Fragmento

La sociedad líquida

Como es bien sabido, la idea de modernidad o sociedad «líquida» se debe a Zygmunt Bauman. Al que desee entender las distintas implicaciones de este concepto le será útil leer Estado de crisis, obra en la que Bauman y Carlo Bordoni debaten sobre este y otros problemas.

La sociedad líquida empieza a perfilarse con la corriente llamada posmodernismo (término «comodín», que puede aplicarse a multitud de fenómenos distintos, desde la arquitectura a la filosofía y a la literatura, y no siempre con acierto). El posmodernismo marcó la crisis de las «grandes narraciones» que creían poder aplicar al mundo un modelo de orden; tenía como objetivo una reinterpretación lúdica o irónica del pasado, y en cierto modo se entrecruzó con las pulsiones nihilistas. No obstante, para Bordoni también el posmodernismo está en fase decreciente. Tenía un carácter temporal, hemos pasado a través de él sin darnos cuenta siquiera y algún día será estudiado como el prerromanticismo. Se utilizaba para señalar un fenómeno en estado de desarrollo y ha representado una especie de trayecto de la modernidad a un presente todavía sin nombre.

Para Bauman, entre las características de este presente en estado naciente se puede incluir la crisis del Estado (¿qué libertad de decisión conservan los estados nacionales frente al poder de las entidades supranacionales?). Desaparece una entidad que garantizaba a los individuos la posibilidad de resolver de una forma homogénea los distintos problemas de nuestro tiempo, y con su crisis se ha perfilado la crisis de las ideologías, y por tanto de los partidos, y en general de toda apelación a una comunidad de valores que permitía al individuo sentirse parte de algo que interpretaba sus necesidades.

Con la crisis del concepto de comunidad surge un individualismo desenfrenado, en el que nadie es ya compañero de camino de nadie, sino antagonista del que hay que guardarse. Este «subjetivismo» ha minado las bases de la modernidad, la ha vuelto frágil y eso da lugar a una situación en la que, al no haber puntos de referencia, todo se disuelve en una especie de liquidez. Se pierde la certeza del derecho (la magistratura se percibe como enemiga) y las únicas soluciones para el individuo sin puntos de referencia son aparecer sea como sea, aparecer como valor, y el consumismo. Pero se trata de un consumismo que no tiende a la posesión de objetos de deseo con los que contentarse, sino que inmediatamente los vuelve obsoletos, y el individuo pasa de un consumo a otro en una especie de bulimia sin objetivo (el nuevo teléfono móvil nos ofrece poquísimas prestaciones nuevas respecto al viejo, pero el viejo tiene que ir al desguace para participar en esta orgía del deseo).

Crisis de las ideologías y de los partidos: alguien ha dicho que estos últimos son ahora taxis a los que se suben un cabecilla o un capo mafioso que controlan votos, seleccionados con descaro según las oportunidades que ofrecen, y esto hace que la actitud hacia los tránsfugas sea incluso de comprensión y no ya de escándalo. No solo los individuos, sino la sociedad misma viven en un proceso continuo de precarización.

¿Hay algo que pueda sustituir esta licuación? Todavía no lo sabemos, y este interregno durará bastante tiempo. Bauman observa que (desaparecida la fe en una salvación que provenga de las alturas, del Estado o de la revolución) es típico del interregno el movimiento de indignación. Estos movimientos saben lo que no quieren, pero no saben lo que quieren. Y quisiera recordar que uno de los problemas que se les plantean a los responsables del orden público a propósito de los «bloques negros» es que no es posible etiquetarlos, como se hizo con los anarquistas, con los fascistas o con las Brigadas Rojas. Actúan, pero nadie sabe cuándo ni en qué dirección, ni siquiera ellos.

