Donald Trump, que se autoproclama el presidente más inteligente y mejor en la historia de Estados Unidos y más allá, no hay quien le dispute uno de sus logros. Nadie en la Casa Blanca ha dicho tantas supuestas mentiras como él y con semejante impunidad. Al menos hasta la fecha.

Por eso se le recordará, sin duda. “El verificador de hechos”, figura instaurada por The Washington Post y que se ha convertido en unagobio de ocupación por la acumulación de trabajo, contabiliza ya4.229 falsedades o declaraciones engañosas en 558 jornadas de presidencia. Esto da una media diaria de 7,6. Y va a más. Esa media se situó en 4,9 los 100 primeros días. Le ha cogido gusto al asunto y estos meses de junio y julio ha escalado a 16 diarias.

El presidente querría un cara a cara con el fiscal especial, pero sus abogados prefieren que declare por escrito

Una de las últimas, su afirmación de que para comprarse unas verduras o unos doritos se necesita una identificación con foto, sigue siendo pasto de los chistes.

Frente a esta capacidad de fabulación, o de residir en una realidad alternativa, sus abogados se han puesto a temblar ante los avances de Robert Mueller, el fiscal especial que indaga en la supuesta injerencia rusa durante los comicios del 2016 en favor de la campaña de Trump.

Después de tuitear el miércoles que el Departamento de Justicia “debe cerrar” la investigación de Mueller –la Casa Blanca trató de matizar luego que “sólo es una opinión”–, Trump requirió a sus abogados para que, una vez más, busquen un acuerdo con el fiscal especial a fin de sentarse cara a cara con él y prestar declaración.

Los peligros de que Trump se meta de cabeza en el jardín de Mueller resultan evidentes

Trump dijo a sus asesores legales que quiere encontrarse con los investigadores del Rusiagate para aclarar el asunto por sí mismo. El presidente está convencido, según fuentes citadas por The New York Times, de que si habla con Mueller y su equipo les demostrará que sus pesquisas no son más que una caza de brujas.

Esta petición torpedea los consejos de sus letrados, que llegaron a la conclusión de que, vista la conducta de su patrocinado, sería mejor que no respondiera a preguntas en vivo y en directo, que en todo caso replique por escrito.

El analista conservador Bill Kristol apostilló que Trump puede decir eso en privado, pero que lo hace como un gesto más de chulería que de realismo.

“Trump es el primero que sabe que no puede exponerse frente a alguien tan preparado como Mueller”, insistió Kristol.

Cabe recordar que Bill Clinton tuvo un impeachment (procesamiento): si casi perdió la presidencia no fue por tener sexo con una becaria en el despacho oval, sino por mentir al negarlo.

Los peligros de que Trump se meta de cabeza en el jardín de Mueller resultan evidentes. Una cosa son los tuits manipuladores –que también los investigan– y las conspiraciones difundidas en mítines entre hooligans, y otra distinta declarar bajo juramento.

Los letrados del presidente insisten en no ofrecer esa carta de la comparecencia en persona. Justifican su postura en su preocupación por que Trump incrementará su exposición legal. En caso de que se formule esa petición, estos defensores se han estado preparando para decir no al interrogatorio, arriesgándose a una disputa legal que podría encabalgarse con las elecciones legislativas del próximo noviembre.

El equipo del fiscal especial lleva tiempo negociando los parámetros de esa “entrevista”. En una carta remitida esta semana, Mueller formuló su última propuesta. Continúa manteniéndose firme en el calibre de las cuestiones que tratar: la posible coordinación entre representantes de la campaña de Trump con Rusia y si pretendió obstruir a la justicia.

Han introducido un ligero cambio al aceptar reducir el número de preguntas sobre esa obstrucción en el cara a cara y permitir que haya varias respuestas que puedan ser por escrito.

Los abogados defensores no quieren que Trump explique cuestiones respecto a asuntos de su mandato, en lo que se incluyen sus interrelaciones con James Comey, el director del FBI al que despidió por no rechazar el archivo de esta investigación.

Prosigue el tira y afloja, mientras el presidente arrecia en cantidad y estridencia su rechazo público a la investigación.

“Todavía estamos en plena discusión”, señaló a los medios Jay Sekulow, uno de los juristas del presidente. “Nada está decidido”, remarcó este letrado en declaraciones a los medios.

“Nos encontramos en el proceso de responder a sus propuestas”, afirmó Rudy Giuliani, otro de sus abogados, en la cadena MSNBC. El mismo Giuliani que aseguró que la colusión o injerencia rusa “no es un delito”, frase que sonrojó a los expertos. El mismo Giuliani salió en defensa del presidente diciendo que el tuit pidiendo el cierre de la investigación del Rusiagate era una opinión y no una orden.

A la portavoz de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, le preguntaron cómo discernía entre “órdenes y opiniones” a la vista de ese tuit. Su respuesta fue del estilo “paso palabra”.