales, la libertad de expresión son una renuncia casi íntima en los cubanos.
Por otra parte, hay una libertad de costumbres que la da la prescindencia de la lucha por el dinero y por la creación infinita de bienes materiales. La acumulación de riqueza es un móvil imposible, fuera de las posibilidades, por lo tanto, las vidas transcurren en otra línea y otro eje. Ese otro eje muchas veces se puede llegar a llamar ‘la espera’, es como una resignación al acontecer que tiene un ámbito triste y un ámbito feliz. De alguna manera se aproxima a la resignación animal en la selva: lo que hay es lo que se hace y lo que se puede es lo que se desea.
¿Es por eso por lo que también dice que no hay disidencia en Cuba?
La cultura democrática en Cuba es muy baja. Y esto no es culpa de Fidel, recordemos que Fidel asume después de una dictadura anterior. La historia democrática de Cuba es muy exigua, se reduce a un periodo muy breve a comienzos del siglo XX. Por tanto tienen poca historia a la que echarle mano. Lo que abunda, más que el reclamo por esas instituciones que desconocen, es un reclamo por un bienestar material mayor que, en mi opinión, tampoco es una ambición desmedida por riqueza.
La renuncia interiorizada en el pueblo cubano a regir los destinos políticos es muy alta. Hay pequeños grupos disidentes, pero su discurso no penetra verdaderamente en la población. No hay una comunidad política propiamente tal.
¿También se da esto en las nuevas generaciones?
Yo diría que en las nuevas generaciones es aún más extremo porque no existe ni siquiera el recuerdo ni la sensación de fracaso del proyecto comunitario que alguna vez se tuvo. En las nuevas generaciones simplemente habita una especie de individualismo desconcertado. Las palabras socialismo y revolución y la figura de Fidel ya no existen. No hay proyecto colectivo y hay un sálvense quien pueda.
También es verdad que estamos al final de un periodo histórico. Lo que se vaya generando en ausencia de los Castro será algo muy interesante. Los cubanos han vivido sometidos o entregados a esta clase revolucionaria que venía de la épica de la Sierra, que conquistó el poder en el 59 y que terminó siendo un gerontocracia de la que hoy quedan muy pocos representantes. Sin ellos es imaginable que empiecen a generarse nuevos grupos de poder que piensen por si mismos. Eso yo lo estoy esperando desde hace rato.
“Asumen que la revolución ha muerto, pero no se deciden a enterrarla”, escribe ¿Qué ha matado a la revolución?
La revolución era un fe. La revolución de la que estamos hablando es una revolución con erre mayúscula, no es el proceso de cambio que se puede dar en las más distintas áreas y tiempos, esta revolución estaba formalizada. Tiene principios escritos y tiene manual de instrucciones. El gobierno cubano se autodenomina gobierno revolucionario desde hace 60 años, así como Chávez asume ese credo revolucionario. Ese credo revolucionario que conquistó tantas conciencias en América Latina en la segunda mitad del siglo XX, creo que está agónico, por no decir muerto.
Esa fe ya prácticamente no se ve en Cuba. Lo que se ve son los cardenales y los obispos de una iglesia en la que ya nadie reza porque el dios desapareció. Quedó el aparato y se fue la fe. Nadie en Cuba, y sería completamente hipócrita quien lo diga, cree que se está construyendo la sociedad justa, amable y deseable por los seres humanos. En Cuba hay un régimen que está resistiendo.
En ese sentido hay una frase que escribe que llama la atención: “En Chile combatíamos la dictadura junto al pueblo y en nombre del pueblo, mientras en Cuba, a esas alturas, los comunistas defendían la suya usando al pueblo como excusa” ¿Se ha tergiversado en Cuba el significado de la revolución?
A mi me resulta evidente que a partir de cierto momento, y esto también lo veo aquí y ahora en Venezuela, los pobres le sirvieron más a la revolución que la revolución a los pobres. A partir de cierto momento se genera un discurso en nombre del pueblo que se va convirtiendo en un discurso vacío. Donde esa especie de sujeto colectivo que mantiene a algunos en el poder no se ve beneficiado de los discursos.
Si uno cree o ha creído en las causas que ha levantado históricamente la izquierda tiene que reconocerlo y asumirlo porque el verdadero objetivo se supone que es la justicia, el bienestar, la democracia y la mejor distribución de los bienes y el poder. Yo me resisto absolutamente a esa especie de dicotomía manipuladora en la que se supone que solo aquellos que pertenecen a determinada órbita ideológica o que repiten determinadas consignas son los que hablan en nombre de los desposeídos o los frágiles. Creo que eso perdió sustento hace rato y tiene que ser repensado. La respuesta castrista o de Maduro no tiene por qué ser aceptada como la voz de los débiles. Eso no es verdad.
¿Qué cree que está ocurriendo en América Latina con ese credo revolucionario que agoniza?
Está terminando en América Latina, y de la peor manera, una órbita de creencias y un tipo de discurso. Existe el riesgo de que con Venezuela caiga también en no mucho tiempo Cuba y Nicaragua. Antes había una cultura y una creencia que acompañaba a regímenes como estos, pero hoy en día están desnudos y solos. Las mayorías populares no están latiendo en defensa de estos gobiernos. En Venezuela y en Cuba es bastante evidente.
Ahora bien, a mí esto no me alegra. Lo constato, pero lamento el fin de la idea de generar una comunidad en la que los hombres entre sí no son entes aislados y hoy día, en la mentalidad que cunde en el mundo y que aparece en remplazo de esto, no existe este concepto fuerte de comunidad. Esta derrota deja a su vez un vacío muy inquietante y un vacío que comenzamos a ver llenarse por otros monstruos que pueden llegar a ser mucho peores: autoritarismos de derechas, los monstruos de fascismos que retornan, nacionalismos… Yo no soy alguien que está saltando y celebrando el final de esta historia, soy alguien que ha querido ir a enterrar a unos antepasados que fueron autoritarios, a veces bruscos, pero con los que se siente cierto parentesco. Había un deseo.