Nunca coge un taxi si no conoce al conductor. Es impensable para él subir a un autobús. Vive en las afueras de Dakar, la capital de Senegal, en un pequeño pueblo donde se siente más seguro. Sin embargo, una vez le quemaron la casa. A veces le agreden.
No quiere ocultar que es gay, pero a menudo tiene que vivir huyendo por las amenazas. Aunque no quiere permanecer en el anonimato, no podemos publicar su nombre por miedo a poner en peligro su vida.
Esta es la vida de un gay en Senegal, donde desde 1966, cualquier hombre o mujer que sea sorprendido en un “acto de homosexualidad”, legalmente denominados “actos contra natura” entre dos personas del mismo sexo, se arriesga a una pena de prisión de hasta cinco años.
Muchos se ven obligados a vivir en el armario, temiendo ser descubiertos constantemente, afirma Sheba Akpokli, activista por los derechos LGBTQI+ de África Occidental y residente en Togo.
Describe esta situación como “estar obligados a conformarse, la inseguridad constante, el miedo a ser descubiertos y el hecho de tener que comprobar la seguridad siempre dos veces antes de ir a cualquier sitio”.
Pero a un corto vuelo de distancia, frente a la costa de Senegal, las cosas son muy diferentes.
En la ciudad portuaria de Mindelo, en la isla de Sao Vicente, en Cabo Verde, vive Tchinda Andrade, una mujer trans de treinta años. Con un vestido de colores o una falda corta, vende sus buñuelos brasileños (bolinhos en portugués) en las calles a plena luz del día. Nadie la insulta ni la ataca. No teme acabar en la cárcel. Cabo Verde es el país más tolerante con el colectivo LGTBI+ del continente, según la red de investigación Afrobarómetro.
Eran los años 1990 y ya llevaba unos años vistiéndose de mujer. Entonces llegó el carnaval anual que la haría famosa. Mientras 90 mujeres con disfraces de colores desfilaban por las calles, Tchinda Andrade se puso un top de mujer y se unió a ellas.
“Cuando llegué a la ciudad todo el mundo me miraba, incluso la policía que controlaba el desfile de carnaval”, recuerda.
“La gente aplaudía y se reía”.
Aquel carnaval pasó a la historia como el “Tchindaval”.
En países como Senegal, las personas LGTBI carecen de todo sentido de representación.
“En la escuela son un tabú, las leyes no los defienden, los medios de comunicación son muy homófobos, por lo que la gente piensa que no hay personas LGTBI en su país”, dice Marc Serena, codirector del documental “Tchindas” de 2015.
Cualquier representación de los homosexuales es negativa. Por ejemplo, en muchas películas realizadas en Nollywood, la industria cinematográfica nigeriana, los villanos aparecen como homosexuales.
Por eso la representación es tan importante. Y eso es lo que ha supuesto Tchinda Andrade y su “Tchindaval” para la sociedad caboverdiana.
Recordando su adolescencia en los años 1980 en la capital senegalesa, Dakar, Marame Kane, defensora de los derechos LGTBI que ahora reside en París, dice que fue educada para ver el mundo en términos absolutamente binarios.
“Una pareja es un hombre y una mujer. Nos casamos, tenemos hijos. Y nunca me hablaron de sexualidad”.
En esa década, en el mundo francófono, “no teníamos ningún modelo, no teníamos ninguna representación de lo que es ser una persona lesbiana, gay, bi o trans-LGBT”, dice.
Esto no cambió hasta 2004, cuando el canal francés Canal+ empezó a emitir la serie estadounidense L (The L World), sobre un grupo de amigas lesbianas.
“Esa serie marcó mi vida de adulta”, dice Kane.
De vuelta a Mindelo, Pitanga recuerda su salida del armario: a los 12 o 13 años se vistió de mujer por primera vez, sabiendo que tenía predecesoras que ya le habían allanado el camino: Tchinda, Betina, Anita, Badia…
La excepción africana
Hace diez años, Serena viajó por 17 países africanos recogiendo testimonios de la comunidad LGTBI africana para su libro ‘¡Esto no es africano!’.
Dice que lo que vio en Mindelo fue muy diferente a las calles de Senegal, el país más cercano.
“Es muy difícil ver a chicas trans caminando por la calle en Dakar; no tienen derecho a ser visibles”, dice.
“Mucha gente de Senegal me ha dicho que cuando van a Cabo Verde y ven a Tchinda y sus amigas, se ponen a rezar en medio de la calle para contrarrestar lo que ven sus ojos. Puede ser un gran shock para los senegaleses”.
En el África subsahariana, más de la mitad de los países tienen leyes que prohíben o reprimen la homosexualidad.
