James Fata pasó de los analgésicos a la heroína con una facilidad pasmosa. El joven, de veinticuatro años de edad, viajó a Florida para quitarse la adicción a las píldoras de opiáceos; pero rehabilitarse en la capital estadounidense de las recetas no es tan sencillo y, cuando el Gobierno del Estado redujo el suministro de píldoras, Fata llenó el vacío con el producto que estaba más a mano: la heroína.
“Las píldoras eran muy caras, y difíciles de obtener. En cambio, la heroína es barata. Casi todos mis conocidos, casi todas las personas que se metían pastillas conmigo, se vieron obligadas a dejarlas. No teníamos más remedio que esnifar heroína o pinchárnosla.”
Florida fue el origen de la epidemia que asola los Estados Unidos. Antes de que las muertes por consumo de opiáceos se dispararan en todo el país, el Estado sureño se había ganado el sobrenombre de Oxy Express por la facilidad de conseguir OxyContin, un analgésico de heroína sintética extraordinariamente potente, la oxicodona. Decididas a quitarse de encima su mala reputación, las autoridades cambiaron de política sobre las “clínicas de pastillas” y las persiguieron durante años, pero con un resultado muy distinto al previsto. Cuando los adictos de Florida se quedaron sin recetas de opiáceos, se pasaron a la heroína.
“Me gustaría decir que las cosas han mejorado; al menos, el problema ha salido a la luz y se ha creado un movimiento reivindicativo -continúa Fata-. Pero las cifras no dejan de crecer. Cada vez muere más gente. El consumo de heroína es cada vez mayor.”
Las muertes relacionadas con la heroína se han triplicado desde el año 2010, y los críticos afirman que los esfuerzos de Florida por contener la epidemia que surgió en dicho Estado sólo han servido para atajar una crisis a costa de empeorar otra.
Los problemas de Florida empezaron en 1996, cuando el OxyContin llegó a los mercados. Las autoridades sanitarias presionaron a los médicos para prestaran mayor atención al alivio del dolor, y algunos empresarios sin escrúpulos aprovecharon la ocasión de hacer negocio. Al cabo de unos años, se habían abierto cientos de clínicas del dolor que dispensaban píldoras opiáceas a prácticamente cualquiera. Una de las primeras, y también de las más grandes, era la American Pain (de Fort Lauderdale, en el área metropolitana de Miami), con doctores que llevaban pistolas bajo la bata y antiguas strippers que ejercían de farmacéuticas.
Todos los años, ganaban decenas de millones de dólares vendiendo OxyContin y genéricos de oxicodona a ciudadanos de Kentucky y Virginia Occidental, donde las pastillas se conocían como “la heroína de los paletos”. Tomaban la Oxy Express en autobuses y coches abarrotados que a veces fletaban los propios traficantes, quienes se quedaban con una parte de las pastillas.
El asunto llegó a tal extremo que, en determinado momento, más del 90% de los opiáceos recetados en los Estados Unidos se vendían en Florida.
“Nunca había sido adicto a nada”
Robert Eaton empezó con los opiáceos a los veinticuatro años, por culpa de una hernia de disco que sufrió en el 2009. Tras dos meses de terapia y cantidades bajas de analgésicos, su médico dijo que no podía hacer nada más por él y lo derivó a las clínicas de pastillas. “Me recomendó que viera a un especialista en tratamiento del dolor, quien me aumentó automáticamente la medicación. Yo iba todos los meses a su consulta.”
Eaton menciona la larga lista de relajantes musculares y medicamentos de oxicodona y metadona que le recetaban, y añade: “Puede parecer excesiva, pero ya estaba acostumbrado a las pastillas cuando llegué a su consulta, y me pareció bien que me recetara más. Por entonces, yo no era consciente del riesgo que corría. Nunca había sido adicto a nada… hasta que sentí el efecto de la oxicodona. En cuanto la probé, me dije: ‘guau, esto es realmente bueno. Necesito más'”.