¿Hay algún modo de sobrevivir a la liquidez? Lo hay, y consiste justamente en ser conscientes de que vivimos en una sociedad líquida que, para ser entendida y tal vez superada, exige nuevos instrumentos. El problema es que la política y en gran parte la intelligentsia todavía no han comprendido el alcance del fenómeno. Bauman continúa siendo por ahora una vox clamantis in deserto.

[2015]

A paso de cangrejo

Católicos estilo libre y laicos santurrones

Cuando se habla de las grandes transformaciones espirituales que han marcado el final del siglo XX, siempre se cita la crisis de las ideologías, que es innegable y ha provocado una confusión de la distinción tradicional entre derecha e izquierda. Pero hay que preguntarse si la caída del muro de Berlín fue la causa del hundimiento, o tan solo una de sus consecuencias.

Pensemos en la ciencia: se pretendía que tuviera una ideología neutra, que fuera un ideal de progreso tanto para los liberales como para los socialistas (solo cambiaba la idea de cómo este progreso debía ser gestionado y a favor de quién, y sigue siendo ejemplar el Manifiesto comunista de 1848, que elogiaba con admiración las conquistas capitalistas y acababa más o menos con estas palabras: «Y ahora todo esto lo queremos nosotros»). Era progresista quien tenía fe en el desarrollo tecnológico, y reaccionario quien predicaba el retorno a la tradición y a la naturaleza incontaminada de los orígenes. Los casos de «revoluciones hacia atrás», como el de los ludistas, que pretendían destruir las máquinas, eran episodios marginales. No incidían a fondo en esta división neta entre ambas perspectivas.

La división empezó a resquebrajarse en el sesenta y ocho, cuando se confundían estalinistas enamorados del acero y hippies, operaístas que esperaban de la automatización el rechazo del trabajo y profetas de la liberación a través de las drogas de don Juan. Se rompió en el momento en que el populismo tercermundista se convirtió en bandera común tanto para la extrema izquierda como para la extrema derecha, y ahora nos encontramos con movimientos tipo Seattle, donde neoludistas, ecologistas radicales, ex operaístas, lumpen y vanguardias coinciden en el rechazo a la clonación, al Big Mac, a los transgénicos y a la energía nuclear.

Una transformación parecida se ha producido en la oposición entre el mundo religioso y el mundo laico. Desde hacía milenios la desconfianza hacia el progreso, el rechazo del mundo y la intransigencia doctrinal se relacionaba con el espíritu religioso; en cambio, el mundo laico contemplaba con optimismo la transformación de la naturaleza, la ductilidad de los principios éticos y el redescubrimiento afable de religiosidades «diferentes» y de pensamientos salvajes.

Desde luego no faltaban entre los creyentes las apelaciones a las «realidades terrenales», a la historia como marcha hacia la redención (piénsese en Teilhard de Chardin), mientras que abundaban los «apocalípticos» laicos, las utopías negativas de Orwell y de Huxley, o la ciencia ficción que nos mostraba los horrores de un futuro dominado por una alarmante racionalidad científica. Ahora bien, en último término correspondía a la prédica religiosa convocarnos al momento final de los novísimos y a la laica celebrar sus himnos a la locomotora.

El reciente congreso de los papa boys nos muestra, en cambio, el momento final de la transformación realizada por Wojtyla: una masa de jóvenes que aceptan la fe, pero que, a juzgar por las respuestas que daban estos días a quienes les entrevistaban, están muy lejos de las neurosis fundamentalistas, dispuestos a transigir con las relaciones prematrimoniales, los anticonceptivos, algunos incluso con las drogas y todos con las discotecas; mientras tanto, el mundo laico llora por la contaminación sonora y por un espíritu new age que parece unir a neorrevolucionarios, seguidores de monseñor Milingo y sibaritas adictos a los masajes orientales.

No hemos hecho más que empezar, pero seguro que veremos cosas alucinantes.

[2000]

¿Realmente hemos inventado muchas cosas?

El anuncio apareció probablemente en internet pero no sé dónde, porque a mí me llegó por correo electrónico. Se trata de una pseudopropuesta come