“Lo que vemos en África es algo de lo que Europa se deshizo por completo en 2014, cuando el norte de Chipre se convirtió en su última región en despenalizar los actos sexuales consentidos entre personas del mismo sexo”, afirma Lucas Ramón Mendos, investigador y autor del informe Homofobia de Estado de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersexuales ILGA, con sede en Ginebra.
Pero en Cabo Verde la homosexualidad no es ilegal ni está penada. En el archipiélago, la lucha por los derechos LGTBI ha alcanzado otro nivel, ya que los activistas pretenden legalizar las uniones entre personas del mismo sexo.
¿Por qué este país africano se ha convertido en una excepción en el continente? Serena señala factores como su aislamiento natural que proporciona el océano Atlántico. Es una comunidad pequeña en la que todos se conocen desde la infancia.
Juntos, los “tchindas” de Mindelo se han convertido en una comunidad fuerte que se protege mutuamente. “Han conseguido hackear el carnaval, la fiesta más importante del país que dura meses, no sólo días”, dice Serena.
Andrade y sus amigas se han ganado un derecho que sería impensable en Senegal: desfilar abiertamente ante sus vecinos sin temor a represalias.
Pero la aparente libertad del carnaval es engañosa, dice Serena.
El resto del año, las “tchindas” tienen problemas para encontrar trabajo y amor. Llevar vestido y tacones significa que Andrade sólo puede trabajar como vendedora ambulante.
“Todavía hay muchos prejuicios”, dice.
Se ha enamorado muchas veces, pero sus novios nunca quieren salir con ella a plena luz del día. El tabú sigue existiendo”.
A Pitanga tampoco le resulta fácil encontrar trabajo y quiere casarse con su novio, pero esto sigue siendo ilegal en el país más tolerante con el colectivo LGBTI de África.
De la mano de los derechos de la mujer
Más allá de las especificidades culturales de Tchinda Andrade, el carnaval y la pequeña y unida comunidad isleña, la tolerancia LGTBI en Cabo Verde puede vincularse a su fuerte igualdad de género.
Esto se debe al líder anticolonialista Amílcar Cabral (1924-1973), dice Claudia Rodrigues, socióloga y ex presidenta del Instituto de Igualdad y Equidad de Género de Cabo Verde.
Cada vez que Cabral liberaba un territorio y establecía un nuevo Gobierno local, asignaba una serie de funciones principales a las mujeres.
“Si había tres personas en el Gobierno: al menos una mujer; si había cinco: al menos dos mujeres”, dice Rodrigues.
Después de que la antigua colonia portuguesa se convirtiera en un país independiente en 1975, las feministas caboverdianas presionaron por la igualdad de la mujer, y el impacto de esto todavía se puede ver hoy en día.
El informe del Foro Africano de Políticas de la Infancia (ACPF) 2020 incluye a Cabo Verde entre los países dónde las niñas son mejor tratadas.
Legalizó el aborto en 1987 y la mutilación genital femenina está prohibida.
“Este movimiento a favor de los derechos humanos y de la mujer nos ha ayudado a estar más abiertos a una cultura de no discriminación”, afirma Rodrigues.
La lucha de las mujeres también ha servido a las mujeres trans, añade Serena.
El colonialismo y el “verdadero hombre africano”
Varios investigadores relacionan la homofobia con el rechazo cultural a los rasgos considerados femeninos.
Por eso, en Senegal se insulta a los hombres homosexuales llamándolos “góor-jigéen” u hombres-mujeres: el propósito es herir profundamente su virilidad.
“En las últimas décadas, la masculinidad en Senegal ha evolucionado de tal manera que cualquier signo de feminidad se ha convertido en algo peligroso, que amenaza la identidad masculina”, afirma Cristophe Broqua, antropólogo social del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia.
La idea de que el hombre africano debe ser hipermasculino y dominante solo se arraigó en la época colonial bajo los portugueses y franceses, afirma el antropólogo senegalés Cheikh Niang.
Lo relaciona con la feroz oposición a los colonos europeos por parte de las reinas del histórico reino de Waalo, que ahora forma parte de los actuales Senegal y Mauritania.
Los senegaleses tenían una visión más fluida del género, como se refleja en la lengua local wolof, hablada por el 80% de la población.
En esta lengua, el concepto de persona contiene elementos masculinos y femeninos, dice Niang.
“Reconocemos que un hombre tiene un lado femenino”, dice, nombrando cualidades como la empatía y la compasión.
Las potencias coloniales “introdujeron la penalización o, en todo caso, una especie de actitud cada vez más dura hacia la homosexualidad” y “toda la diversidad”, dice Mohamed Mbougar Sarr, un premiado novelista senegalés.