Los enganchados a la oxicodona dicen que la necesidad de tomarla no es tan intensa como el miedo a quedarse sin ella y, en su opinión, enfermar. Si no consiguen su dosis, la abstinencia les provoca un dolor mucho mayor que el dolor por el que recibían tratamiento. “Al final, me encerraba en una habitación e intentaba colocarme, pero ya no lo conseguía -afirma Eaton-. Lo necesitas para no estar enfermo, y terminas sin poder levantarte de la cama.”
Eaton se dio cuenta enseguida de que el médico no estaba tan interesado en tratar su enfermedad como en llevarse su dinero. Le extendía recetas y lo echaba de la consulta a toda prisa para que pasara el siguiente paciente: “No me preguntó ni una sola vez si mi dolor había mejorado. No tenía intención alguna de bajarme la medicación. Desde que entras en esas consultas, te prescriben la máxima posible. Y no importa que tengas seguro médico, porque pagas en metálico.”
Eaton no recuerda cuánto dinero se gastó entre médicos y pastillas, pero calcula que eran cientos de dólares por sesión. Además, su rendimiento laboral se vio afectado y terminó por perder su trabajo como repartidor de Budweiser. También perdió su casa, y hasta llegó a vender los juguetes de sus hijastros. “Me quedaba con el dinero de la hipoteca. Mi esposa de entonces se veía obligada a pedir dinero para comprar cosas, pero yo se lo robaba”, dice.
Eaton hizo un cursillo y consiguió que lo contrataran en el servicio médico de urgencias del departamento de bomberos, donde se las arregló para disimular su adicción durante una temporada.
“Un día, entramos en la casa de una anciana. Estaba muerta. La descubrimos sentada en la cama, con un bote de pastillas en la mano. Y a mí me afectó tanto que me tuve que meter roxies [oxicodona] -explica-. Mi forma de afrontarlo consistió en tomar la misma droga que la había matado a ella.”
Baja la oxicodona, sube la heroína
Florida empezó a perseguir las “clínicas de pastillas” en el año 2010. American Pain cerró tras una redada del FBI, y sus propietarios fueron detenidos. El Parlamento del Estado aprobó leyes para clausurar otros centros y restringir la prescripción de opiáceos, que hasta entonces tenía pocas restricciones. Cinco años después, las muertes relacionadas con la oxicodona se habían reducido un 69% en Florida.
Sin embargo, la política de mano dura dejó sin suministro a los que ya eran adictos. Al limitar el acceso a las píldoras, los precios de la calle se dispararon y la heroína, que llegaba de México en grandes cantidades, se convirtió en una alternativa más barata. Como consecuencia, el índice de fallecimientos por consumo de heroína se duplicó en el año 2014, llegando a la cifra récord de 408 víctimas.
Los médicos también informaron de un aumento en la cantidad de recién nacidos adictos a la heroína y, para empeorar las cosas, Florida se puso a la cabeza de los Estados Unidos en infecciones nuevas de VIH/sida, atribuidas a la práctica de compartir jeringuillas.
“Lo que ocurría en Florida no se parecía nada a lo del resto del país -dice Fata-. Las clínicas de pastillas actuaban de forma descaradamente ilegal, y cualquiera podía conseguir recetas. Cuando la política se volvió más restrictiva, la gente acudió a conocidos que recibían prescripciones o se pasó a la heroína. Y, a medida que las prescripciones fueron menguando, no tuvieron más remedio que decantarse por la segunda opción.”
Hace dos años, el National Institute on Drug Abuse declaró que el Sur de Florida sufría una epidemia de heroína. Además, la revista de la American Medical Association Psychiatry denunció un aumento del consumo entre sectores acaudalados de la población blanca, que habían terminado en dicha droga tras convertirse en adictos a los analgésicos de opiáceos. En su informe del año 2014, se informaba de que el 75% habían llegado a la heroína a través de las recetas, y de que había una relación directa entre el aumento de la primera y la disminución de las segundas.
