Con el voto de su líder supremo, Ali Jamenei, Irán inicia unas elecciones presidenciales en las que el protegido de este, Ebrahim Raisi, parte como principal favorito.

El actual presidente del Tribunal Supremo, ultraconservador, es el mejor representante de la línea dura que Jamenei quiere mantener en el país, y podría según los expertos conseguir incluso la victoria en primera vuelta, obteniendo la mayoría absoluta. De no ser así, habría que ir a una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados.

Se espera una alta abstención en las elecciones de este viernes. Muchos iraníes no entienden el porqué del escaso número de candidatos, cuatro: Abdolnasser Hemmati, Mohsen Rezaei, Amir Hossein y el ya mencionado Ebrahim Raisi. Quedan fuera de la batalla final tanto a los reformistas como a los alineados con el presidente saliente, Hasan Rohaní.

Se cree que finalmente votará poco más del 40 por ciento de los 59 millones de iraníes llamados a las urnas. Sería la participación más baja desde la Revolución Islámica de 1979.

El temor a esa baja participación hace que muchos se pregunten hasta qué punto Irán sigue siendo realmente una república Islámica -es decir, un Gobierno civil supervisado por el líder supremo chiíta- y no algo más cercano a un auténtico régimen, con Jamenei decidiendo en última instancia todos los asuntos de estado y con el control del programa atómico. Con la salida del moderado Rohaní, cuyo acercamiento a Occidente acabó derivando en fuertes sanciones llegadas desde Estados Unidos y en una profunda crisis económica, la respuesta parece cada vez más clara.