La noticia, difundida a principios de diciembre, suscitó bromas y comentarios incrédulos en las redes sociales. Egipto había ordenado a los tenderos que, hasta nuevo aviso, retirasen una peligrosa mercancía de los estantes: los chalecos amarillos.
Con el octavo aniversario a la vuelta de la esquina de la revuelta popular que en el 2011 derrocó a Mubarak, el 25 de enero, el régimen de Abdul Fatah al Sisi no quería arriesgarse a que los vientos contestatarios llegados de Francia prendiesen la llama en Egipto. Por si el mensaje no era lo bastante cristalino, las autoridades detuvieron a un abogado de Alejandría que tuvo la ocurrencia de colgar una foto en Facebook luciendo un chaleco amarillo en solidaridad con los franceses. Para más inri, el amarillo es, desde el 2013, el color de los seguidores de los proscritos Hermanos Musulmanes, que denuncian el golpe de Al Sisi contra el presidente islamista Mohamed Morsi.
“Hemos visto cómo ha cedido Macron y eso nos ha animado”, dice el portavoz de las protestas en Taiwán
La furia antichalecos es sin duda una prueba más del carácter dictatorial y paranoico de Al Sisi, pero lo cierto es que el mariscal egipcio no iba desencaminado. El chaleco amarillo, símbolo de las protestas contra Emmanuel Macron, ha resultado tener un poder de atracción irresistible, con imitadores alrededor del globo.
Los últimos, ayer mismo, en Taiwán. Por tercera vez en la última semana, miles de taiwaneses se manifestaron ataviados con el ya famoso chaleco frente al Ministerio de Finanzas para exigir una bajada de impuestos y una política fiscal más justa. “Hemos visto cómo ha cedido Macron y eso nos ha animado a protestar. Esperamos que nuestro presidente oiga nuestras voces”, dijo Wang Chih Lan, portavoz de la Liga para la Reforma Fiscal y Legal, el grupo que está detrás de las protestas.