Durs Grünbein fue concebido dos meses después de la construcción del Muro de Berlín, en el frío invierno de 1961. Pasó media vida detrás del muro o, como él prefiere expresarlo: “Pasé una vida como rehén y otra en libertad”.

A inicios de febrero, la barrera que alguna vez dividió a Berlín, a Alemania y al mundo atravesó silenciosamente un equinoccio de unidad alemana. Ha pasado la misma cantidad de tiempo sin muro que el tiempo que existió: veintiocho años, dos meses y veintiséis días.

Aproximadamente una generación vivió con el muro. Aproximadamente una generación ha vivido sin él. Tal simetría es poética, afirmó Grünbein. Él mismo es un poeta que ha escrito acerca de ser uno de los primeros berlineses del Este en cruzar a la Alemania Occidental.

Foto

Un oficial de policía de Berlín Oriental trabajando en una parte del Muro de Berlín, en octubre de 1961 CreditAssociated Press
Foto

Subir a un autobús para mirar por encima del muro recién construido CreditKeystone/Getty Images

Además de los fragmentos zigzagueantes que atraviesan Berlín, delineando la tierra de nadie en la que fallecieron 140 personas en su intento por escapar, hay pocos indicios evidentes de que en su momento el muro dividió la ciudad. La reluciente estación principal de Berlín se encuentra cerca de la que fue la frontera entre las dos ciudades y los trenes corren en ambas direcciones. Los barrios más modernos de la ciudad solían ser distritos deteriorados del lado oriental del muro. Y durante los últimos doce años, el país ha sido dirigido por Angela Merkel, una mujer que creció en Alemania del Este.

Como señaló el historiador y excanciller Willy Brandt: “Lo que debe estar unido, crece unido”.

Pero al tratarse de la historia alemana, es un poco más complicado que eso. Los bloques de concreto han caído, pero los muros siguen de pie en la mente de las personas.

“La unidad alemana todavía es una obra en proceso”, dijo Thomas Krüger, quien se desempeñó como el último alcalde de Berlín del Este en enero de 1991.

Hoy, como director de la Agencia Federal de Educación Cívica, Krüger dirige una institución alemana por excelencia cuya misión es “educar al pueblo alemán sobre los principios democráticos y evitar cualquier intento de restablecer un régimen totalitario”.

Foto

El 11 de noviembre de 1989 se congregaron multitudes entusiastas encima de una sección del Muro de Berlín cerca de la Puerta de Brandemburgo. CreditWolfgang Kumm/Picture-Alliance, vía Associated Press
Foto

Un berlinés del oeste ayuda a derribar el muro el 12 de noviembre de 1989. CreditJohn Gaps III/Associated Press

Krüger enumera a continuación las líneas divisorias que permanecen entre la Alemania Oriental y la Occidental: algunas van desvaneciéndose y otras haciéndose más profundas.

El lado occidental sigue siendo más rico. El oriental ahora es más nacionalista. Hay más inmigrantes en el occidente, pero los inmigrantes son considerados como un problema en el oriente.

Los occidentales aún controlan muchos puestos de poder en el extremo oriental. Ocho de cada diez jueces y fiscales del Este crecieron en el Oeste, y ninguna de las compañías alemanas insignia que cotizan en bolsa tiene su matriz en el Este, dijo Krüger.

Pero los orientales cada vez controlan más el discurso político de un cambio hacia los extremos a nivel nacional. El partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD, por su sigla en alemán) quedó en primer lugar en el estado federado de Sajonia el año pasado, con el 27 por ciento de los votos, más del doble del promedio nacional. Y el partido ultraizquierdista La Izquierda tiene sus raíces en el partido que dirigió el oriente comunista.

En lo que respecta a Merkel, “en el Este no se le considera una oriental”, señaló Krüger, “sino una traidora”.

¿Alemania sigue siendo una historia de dos ciudades?

Foto

El Memorial del Muro de Berlín en Bernauer Strasse muestra la última pieza que queda del muro con los terrenos preservados detrás de ella. CreditGordon Welters para The New York Times
Foto

Durs Grünbein pasó la mitad de su vida detrás del Muro. CreditGordon Welters para The New York Times

Helmut Holter, ministro de Educación por el estado federado de Turingia, parece creer que sí. Recientemente propuso un programa de intercambio estudiantil entre el Este y el Oeste, el mismo tipo de programa que tiene Alemania con escuelas de otros países.

