El huracán de categoría 5 Dorian, con vientos de hasta 259 kilómetros por hora, sacude las costas de Florida después de haber causado estragos a su paso por las Bahamas. La tormenta tropical más potente en lo que va de año ha provocado el cierre de aeropuertos y puertos, la suspensión del tráfico ferroviario y el retraso de la vuelta al clase de miles de estudiantes. En Estados Unidos todo el mundo habla de Dorian, pero ¿por qué se llama así esta tormenta tropical?
La institución encargada de la denominación de estos fenómenos meteorológicos es la Organización Meteorológica Mundial, con sede en Ginebra, que sigue un procedimiento estricto. La lista del Atlántico cuenta con una relación anual de 21 nombres masculinos y femeninos que van alternándose. Cada año la lista cambia, y cada 6 años se completa un ciclo. En la cuenca del Pacífico, el procedimiento es idéntico, aunque la lista cuenta con 24 nombres.
Cada vez que hay una nueva tormenta, las autoridades meteorológicas solo tienen que seguir el orden de la lista hasta completar de nuevo un ciclo. Siguiendo este orden, el cuarto ciclón del año correspondería a Dorian (masculino), seguido de Chantal (femenino) y precedido de Erin (femenino). Solo hay una excepción: en el caso de que una tormenta haya causado un impacto inusitado en cuanto a vidas humanas se refiere, cualquier país podrá solicitar a la Organización Metereológica Mundial que lo retire de la lista. Así pasó por ejemplo, con el huracán Hugo, un devastador ciclón de categoría 1 que causó decenas de muertos y millones de dólares en daños materiales, o el Katrina, la fatídica tormenta de categoría 5 que devastó la costa Este de Estados Unidos en 2005.
¿De dónde surgió la idea de nombrar a los huracanes?
En el siglo XIX y principios del XX, muchas tormentas tropicales que arrasaban las Antillas eran denominadas con el nombre del santo del día en el que tenían lugar. Por ejemplo, el huracán que azotó Puerto. Rico en 1825 fue denominado “Santa Ana”, y el que sacudió el país en 1928 se le denominó San Felipe. El meteorólogo australiano Clement Wragge fue el primero que utilizó un nombre propio para denominar este fenómeno metereológico a finales del siglo XIX. Al parecer, empezó denominándolos por orden alfabético, primero siguiendo el alfabeto griego y luego el romano. Luego optó por nombres mitológicos y de políticos que no le gustaban, y finalmente se decantó por nombres propios femeninos.