“Tenemos que darnos cuenta de que esto también fue una de las muchas cosas que el colonialismo destruyó”.
A pesar de ello, muchos en África afirman que la homosexualidad no forma parte de la cultura local, sino que ha sido “importada”.
Los políticos de la región utilizan esto como herramienta política para atacar a Occidente.
“Las leyes de nuestro país obedecen a normas que son un compendio de nuestros valores de cultura y civilización”, dijo el presidente senegalés Macky Sall al primer ministro canadiense Justin Trudeau durante una rueda de prensa conjunta en febrero de 2020 en Senegal, cuando éste le preguntó cuándo pensaba despenalizar la homosexualidad.
Sin embargo, los historiadores han documentado prácticas sexuales entre personas del mismo sexo en muchas culturas africanas antes de la llegada de los europeos. Estas no eran vistas con repulsión, sino que estaban completamente normalizadas.
En un artículo titulado ‘La invención de la homofobia’, Boris Bertolt, estudiante de doctorado de la Universidad de Kent, en el sureste de Inglaterra, da varios ejemplos:
En Camerún, las mujeres celebraban un rito en el que se festejaba el clítoris y el poder femenino, con danzas que imitaban el coito y mujeres posmenopáusicas que desempeñaban el papel masculino, escribió.
En las regiones selváticas de África Central, los Pahuin solían tolerar socialmente las relaciones homosexuales entre hombres, a pesar de tener esposas.
Los Fangs, otro grupo étnico centroafricano, consideraban las relaciones entre personas del mismo sexo como una forma de transmitir la riqueza “de la pareja receptiva (el pedicista) a la pareja insertiva (el pedicón)”, escribió Bertolt.
Estos son algunos de los muchos ejemplos que son anteriores a la época colonial y a la aparición del concepto occidental de homosexualidad: “un término introducido inicialmente en Occidente para controlar las relaciones sociales, etiquetando a los que mantienen relaciones con personas del mismo sexo como desviados”, escribe Bertolt.
Y no se trataba sólo de etiquetas, sino también de leyes que prohibían el sexo gay.
“En las leyes coloniales están todas estas disposiciones homófobas”, dice Niang.
“Simplemente copiamos y pegamos. Ampliamos las leyes que existían bajo el colonialismo”.
El “imperialismo LGTBI”: una nueva forma de colonialismo sexual
Broqua advierte del surgimiento de un nuevo tipo de “colonialismo sexual”: cuando Occidente dicta las categorías LGTBI e ignora toda la diversidad sexual que no encaja en ellas.
“En todo el mundo hemos asistido a un fenómeno de homogeneización”, dice Broqua.
“Sigue habiendo una imposición muy fuerte” de los conceptos occidentales de la sexualidad, dice, “sobre todo a través de cosas que pretenden ser beneficiosas y benévolas, como la lucha contra el sida”.
Esto “tiene una fuerte influencia en la evolución de las categorías de identidad a nivel local”.
Serena también destaca la importancia de “no volver a colonizar con nuestras palabras y marcos mentales” y la necesidad de “trabajar de igual a igual”.
Menciona sus propios descubrimientos que desmintieron sus ideas preconcebidas sobre cómo viven las personas LGBTI en África.
“Me sorprendió que la gente sea capaz de crear sus burbujas -su entorno de seguridad, su familia no biológica- que les ayudan a sobrevivir”, dice.
También descubrió que su idea de que “hay más presión (sobre las personas LGTBI) en las zonas rurales era una idea equivocada”. Por el contrario, descubrió que allí eran más libres.
A Serena también le llamó la atención la existencia del matrimonio entre mujeres.
En Tanzania, por ejemplo, a las mujeres de Kuira se les permite formar uniones del mismo sexo según la tradición de nyumba ntobhu, o “casa de mujeres”.
Cree que el movimiento LGTBI en Europa está muy desconectado de estas realidades y demasiado centrado en su zona de confort.
“Es bonito entender que también podemos aprender de África, como el ejemplo de Cabo Verde”, dice, al tiempo que subraya la necesidad de no idealizar ni creer que la vida allí es un “Tchindaval” todo el año.
“Tchinda (Andrade) se lo ha ganado muy a pulso, muchas veces con sus propias manos, con violencia”, dice.
“Es una isla muy pequeña. Tiene una personalidad muy fuerte y ha ido reclamando su espacio, calle a calle”.
Y añade: “El movimiento LGTBI es a veces muy teórico, pero estas mujeres han emprendido una batalla muy de barrio, y muy apasionada”.