El problema de la heroína pilló a las autoridades con el paso tan cambiado como durante el repentino auge de las clínicas de pastillas a finales de la primera década del siglo XXI.
Fata se acostumbró las pastillas de oxicodona en Texas, su Estado natal. Miembro de una familia de clase media-alta, las empezó a tomar en la adolescencia con un sistema que, según afirma, era común entre sus amigos: sustraerlas del armario donde sus padres las guardaban. Con el tiempo, se enganchó a ellas y empezó a tomar dosis mayores, que combinaba con heroína. Para financiar su adicción, traficaba con drogas. Pero, cuando tenía veinte años, sus padres lo obligaron a viajar a Florida para someterse a un proceso de rehabilitación: “Llegué a estar al borde de la muerte, e insistieron en que me sometiera a un tratamiento”.
Fata se abstuvo de tomar drogas durante alrededor de seis meses; pero su voluntad flaqueó porque estaba rodeado de personas con acceso directo a las recetas de analgésicos. “Estaba viviendo en una residencia cuando recaí. Tenía un empleo de baja categoría, y me sentía atrapado. No podía ir a ninguna parte”, afirma.
Pero las pastillas ya eran difíciles de encontrar. Las autoridades federales habían decidido actuar contra los propietarios de las clínicas. Los fiscales acusaron a American Pain de ser la mayor red de recetas ilegales de los Estados Unidos, con unos ingresos aproximados de 43 millones de dólares en tres años. Además, los hicieron responsables de al menos 50 muertes por sobredosis, sólo en Florida. Jeff George, presidente de la empresa, fue condenado a 20 años de prisión por el fallecimiento de un paciente; y su hermano, Chris George, consiguió una sentencia reducida de 14 tras haber testificado contra los médicos que él mismo contrataba.
Hace cinco años, el Parlamento de Florida aprobó una serie de leyes según las cuales las clínicas del tratamiento del dolor debían ser propiedad de médicos y estar dirigidas por médicos. También estableció un sistema para que los médicos y las farmacias hicieran un seguimiento de las recetas e impidieran que la situación se volviera a repetir.
“Yo era consciente de que el escándalo terminaría con el cierre de las clínicas y, como no tengo ninguna enfermedad que lo justifique, sabía que no podría conseguir pastillas”, continúa.
Fata se fue a vivir con el hombre que iba a ser su principal camello. Su compañero de piso, que recibía recetas por una lesión de espalda, seguía con acceso a las pastillas y vendía una parte. Pero cada vez era más difícil, porque los médicos estaban preocupados con los fiscales y con la investigación de la Drug Enforcement Administration (DEA). Y, por eso fuera poco, la escasez provocó un aumento del precio en el mercado negro.
“Cuando las pastillas se volvieron prohibitivas, me di cuenta de que tendría que pasarme a la heroína. El OxyContin llegó a costar más que una onza de oro.” En cambio, la heroína costaba una octava parte de lo que costaban las pastillas, y era más fácil de obtener.
Con el aumento de su consumo se produjo también un aumento de fallecimientos por culpa de una droga que, según las autoridades, es 50 veces más potente: el fentanilo, un opiáceo sintético. El año pasado, la DEA emitió una alerta de carácter nacional por lo que consideraba un incremento alarmante de las muertes relacionas con el fentanilo y la heroína. Pero la extensión de la heroína no implica que la crisis de prescripción de opiáceos haya terminado.
“Cada día hay más adictos”
Janet Colbert fue una pieza clave en el proceso que llevó al cierre de las clínicas de pastillas. Es enfermera en una unidad neonatal de cuidados intensivos de Fort Lauderdale, y se encontraba con muchos bebés que nacían adictos a los opiáceos.
