Ring, ring, ring, ring… (llamada al 999).

–¿Su nombre y dirección?

–Fulano de tal, 42 Uxendon Hill, Wembley.

–¿Cuál es su emergencia?

–Me duele mucho el pecho, creo que tengo un infarto.

–Espere un momento (larga pausa). La ambulancia tardaría una hora, hay exceso de demanda. ¿Puede algún amigo o familiar llevarlo a urgencias?

–No, estoy solo.

–Entonces lo mejor que puede hacer es pedir un taxi y que lo lleve al hospital más cercano.

Conversaciones como esta se repitieron muchas veces en las últimas semanas. Con el tiempo de espera para una ambulancia, dependiendo de las regiones del país, entre 47 minutos para una situación crítica y hasta 24 horas para un problema no tan urgente, la recomendación oficial del NHS (National Health Service) es que en caso de infarto se vaya en taxi al hospital.

La pandemia expuso de la manera más cruda posible todas las carencias de la sanidad pública del Reino Unido después de una década de recortes por parte de los gobiernos de David CameronTheresa May y también –a pesar de su retórica en sentido contrario y la subida de impuestos– Boris Johnson (la construcción de una veintena de nuevos centros es una de sus promesas incumplidas).

En los hospitales británicos falta personal por la fuerte ola de la variante ómicron. Foto: REUTERS

En los hospitales británicos falta personal por la fuerte ola de la variante ómicron. Foto: REUTERS

Casi todos los inviernos, cuando llegan las gripes, neumonías y más enfermedades respiratorias, los hospitales se colapsan, cancelan operaciones y los medios informativos muestran imágenes de pacientes haciendo cola de horas en camillas antes de ser atendidos (temidas por el gobierno, porque sugieren mala gestión y les pueden hacer perder votos).

Es un problema endémico, magnificado ahora por la variante ómicron, que si bien es mucho menos letal, se contagia con tanta facilidad que mucha más gente pide atención y –sobre todo– causa gran cantidad de ausencias entre el personal sanitario (y de todo tipo).

Entre quienes tienen el virus y quienes recibieron instrucciones de confinarse por haber estado en contacto con positivos, un millón y medio de británicos están de licencia, en la mayoría de casos justificada, en otras por una picardía normalmente atribuida a otro tipo de culturas (un sindicato envió un mensaje a sus afiliados para informarles que con la pandemia pueden dejar de trabajar hasta veintiocho días seguidos sin necesidad de ningún justificado médico).

Ausentismo

Casi ningún funcionario público va a la oficina. Es un milagro conseguir un médico de cabecera que atienda en persona en vez de por Zoom. Las escuelas cierran por falta de maestros, la basura se acumula en las calles, los ferrocarriles han eliminado trenes ante la ausencia de maquinistas y revisores. Médicos militares han sido enviados a los hospitales, y soldados rasos ayudan con los ingresos. Un caos.

Por mucho que los británicos tengan idolatrada a su sanidad pública universal (el eslogan de la pandemia fue “Salvemos al NHS”, cuando en teoría es el NHS el que supone que debería salvar a la gente), lo cierto es que pagan en impuestos un 33% del PBI, mientras la media en la UE es el 39%, y ello se traduce inevitablemente en peores servicios.

La lista de espera para operaciones no consideradas de urgencia es de seis millones de personas. El pago de los salarios se lleva un 70% del presupuesto anual de unos doscientos mil millones de euros, y aún así hay cien mil vacantes sin cubrir (entre ellas, diez mil de médicos y cuarenta mil de enfermeras).

Frente a un hospital en Londres se construye un anexo para ampliar la atención a pacientes con coronavirus. Foto: REUTERS

Frente a un hospital en Londres se construye un anexo para ampliar la atención a pacientes con coronavirus. Foto: REUTERS

En el Reino Unido hay menos de treinta doctores por cada diez mil habitantes, uno de los porcentajes más bajos de Europa, y el número de camas de hospital es el segundo menor de todo el continente.

A pesar de la falta de personal, las pruebas para acreditar el título de dos mil seiscientos médicos extranjeros que desean ejercer en este país fueron suspendidas hasta por lo menos el verano por falta de examinadores.

Durante los trece años de administración laborista (1997-2010), con Tony Blair y Gordon Brown, el NHS se benefició de un incremento de sus fondos del orden del 7% en términos reales (después de la inflación), que redujo significativamente las listas de espera para operaciones, pero en gran medida se despilfarró en gastos de gestión (más ejecutivos con sueldos más altos).

Pero desde que Cameron decretó la era de la austeridad, la inversión ha bajado más y más, hasta el punto de que la sanidad pública se colapsa cada año con la llegada de la gripe. Así que no digamos con una pandemia…

Fuente: La Vanguardia