Patricia, Bahoumou y Esther relatan la odisea que vivieron en el camino que les trajo hasta aquí.
PATRICIA: Un viaje de seis años por ocho países
Mientras se acaricia el pelo, recogido en una media coleta de finas trenzas, Patricia cuenta que huyó de Costa de Marfil en 2011 “por la seguridad de su hija”, entonces un bebé. El mismo año empezó la guerra civil y cruzó Ghana y Burkina Faso para llegar a Malí. Cuando pensó que allí podría reconstruir su vida, estalló otro conflicto que la obligó a marcharse. A través de Senegal y Mauritania entró a Marruecos.
García explica que están llegando a mujeres jóvenes, solas y con niños pequeños. Si antes las nigerianas conformaban el grueso de la migración femenina hacia España, este año han sido reemplazadas por camerunesas y marfileñas. “Hay que crear vías seguras, porque una chica que venga sola con un niño de nueve meses, en África o aquí, está poniendo su vida en riesgo”, reclama.
Patricia describe como una “esclavitud” los tres años que vivió en Casablanca. Mujer negra, indocumentada y católica en un país musulmán que mira de reojo a los migrantes subsaharianos, pronto entendió que las posibilidades de construir un futuro en Marruecos eran muy limitadas.
Fue a Tánger y pagó 2.000 euros para atravesar los 14 kilómetros de mar que separan África de Europa. “Antes de subirte [al barco] tienes que pasar por el bosque, donde te agreden y violan a las mujeres… y también a los hombres”, asegura. Fue rescatada tras 10 horas de navegación sin rumbo. “Un pesquero español nos indicó la ruta”, cuenta. Media hora más tarde, un helicóptero sobrevolaba encima de sus cabezas.
BAHOUMOU: La patera que volcó y salió en la tele
Bahoumou llegó a España el 10 de abril en una embarcación sin motor que zarpó con 33 personas de la ciudad marroquí de Nador. Cuenta que su llegada a la península “salió hasta en la tele”: la embarcación volcó y tres personas se ahogaron.
Según la Organización Internacional de las Migraciones, al menos 138 personas fallecieron en el Mediterráneo occidental este año. “Imagínate olas de cuatro o cinco metros y una pequeña embarcación con ocho personas subiendo y bajando”, describe Israel Díaz, patrón de la Salvamar Arcturus, que solo cuenta con dos equipos de cuatro personas que se turnan cada semana para atender las emergencias.
“La temporada 2000-2003 fue la más dura, llegaban pateras muy grandes de hasta 80 personas”, especifica Díaz a bordo del barco amarrado en el puerto de Tarifa. Reemplazadas por las toys, embarcaciones de juguete con hasta 10 personas, más inseguras pero más difíciles de detectar por el SIVE —el sistema de vigilancia de las costas con el cual España blindó la frontera meridional de Europa—, este año han vuelto a aparecer lanchas con más capacidad.
Bahoumou salió de Costa Marfil en 2013 con su hijo recién nacido y a través de Malí y Mauritania alcanzó Marruecos. “Si no tienes dinero debes acostarte con todos los hombres que te llevan por el camino”, cuenta la mujer de 33 años que ahora comparte piso con Patricia.
Su hijo se montó a un barco en marzo y lleva desde entonces varado en Melilla. “Había la posibilidad de coger una zódiac, motorizada y más segura, pero yo me encontraba mal”, recuerda Bahoumou, “así decidí que viajara él primero”. Dos semanas después, ella también se subió a una barcaza. Le habían asegurado que llegaría a Melilla.
“Es la primera vez que veo a tanta gente llegar”, comenta Iván Lima. Técnico de Cruz Roja en Tarifa, proporciona la primera atención a los migrantes tras los rescates. “Cuando llegan no tienen ni idea de donde están”, asegura.
Bahoumou dice que fue engañada: la barcaza en la que iba nunca se dirigió a Melilla. Tras varios varios requerimientos para recuperar la custodia de su hijo, la semana pasada el Tribunal Europeo de Derechos Humanos pidió explicaciones al Gobierno español sobre las medidas que se están tomando para la reunificación de madre e hijo. Gracias a la intervención de la corte europea, Bahoumou pudo, por primera vez en ocho meses, hablar por teléfono con su pequeño.
ESTHER: Una travesía embarazada de siete meses
Esther salió de Nigeria en 2012 con su marido y un objetivo claro: alcanzar Europa. “Mi familia no tenía dinero y me dijeron que era un buen lugar para vivir”, asegura. Empleó nueve meses en cruzar en autobús Benín, Malí y Argelia y alcanzar Marruecos.
“A veces dormíamos durante días en el desierto… si no te escondías te violaban, te pegaban y te robaban todo”, relata esta mujer de 30 años con la voz rota.
Después de cuatro años en Rabat entre dificultades y escaseces se planteó volver a Nigeria. “Pero me di cuenta que estaba embarazada; no quería que mi hijo naciera en Marruecos y en mi país hay mucho sufrimiento”, explica. Juntó 1.700 euros y se fue a Nador. A la semana, encinta de siete meses, estaba apretujada en un barco con otras 32 personas.
Greatness nació en Sevilla el pasado diciembre. “Fue con cesárea”, asegura mientras señala la zona inferior del vientre. Ahora viven en Algeciras, en un piso de acogida de la Fundación Cruz Blanca.
La vida en Europa no es tan fácil como se la habían pintado. “No tengo documentos ni trabajo”, lamenta. Blessing, la mediadora social que la acompaña, le recuerda que no se tiene que desanimar. “No le ha ido del todo mal: ¡está viva!”, exclama. Ella también sabe qué significa emigrar. Vino a España hace 14 años. También por mar. También en patera.