Parece que la vorágine postelectoral no termina para el presidente López Obrador, embarcado en una gira eterna por pueblos y ciudades de México desde que ganó las elecciones en julio. Cualquier oportunidad es buena para salir de la capital. Hace un par de semanas fue su plan contra el robo de combustible, que lo llevó por municipios de Hidalgo y el Estado de México. Gritaba en sus eventos el presidente que se había acabado el huachicol de arriba y que así acabaría también el de abajo. Es decir, que su llegada al Gobierno zanjaba décadas de corrupción y que ahora, ladrones, narcotraficantes y demás delincuentes no tenían excusa. Delinquir ya no está bien visto.
Con el pretexto de inaugurar un tramo de carretera, este viernes ha llegado a Badiraguato, en la sierra madre occidental, que comparten los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua. Son las montañas de El Chapo. Durante décadas, los agricultores de la marihuana han aprovechado las escarpadas laderas de los cerros para cultivar la hierba. También las han usado para plantar amapola. Badiraguato es uno de los núcleos poblacionales más importantes del triángulo dorado, el gran invernadero de la droga del norte de México. Y en el triángulo, El Chapo ha sido el rey. Originario de La Tuna, una comunidad carretera arriba de Badiraguato, Joaquín Guzmán organizó uno de los negocios de tráfico de drogas más lucrativos en la historia moderna de México. Tan así que las autoridades de ambos lados de la frontera, en México y Estados Unidos, lo convirtieron en el enemigo público número uno.
Y al final El Chapo cayó. Tras su condena esta semana en una corte de Nueva York, que puede mantenerle en prisión hasta que se muera, el triángulo, la sierra, el mismo pueblo de Badiraguato se han quedado huérfanos. De relato, se entiende. Una orfandad semiótica. Consciente de lo anterior, López Obrador no ha perdido un minuto y tres días después de la condena contra el narcotraficante se ha postulado como candidato a protagonista de una nueva narrativa, una renovada mitología serrana. “A los pueblos”, ha dicho en su discurso en la cabecera municipal, “no se les puede estigmatizar. Por ejemplo, el pueblo de Atlacomulco y el grupo político que le asocian”, ha dicho, en referencia a la saga de políticos del PRI que salieron de ese pueblo del Estado de México. “¿Qué tiene que ver ese grupo con el pueblo?”, ha preguntado retóricamente. “Pues aquí lo mismo, ¿qué tiene que ver Badiraguato con todo eso?”.
En la tierra de El Chapo Guzmán, López Obrador, el primer presidente en visitar el municipio, no ha pronunciado su nombre. Ha dicho que el Gobierno va a plantar 50.000 hectáreas de árboles “maderables” en la zona; que va a construir una universidad pública en el municipio; que ya empezaron a repartirse las pensiones a los adultos mayores en todo el país; que el dinero de todos sus programas, incluido el de las polémicas estancias infantiles, se repartirá sin intermediarios. También ha visitado algunos de sus éxitos más sonados: “el mexicano no es malo por naturaleza, el avión presidencial está en venta, el fin de la corrupción va a liberar fondos para sufragar todos nuestros programas”. Y el que nunca falta, “me canso ganso”, una muletilla que usa en cada discurso y que significa que los cambios van para adelante cueste lo que cueste.
Parece que el nuevo Gobierno dura ya varios años y apenas lleva dos meses y medio. Aceleración por política al cuadrado igual a universos nuevos cada pocas horas. La velocidad lumínica de López Obrador distorsiona espacio y tiempo. Aunque son temas actuales, la pelea a las bandas de ladrones de combustible; la discusión sobre quién debe liderar la seguridad pública en el país; las polémicas por el patrimonio de los integrantes de su gabinete, parecen asteroides que orbitan en galaxias paralelas.
En esta, la de Badiraguato, la de sus eventos y conferencias de prensa diarias, la de la apropiación por decreto de la narrativa a costa incluso de uno de los fenómenos mediáticos más sonados del siglo XXI, solo cabe López Obrador, capitán de la nave, solitario al timón en proa.