Dos destacados príncipes y al menos otro miembro de la familia real de Arabia Saudí fueron detenidos el pasado viernes acusados de alta traición, según han revelado dos periódicos estadounidenses y confirmado diversas fuentes este sábado. La medida, sobre la que la Corte Real mantiene absoluto silencio, supone un nuevo refuerzo del poder del heredero y gobernante de hecho del reino, el príncipe Mohamed Bin Salman (conocido como MBS). Algunos comentaristas la relacionan con un posible deterioro de la salud del rey Salman, de 84 años, quien constituiría el último freno ante un eventual golpe palaciego.
El príncipe Ahmed Bin Abdelaziz, hermano menor del monarca, y el príncipe Mohamed Bin Nayef (MBN), sobrino de ambos, han sido confinados a sus domicilios, asegura The Wall Street Journal sin desvelar la identidad de sus fuentes. Ambos hombres, con credenciales para ser potenciales candidatos al trono, están acusados de haber “fomentado un golpe con el objetivo de derrocar al rey y al príncipe heredero”, según el diario. Esa grave imputación abre las puertas al encarcelamiento de por vida e incluso la pena de muerte.
Horas después varias agencias de noticias obtenían esa misma información por vías propias. The New York Times, por su parte, añade a los detenidos el hermano menor de MBN, Nawaf, quien al parecer se encontraba con él acampado en el desierto en el momento de su aprehensión. Aunque en el opaco régimen saudí resulta difícil de verificar, hay también rumores del arresto de varios oficiales de los servicios de seguridad, el Ejército y la Guardia Nacional leales a los príncipes incomunicados.
Mohamed Bin Nayef, de 60 años, era el heredero al trono hasta 2017 cuando inesperadamente fue remplazado por su primo MBS, de 34, en lo que algunos observadores interpretaron como resultado de una lucha de poder. La televisión estatal saudí quiso acallar esos rumores con un vídeo en que se veía a MBN expresar su lealtad al nuevo sucesor. No obstante, a partir de entonces tuvo los movimientos restringidos.
El septuagenario Ahmed es uno de los últimos hijos vivos del fundador del moderno Estado saudí, el rey Abdulaziz Ibn Saud, entre los cuales ha ido pasando la corona desde su muerte. Hasta 2015, cuando Salmán pocos meses después de suceder a Abdalá, nombró heredero a MBN y viceheredero a MBS, su hijo favorito, saltando de la generación de los hijos a la de los nietos de Ibn Saud. (Pero Ahmed ya había perdido su oportunidad antes cuando Abdalá eligió como viceheredero a su medio hermano Muqrin.)
Tras el cambio en la línea de sucesión, se filtró que Ahmed había sido uno de los tres miembros del Consejo de Lealtad (el cónclave en el que están representadas las principales ramas de la familia real) que se había opuesto a la designación de MBS. Más tarde, hizo unas declaraciones en las que dio la impresión de criticar la guerra en Yemen iniciada por su sobrino, aunque dijo que se le había malinterpretado. Sin embargo, su regreso al reino poco después del asesinato del periodista Jamal Khashoggi se interpretó como un cierre de filas con la monarquía.
A raíz de ese caso, que despertó la indignación internacional, se suscitó la posibilidad de que la familia real contemplara un cambio en la sucesión para salvar su imagen. No hubo tal. Ayudado sin duda por la tibia reacción de Estados Unidos, MBS ha seguido adelante sin mayores consecuencias e incluso ha logrado la presidencia del G-20 este año. El rey jamás iba a aceptar el relevo de su hijo favorito. De ahí que algunos analistas se pregunten si se ha producido un deterioro en la salud del monarca que los críticos del heredero hayan intentado aprovechar.
Sin embargo, el rey recibió al secretario del Foreign Office británico, Dominic Raab, el pasado jueves y dos días antes presidió el Consejo de Ministros con normalidad. Al mismo tiempo, dado el control de MBS sobre los servicios y la vigilancia a la que tenía sometidos a su tío y a su primo, resulta improbable que estos pudieran tramar nada. Aunque el príncipe Ahmed nunca ha expresado interés en el trono, los príncipes críticos con el ascenso y gestión de MBS, lo consideran una alternativa capaz de aglutinar a la familia, el aparato de seguridad y las potencias occidentales.
Las detenciones, que en las redes sociales ya se han bautizado como Juego de Tronos temporada 2020, constituyen un nuevo paso en el control absoluto del poder por parte del gobernante de hecho del primer exportador de petróleo del mundo. Desde su sorprendente nombramiento como heredero cuando aún no había cumplido 31 años, MBS ha consolidado su posición eliminando cualquier competencia de otras ramas de la familia real y haciéndose con el control de todos los ministerios e instituciones clave.
Poco después de apartar a MBN, veterano ministro de Interior y hombre con buenas relaciones con Estados Unidos, el heredero saudí también procedió a purgar a príncipes y magnates bajo el pretexto de una campaña anticorrupción. Además, al mismo tiempo que liberaliza la economía y las restricciones sociales, ha encarcelado a activistas de derechos humanos y clérigos, limitando el debate público.
Las últimas detenciones se producen en un momento en que Arabia Saudí afronta importantes retos económicos. Su joven población (un 75% de los 24 millones de saudíes tiene menos de 35 años) quiere ver resultados del ambicioso proceso de diversificación emprendido por el príncipe heredero, y que en general ha respaldado. Sin embargo, desde principios de año el petróleo, que constituye la principal fuente de ingresos del país, ha caído un 30% y ahora la expansión del coronavirus amenaza las ganancias de las peregrinaciones y el incipiente turismo. Ello se suma a que la esperada inversión extranjera se está haciendo de rogar en parte por la desconfianza en la grandilocuencia de ciertos proyectos, pero también por la mala imagen que algunas decisiones políticas (encierro de empresarios en el Ritz, asesinato de Khashoggi, detención de activistas) han granjeado al reino.