“Hasta hace unos años, sólo veíamos casos esporádicos de bebés adictos a la cocaína. Pero todo cambió de repente. La unidad se llenó de bebés con problemas, y no sabíamos por qué había tantos. Gritaban y gritaban. Era terrible. No los podíamos alimentar. Tenían síndrome de abstinencia -dice-. Pero, si efectivamente hay una epidemia de heroína, hay que añadir que 9 de cada 10 heroinómanos empiezan con las recetas de opiáceos. Y nunca controlaremos la heroína si no controlamos los opiáceos, porque cada día hay más adictos.”
Colbert acusa a las farmacéuticas (capitaneadas por Purdue Pharma, que produce el OxyContin) y al establishment médico que, desde su punto de vista, pone demasiado énfasis en la prescripción de drogas potentes para tratar el dolor. El año 2007, Purdue tuvo que pagar una multa de 634 millones de dólares por no informar con claridad sobre el carácter adictivo de su producto. En diciembre, llegó a un acuerdo por valor de 24 millones con el Estado de Kentucky después de que las autoridades acusaran a la empresa de haber sacrificado “una generación entera” con el OxyContin.
Colbert afirma que las farmacéuticas y los médicos pretender derivar la responsabilidad de la epidemia a las propias víctimas, mediante el argumento de que “abusaron” de las recetas de opiáceos. Incluso Eaton, que se muestra tranquilo cuando recuerda el trauma de sus años de adicción, pierde la calma cuando me intereso al respecto: “Esa droga me condenó a una vida que yo no quería. ¿Acepto mi responsabilidad? Sí, por supuesto; soy un adicto. Pero no soy mala persona. Yo iba a un médico que se quedaba con mi dinero y no tenía intención alguna de ayudarme. Tengo muchos amigos que murieron por culpa de sus recetas, y se supone que los médicos están para cuidar de los enfermos. Me enfado cada vez que pienso en lo que hicieron”.
Pam Bondi, fiscal general de Florida, dice que los médicos que trabajaban en las clínicas de pastillas eran “narcotraficantes de bata blanca”. Y algunos tuvieron que responder de sus actos: Sergio Rodríguez, un médico de Lake Worth, fue condenado a 27 años de cárcel por cuatro muertes por sobredosis. Pero otros tuvieron más suerte. Cynthia Cadet ganó un millón y medio de dólares en American Pain, donde firmó más recetas que ninguno de sus compañeros; sin embargo, eso no impidió que un jurado la declarara inocente después de que afirmara que no podía saber que los pacientes estaban mintiendo sobre su grado de dolor. Más tarde, acabó en la cárcel por lavado de dinero.
Colbert opina que encarcelar a unos cuantos médicos no sirve de mucho, teniendo en cuenta que cientos de profesionales siguen trabajando en lo que ella considera una organización criminal; en su opinión, las autoridades sanitarias deberían retirarles el permiso para ejercer. Su organización, Stopp Now, pretende además que los médicos utilicen un programa de seguimiento que les permita saber si sus pacientes consiguen recetas en otras consultas. El programa es obligatorio en 20 Estados, pero sólo es voluntario en Florida.
Según Colbert, algunos diputados le han confesado que no apoyan la medida porque la Asociación Médica de Florida está en contra. “Los médicos tienen mucha influencia, y no quieren que nadie les diga lo que deben hacer.” Preguntados al respecto, los representantes de la asociación mencionada se negaron a hacer declaraciones.
Fata asegura que se liberó definitivamente de la heroína cuando se dio cuenta de que lo iba a matar. Ahora está estudiando para convertirse en trabajador social, y pretende volver a Texas. “Supe que aquello acabaría conmigo. Había llegado a un punto límite, y decidí desintoxicarme.”
Eaton superó su adicción a las drogas con ayuda de un grupo religioso, y en la actualidad dirige un negocio de formación de personal. Pero la experiencia con las pastillas le salió muy cara. Su matrimonio se rompió, y perdió a seres queridos: “Mi mejor amigo murió por las recetas, sin tomar nada más. Su hermana lo encontró muerto en su habitación el mismo día en que habría cumplido treinta años”.
Eaton no pude asistir al entierro porque estaba buscando un chute.
Traducción de Jesús Gómez