Durante el almuerzo, de más de tres horas y en el que según las fotos han abundado las sonrisas, “la enviada especial Kim Yo-jong entregó una carta personal” de su hermano en la que el líder norcoreano expresa “su deseo de mejorar las relaciones entre las dos Coreas”, ha declarado el portavoz presidencial, Kim Eui-kyeom. El líder norcoreano desea reunirse con el jefe de Estado del sur “lo antes posible”, y por ello invita a Moon a “visitar el norte en el momento que le resulte conveniente”, ha añadido.
La “hermanísima” ha dejado un mensaje igualmente cálido en el libro de visitas de la residencia presidencial: “espero que Pyongyang y Seúl se acerquen en los corazones de los coreanos y traigan la unificación y la prosperidad en un futuro próximo”. Moon y el jefe de Estado nominal norcoreano, Kim Yong-nam, asistirán juntos al partido que el equipo olímpico conjunto de hockey femenino disputa en Pyeongchang este sábado.
Si se celebra, la reunión en Pyongyang será la primera entre líderes coreanos en más de diez años, y la tercera de la historia después de que Kim Jong-il, el padre de Kim Jong-un, se reuniera en 2000 con Kim Dae-jung y en 2007 con Ron Moo-hyun.
La invitación representa un espaldarazo para la política de Moon de acercamiento al norte, tras un año de escalada de las tensiones en la península y entre Pyongyang y Washington en torno al programa nuclear norcoreano. También supone un calculado envite de Pyongyang a Estados Unidos, que considera que la nueva disposición al diálogo de Corea del Norte no es más que un acto de propaganda.
Pero, aunque el nuevo paso sea espectacular en apariencia, aún no es momento para echar las campanas al vuelo. Por el momento la respuesta de Moon, al menos en público, ha sido cauta. Sin confirmar aún si aceptará la invitación, su portavoz ha indicado que el presidente surcoreano instó a “crear las condiciones apropiadas” para hacer realidad esa visita.
Porque, entre otras cosas, será necesario lograr una relajación de la crispación entre Pyongyang y Washington, el verdadero motor de las tensiones en la península a lo largo del último año. Sin una distensión entre ambos, es improbable que la actual tregua olímpica pase de ser nada más que eso, una pausa temporal en la escalada de amenazas.
Hasta el momento, Estados Unidos ha dejado claro que contempla con escepticismo, si no auténtico desdén, el aparente deshielo. El presidente Donald Trump ha expresado su apoyo nominal a las conversaciones intercoreanas, pero la visita del vicepresidente Mike Pence a Corea del Sur para asistir a la ceremonia inaugural de los Juegos de Pyeongchang ha supuesto una cadena de desaires y gestos incómodos.
A la amenaza de nuevas sanciones económicas unilaterales y la reunión con desertores en Seúl se unió su afán por evitar cualquier gesto que pudiera evitarse como un saludo o un apoyo a los visitantes norcoreanos. Hasta el punto de que él y su esposa fueron los únicos en el palco presidencial que no se levantaron al paso de la comitiva conjunta de deportistas del norte y el sur en el desfile de los atletas olímpicos.
En lugar del diálogo, Estados Unidos apuesta, al menos hasta ahora, por una política de dureza y presión contra Pyongyang, e insiste en que no habrá ninguna posibilidad de negociación en tanto Corea del Norte no renuncie de manera incondicional a su armamento nuclear.
Moon sabe que necesita tener a Estados Unidos en el mismo barco. Según la Casa Azul, durante el almuerzo de tres horas ha instado a la delegación norcoreana a buscar demoro más activo un diálogo con EE. UU. “Es absolutamente necesario que el Norte y EE. UU. comiencen conversaciones en un futuro próximo”, ha dicho el presidente, citado por su portavoz.
La súbita campaña de gestos amistosos lanzada por Corea del Norte comenzó el 1 de enero, cuando tras meses de silencio sobre el asunto Kim Jong-un planteó por primera vez la posibilidad de que los atletas de su país participaran en los Juegos Olímpicos en el sur. Desde entonces -y pese a un desfile militar este jueves en el que exhibió varios misiles intercontinentales, en una advertencia de la fragilidad de la tregua- Pyongyang ha enviado cerca de 550 personas a la competición deportiva, entre atletas, animadoras, músicos, funcionarios y periodistas. El envío de la propia hermana del líder supuso un gesto de profundo simbolismo.
Detrás puede estar la intención de crear divisiones en la alianza entre Corea del Sur y EE. UU., que no atraviesa por su mejor momento tras la llegada del progresista Moon al poder y las amenazas de Trump de renegociar el tratado de libre comercio entre ambos países. O puede ser, según otros expertos, una señal de que las últimas rondas de sanciones han empezado a surtir efecto.
En Pekín, el analista Tong Zhao, del centro Carnegie-Tsinghua, apunta que Pyongyang, que declaró el año pasado completo su programa de armamento, puede haber decidido que ya ha alcanzado la capacidad militar que deseaba para disuadir a Estados Unidos de atacarla, y optar por una política de pragmatismo. “La presión económica no tiene precedentes. El impacto en su economía es muy grave y puede tener implicaciones serias en su estabilidad política y social. Saben que no pueden continuar siempre desarrollando su programa de misiles y nuclear. Cada prueba les supondrá una nueva resolución de la ONU en contra. Así que necesitan parar en algún momento”, opina este experto.
Por el momento, la tregua olímpica entre las dos Coreas representa la garantía de varias semanas de tranquilidad, en las que Pyongyang no adoptará ninguna acción agresiva y Estados Unidos se mantendrá a la espera.
La piedra de toque de la distensión llegará en abril. En ese mes Corea del Sur y Estados Unidos celebran sus mayores maniobras conjuntas anuales, que Pyongyang considera una amenaza y exige que se suspendan. Y Corea del Norte suele responder a esos ejercicios militares y conmemorar el aniversario del nacimiento de su fundador, Kim Il-sung, con algún tipo de prueba de armamento.
El aplazamiento de las maniobras previstas inicialmente para febrero, por iniciativa de Moon, sentó las bases para la oferta olímpica norcoreana. El primer ministro japonés, el derechista Shinzo Abe, ha pedido ya al presidente surcoreano que retome pronto los ejercicios. Según la Casa Azul, Moon ha rechazado esa propuesta.