Por Émile Zola

La corrupción continúa siendo el tema más hablado en la prensa y opinión pública desde hace muchos años. El desfalco del erario con nóminas abultadas para premiar el clientelismo, la sobrevaluación de obras, evasión de impuestos, favorecimiento en licitaciones, nepotismo y otros, los medios de corrupción.

Pero lo inconcebible es que a pesar de todo, la capacidad de imperturbabilidad del dominicano continúa siendo la misma. Ahora marchamos de verde, protestamos pacíficamente y llenamos las redes de videos con fotos y consignas. ¿Qué cambia? Preguntan los escépticos. Nada, se responden. Los optimistas argumentan que es el comienzo. En este caso, utilicemos la famosa frase de Churchill en forma de pregunta: ¿es el comienzo del principio del fin? Hay quienes lo creen, otros por supuesto que no.

El problema no está en ese debate, el problema está enraizado en la genealogía de la política dominicana. Durante años hemos tenido gobernantes corruptos, rodeados de alimañas ignorantes, igualmente corruptas.

Y actualmente la política, esa ciencia que a muchos no les importa o de la que conocen muy poco, termina siendo el punto de partida más importante para determinar el desarrollo o retraso socioeconómico del país. Si somos honestos con nosotros mismos, la gran mayoría de la población jamás ha leído nada sobre política o sobre cómo se maneja un Estado, menos aún, uno moderno.

No se trata de un problema, sino más bien de muchos problemas. Que de hecho ya se han mencionado otras tantas veces (educación, pobreza, entre los más determinantes). Razones por las que a pesar de que movimientos, protestas y exigencias fluyan, se disipan en un mar de oídos sordos; y es que precisamente todos esos problemas están ahí para no ser resueltos.

Tenemos un gobierno con más de doce años en el poder que nunca ha hecho una reforma educativa que reduzca o elimine gradualmente las deficiencias formativas de nuestra sociedad. Por el contrario, en vez de enseñar a los jóvenes a comportarse como entes civiles responsables, les ofrece como materia de comportamiento social la religión. En vez de promover la interpretación y el razonamiento, estimula la memorización. Y en vez de mejorar el nivel educativo y económico de los profesores, les extiende el horario de trabajo. La educación termina faltando en todos los ámbitos de la vida social y política del país. Lo vemos en el comportamiento de los ciudadanos manejando o haciendo fila en algún lugar, y bueno, los mismos políticos sobre todo en su forma de expresarse.

Por otra parte, el gobierno infla la economía a base de préstamos que empobrecen a la nación disminuyendo las reservas del país. Los impuestos continúan en ascenso y la inflación; pero cada vez hay menos empleos. Por lo menos empleos decentes con salarios que correspondan. Para el gobierno la creación de empleos es simplemente nuevas oficinas o instituciones que compiten con otras ya existentes. En fin, más empleos en el Estado y nóminas aún más grandes. Y todos los años hay que financiar el presupuesto nacional y endeudarse más.

Esto influye mucho en la población que ve como los impuestos aumentan, sus salarios cubren menos necesidades y las preocupaciones crecen. Y de esta manera queda mucho menos tiempo para protestar y exigir.

La última huelga general fue en el 2004, al gobierno de Hipólito Mejía. Este paro, para hacer un ejercicio de memoria, fue en protesta por el alza del dólar que se cotizaba entre RD$ 47 y RD$ 50, la gasolina Premium a RD$ 99.30 y la Regular a RD$ 99. ¿Y ahora? ¿Por qué no se hacen paros generales?

El círculo se cierra con la complicidad de los empresarios que prefieren seguir aumentando sus arcas aunque el país se hunda. Una huelga general significa dejar de ganar dinero por uno o dos días y los buenos economistas prefieren ganar poco a dejar de ganar. Además, muchos de ellos tienen jugosos negocios con el gobierno. Y mientras el gobierno no pise su terreno se mantiene la estabilidad entre sector privado y administración pública.

Este es el panorama en el que quieren operar los movimientos de protesta y hacerlo pacíficamente. Por supuesto, la violencia nunca debe ser el primer recurso para exigir; pero frente a personajes que han sabido manipular a una población por más de doce años, que se han enriquecido a tal nivel que los empresarios más ricos se han visto en necesidad de negociar, entonces el pacifismo puede que no sea la mejor táctica. De todas maneras queda en manos del pueblo la decisión de romper o no el ciclo, y en qué momento hacerlo.

Si tenemos un gobierno dictatorial o no, si tenemos una democracia o no, queda en manos de la sociedad comprobarlo. Pero miremos los ejemplos que tenemos muy cerca. Estudiemos lo que ocurre en otros países. Y tengamos muy pendiente la siguiente frase de la periodista española Maruja Torres: “A las dictaduras -aquí le cambiaría yo por: gobiernos corruptos- le pasa lo que a las bicicletas, si se paran, se caen”.