“No solo son necesarios los intercambios con Polonia y Francia”, dijo Holter, “sino también entre Leipzig y Stuttgart”.

Grünbein, el poeta, no está seguro de que la nueva generación sea el problema. Sus propios hijos, nacidos luego de la caída del muro, son “alemanes, europeos, ciudadanos del mundo”, comentó.

El reto más grande, dijo, son aquellos que pasaron gran parte de su vida detrás del muro y dentro de un sistema autoritario.

“Incluso aunque no te agrade el sistema, te moldea, se vuelve parte de ti. ¿Cómo podría ser de otro modo?”, consideró Grünbein. Cuando en 1989 se manifestaron los lunes en contra de un sistema comunista que se desmoronaba, muchas personas no deseaban la democracia, dijo, “querían prosperidad y autoridad”.

Y hoy eso es lo que anhelan, dijo: autoridad.

Algunos están marchando de nuevo. Todos los lunes en la ciudad oriental de Dresde, los simpatizantes del movimiento antinmigrante Pegida salen a las calles; la mayoría son hombres y muchos tienen más de 50 años.

Pegida es el acrónimo en alemán de Europeos Patrióticos en Contra de la Islamización de Occidente. Está relacionado muy de cerca con el surgimiento de Alternativa para Alemania.

Si se les pregunta qué es lo que les molesta, hablan de extranjeros musulmanes “tomando el poder” de Alemania.

“Actualmente, en Alemania hay más extranjeros que alemanes”, dijo hace poco Klaus Rulow, un mecánico retirado de 57 años, a modo de burla.

Eso está lejos de la realidad. De hecho, las regiones que han significado mayor cantidad de votos para el partido AfD en la ex Alemania Oriental son las que menos inmigrantes tienen.

Pero la idea de una toma del poder resuena intensamente. “El Oeste se apoderó del Este” es otro dicho famoso. Y, de alguna manera, así fue.

Profesores, jueces y funcionarios civiles fueron llevados de los estados del oeste para remplazar a una generación de orientales que habían madurado inmersos en el comunismo y a quienes se consideraba ineptos, explicó Krüger.

“Por supuesto que la gente mostró resentimiento”, agregó. “Sigue mostrándolo”.

Algunos aseguran que el Este tuvo una experiencia migratoria completa sin cruzar una frontera. Las personas perdieron su trabajo, su estatus y a su país.

Muchos alemanes del Este fueron literalmente olvidados.

Las mujeres del Este, que eran parte de la fuerza laboral y contaban con guarderías gratuitas, estaban más emancipadas que sus pares del Oeste, y demostraron tener más movilidad que sus contrapartes masculinas. Ahora, en algunas ciudades del Este hay dos o tres hombres por cada mujer.

Cuando Petra Köping fue nombrada ministra de Integración en el estado federado de Sajonia, creyó que trataría principalmente con migrantes. Pero pronto la acosaron con preguntas en un evento público. “¿Por qué no nos integras a los alemanes primero?”, le gritó un ciudadano alemán.

Köping terminó haciendo recorridos por el Este para comprender las molestias de los alemanes. Ahora recorre el Oeste para compartir sus conclusiones.

Dorfchemnitz, la ciudad en la que el AfD ganó el 47,4 por ciento de los votos el año pasado, tiene una tasa de desempleo por debajo del seis por ciento. Pero los partidos tradicionales ignoraron el hecho durante la campaña. Solo el candidato de AfD se presentó en público… en dos ocasiones.

El nacionalismo era tabú en la Alemania Occidental. En Alemania Oriental era incentivado. “Nosotros éramos los alemanes buenos”, recordó Antje Weiss, trabajadora social en Berlín del Este.

Weiss, de 54 años, creció detrás del Muro de Berlín, aunque en el Este le llamaban el “bastión protector antifascista”.

“Nos dijeron que éramos descendientes de la resistencia antifascista”, agregó. En las organizaciones de jóvenes comunistas de la República Democrática Alemana, como se conocía a Alemania del Este, era común ondear banderas, un gesto prohibido en el Oeste.

Weiss no tiene tiempo para el AfD. Pero sí cree que es importante escuchar con atención a quienes sí lo tienen.

“Debemos dejar que las personas den su opinión”, dijo. “De otro modo, estaremos actuando como lo hizo la RDA”.